Un trato justo

Capítulo 4 Un trato justo

— ¿Qué quiero hacer con Eduardo Winter?

El que hablaba, era Leónidas Celis, de piel morena, cabello negro rozándole la nuca y ojos negrísimos, un hombre muy alto y de buena constitución física, con aquellos rasgos esculpidos y bronceados, arqueó una ceja y se rio sarcásticamente.

La prueba de su riqueza iba desde el brillo de su reloj de oro y de sus gemelos hasta la camisa blanca impoluta y el corte clásico de su traje

—. Ese Winter es un hombre, es una piedra en el zapato, mira que ofrecerme a su hija en bandeja de plata… ¡Maldito viejo sinvergüenza! Incluso llego a insinuar que puedo hacer con ella lo que yo quiera, en tanto invierta en sus negocios.

— ¿Qué hacemos? Con tan poco tiempo de anticipación ¿Vas a recibir a la hija de Winter? ¿No sería darle mucha importancia?—le pregunto Jonathan, su asistente.

Su rostro se endureció.

A los veinticinco años se había casado con una hermosa y joven heredera inglesa por órdenes de su padre adoptivo, la cual huyó con otro hombre años después, luego de haber abortado a su hijo.

Una catástrofe en el terreno del matrimonio fue más que suficiente para él.

Ahora era un hombre asquerosamente rico, pero su vida personal era una zona catastrófica.

Era un hombre obsesionado por el control, lo sabía y no tenía intención de cambiar. No deseaba la típica esposa. No quería vínculos emocionales, exigencias ni restricciones, en el aspecto práctico, una mujer que desempeñe el papel de su esposa sería de gran ayuda en su vida.

Su anciano padre adoptivo estaba empeñado en que contrajera matrimonio. Quería una mujer con instinto maternal, lo cual le resultaría muy útil en lo referente a los dos niños. Esa era la prioridad. No tenía alternativa. Debía buscar una madrastra para esos dos niños, a como dé lugar.

Lo había pensado, y por aquellos niños, estaba dispuesto a morder el polvo y volver a casarse. Pero sería un matrimonio de conveniencia, un montaje para lograr estabilidad para los niños y aliviar su conciencia. Él no sabía nada sobre niños pequeños y nunca había querido tener hijos, pero sabía que los hijos de su hermana no eran felices, y eso apelaba a su sentido del honor y deber filial.

Eduardo Winter era un viejo ladino, lo había llamado ponderando a su hija y alabo todas sus virtudes. De sobra sabía que estaba exagerando, conocía a Juliana Winter, la había visto en diferentes eventos y fiestas donde ella había intentado seducirlo sin ninguna vergüenza, era sin duda una hermosa arpía sin honor ni decencia.

— ¡La recibiré!, se decidió al fin.

En honor a la verdad, Leónidas Celis, había accedido a esta entrevista con la hija de Eduardo Winter solo por diversión.

Más tarde, cuando la puerta del despacho de Leónidas se abrió, él esperaba encontrar a una socialité que coincidiera con la imagen de Juliana Winter. Sin embargo, la mujer que entró le hizo fruncir el ceño al instante.

Esta mujer no era Juliana Winter, ni vestía con su misma elegancia. Estaba hecha un desastre con aquella ropa vieja y arrugada. Tampoco era tan alta. Él se sintió… casi que ofendido, la mujer había venido a verlo sin arreglarse en lo más mínimo, eso lastimo su ego. Tal vez… era una trampa para que él se mostrara interesado ante esta imagen tan gris que proyectaba.

Ella venía vestida con un traje pantalón gris muy ancho, que parecía habían visto tiempos mejores y la hacían ver más bien de contextura gruesa, parecía cansada y su cabello color castaño claro, atado hacia atrás, se veía opaco y sin vida. Su cara sin ningún maquillaje. El único rasgo llamativo, además de sus grandes ojos color azul claro, visibles a través de unos inmensos lentes, eran sus magníficos pechos que se podían distinguir a través de la blusa abotonada hasta el cuello.

Sus ojos resistieron su mirada escrutadora sin inmutarse; no había en ellos adulación, solo cautela y un toque de terquedad.

Con lentitud ella levantó una mano para apartarse un mechón del desordenado cabello que se había escapado de la coleta y había caído en su frente.

— ¿Señor Leónidas Celis? —Su voz era tranquila, con una tonalidad agradable, casi musical, pero a la vez cortante.

—Lo soy. ¡Tú no eres Juliana Winter! — dijo, con una voz profunda y ronca. Luego se reclinó en su silla, recorriéndola con la mirada con precisión quirúrgica—. ¿Eduardo Winter estaba insultando mi inteligencia o cree que estoy tan desesperado?

Las yemas de los dedos de Ariana temblaron ligeramente, pero su barbilla se alzó aún más y con uno de sus dedos se acomodó los lentes.

Ariana sabía que él no se esperaba que por la puerta entrara ella, así que no se ofendió por su mirada incrédula. Al llegar al hospital tuvo que quedarse con su madre. Daniela se quejaba de dolores fuertes y tuvo que acompañarla durante toda la noche.  Además, guardo el dinero que le dio Eduardo Winter para los gastos de su madre. Así que entendía la mirada de incredulidad de este hombre.

A los veinticuatro años, ya sabía que los hombres no solían sentirse atraídos por su tipo de carácter, ni por su físico. Sabía de sobra que no era guapa ni femenina.

Nunca había aprendido a flirtear ni a jugar a juegos de chicas, y posiblemente era demasiado seria o sensata.

Durante unos meses maravillosos, había estado profundamente enamorada, hasta que la relación se rompió debido a sus responsabilidades para con su madre inválida.

Por otro lado, su apariencia no era la gran cosa, tampoco le importaba. Su única cualidad era su inteligencia y su única meta era mantener cómoda y saludable a su madre y sacar buenas notas en los exámenes.

—Soy su hija mayor en el sentido legal. Si hubiera investigado lo suficiente, debería haber sabido de mi existencia.

—Investigué, pero el sujeto de prueba era Juliana Winter. ¿Qué truco está usando tu padre para poner a prueba mis límites? ¿Por qué diablos iba a querer hablar conmigo la hija mayor de Eduardo Winter? ¿Esperas actuar como mediadora de ese hombre?—Su tono era frío, y venía acompañando con una expresión de evidente desprecio.

—–Mi padre me ha pedido que venga a verle en su nombre —comenzó, molesta por qué la respiración entrecortada hiciese que su voz sonara débil—Cree que yo soy la persona adecuada para cumplir con la responsabilidad. —Dio un paso al frente, colocando las manos sobre la pulida mesa. —tengo entendido que necesitas una madre para sus niños, una niñera, no una esposa. Juliana no puede serlo, pero yo sí.

Leónidas casi se burló.

— ¿Tú sí? ¿Creo que eres alguien que ni siquiera puede cuidarse a sí mismo? Mis sobrinos no son un experimento. La señora de la familia Celis necesita ser sociable y tener al menos una buena apariencia, vestir… mejor. ¿Qué crees que te califica?

—Yo no necesito mostrarme ante nadie. Solo necesito cuidar a los niños. —Ariana sostuvo su mirada, y se volvió a acomodar los lentes, sus palabras se aceleraron, como si estuviera lanzando argumentos preparados.

—Tengo muchos años de experiencia cuidando a mi madre paralizada, lo que significa paciencia, responsabilidad y resiliencia. Además, entiendo que esto es solo una transacción; no voy a hacer ninguna exigencia emocional ni económica desproporcionada, y será completamente libre. En tercer lugar, y lo más importante, no tengo otra opción, así que pondré todo de mi parte más que cualquier otro candidato.

Sus palabras impactaron a Leónidas como una serie de golpes precisos, dejándolo momentáneamente sin palabras. La volvió a examinar: debajo de su apariencia ordinaria se escondía una mentalidad desesperada, de todo o nada, nacida de haber sido llevada al límite. Si era completamente honesto, aparte del físico desordenado, lo cual podía tener solución, ella parecía… más adecuada a sus exigencias "prácticas" que la Juliana consentida que había conocido antes…

— ¿No hay otra opción? —Captó la palabra clave, inclinándose ligeramente hacia adelante, creando una sensación invisible de presión, parecía una historia interesante. —Dime, ¿qué te hizo sentir que no tenías más remedio que casarte con un desconocido?

Ariana sintió un nudo en la garganta. Mencionarlo claramente le causó dolor, pero se obligó a mantener la calma. —Eso es asunto mío. Solo necesitas saber que nuestros intereses coinciden en este momento. Tú consigues una esposa que no cause problemas y una madre para los niños, mientras que yo… —hizo una pausa y respiró hondo—yo consigo seguridad para el futuro de mi madre. Un trato justo.

Un breve silencio invadió la oficina. Leónidas tamborileó ligeramente con las yemas de los dedos sobre el escritorio. Esta mujer llamada Ariana, como una mala hierba que crece en una grieta de la roca, era mucho más problemática e intrigante de lo que había anticipado. Ella no parecía estar allí para mendigar; parecía estar allí para negociar.

— ¿Un trato justo? —Por fin volvió a hablar, con una sutil sonrisa en los labios—. Dime, Ariana Winter, ¿tu solicitud de empleo incluye cómo lidiar con un marido que podría resultarte completamente insoportable?

—Yo sería poco exigente. Soy independiente, sensata. No me interesa mi aspecto, tampoco me interesa ningún marido—pensó un momento— Además, se me dan bien los niños

Ella lo miró con firmeza, lista para responder profesionalmente a todo lo que a él se le ocurriera preguntar. Tenía que convencerlo, necesitaba el dinero para su madre. 

La puerta de la oficina de Leónidas se abrió sin previo aviso.

Esta vez no fue Jonathan.

Dos figuras pequeñas y silenciosas se quedaron paralizadas en el umbral. Un niño y una niña, de unos siete u ocho años, ambos con el cabello oscuro y ojos grandes y tristes. A su espalda se encontraba una mujer con aspecto cansado que apenas podía disimular su alivio al ver a Leónidas.

—Señor Celis, lo siento mucho —murmuró la niñera, susurrando con desesperación—, Se empeñaron en venir, usted sabe como son… No los hemos… molestado, ¿verdad?

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