Alejandro sabía que cuando a su esposa se le metía algo en la cabeza no había nada que pudiera detenerla, nada que hiciera que ella diera su brazo a torcer. Así que, simplemente, se quedó allí, resignado, sabiendo que Diana terminaría reuniéndose con esa mujer sin importar las advertencias. Lo haría de todos modos.
Alejandro se levantó. Diana hizo lo mismo. Alexander fue el siguiente en abandonar el asiento, sabiendo que ya ambos se retirarían.
—Una vez más, lamentamos mucho quitarte tiempo importante —dijo Alejandro, dirigiéndose a Alexander—. Sé que realmente estás bastante ocupado con tu trabajo. La próxima vez que vengamos, te avisaremos de antemano —agregó, antes de darle la mano a modo de despedida.
Alexander recibió la sacudida amistosamente. Diana le regaló una sonrisa, cálida y llena de agradecimiento por lo que estaba haciendo. Luego de eso, ambos salieron de la oficina.
Alexander regresó a la silla giratoria. Intentaba poner en orden sus ideas, volviendo a sumergirse de lle