Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 5 Corazones rotos
En cuanto la niñera terminó de hablar, la niña comenzó a llorar desconsoladamente, y el niño se acercó a Ariana desafiante.
— ¿Quién eres tú? ¿Eres otra niñera? Estás más fea que las anteriores.
Leónidas suspiró, molesto. Con un gesto se dirigió al niño con severidad:
—Elías, cuida tus modales.
—Mi mamá decía que siempre hay que decir la verdad. ¿Por qué me regañas? ¡Estoy diciendo la verdad! —protestó el niño con vehemencia.
Ariana en ese momento deseó con todas sus fuerzas ser un poco más agraciada, al menos tener los recursos para poder arreglarse, porque aunque tampoco era desagradable a la vista, distaba mucho de ser bella. Y según dicen, los niños y los borrachos decían la verdad. Aunque este niño hablaba desde el dolor y la rabia, no dejaba de ser doloroso escucharlo.
Ariana se arrodilló al nivel de los niños, ignorando el insulto y enfocándose en la niña. La niña, al verla frente a ella, dejó de llorar y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano, luego la miró con sus ojos aún humedecidos.
—Soy Ariana… ¿puedo preguntar por tu muñeca? ¿Cuál es su nombre? —Ariana miró la muñeca de Sofía. Parecía que tenía esta muñeca desde hacía mucho tiempo y seguía hipando mientras sostenía la cabeza en una mano y el cuerpo en otra.
La niña solo la observó.
—Me dejas verlas. Quizás pueda arreglártela.
Leónidas apreció el intento de Ariana de impresionarlo. No obstante, razonó que ninguna niñera antes le había llamado la atención esa vieja muñeca.
El niño la trató de empujar, pero Ariana ni se movió.
— ¡No le hables a mi hermana! ¡Déjala en paz!
Ariana lo miró con una visible admiración y le dijo con una leve sonrisa:
—Qué afortunada es tu hermana al tenerte para que la defiendas. Sabes me hubiera gustado tener un hermano como tú, lástima que no tuve ninguno. —no mentía— Yo solo tengo a mi mamá.
La niña la miró con interés y le dijo en un tono muy bajo de voz.
— ¿Tú tienes una mamá, y un papá?
—No tengo papá, más bien no lo he tenido desde niña. Por eso sé que las personas que amamos pueden irse de repente, y eso duele mucho. Duele tanto que a veces nos dan ganas de gritar y empujar.
Leónidas sintió un golpe en el estómago. ¿Qué estaba haciendo ella? ¿Se había vuelto loca? Cómo se le ocurría hablar así delante de los niños. Durante todo este tiempo él había tenido cuidado en no mencionar a Graciela y a Darío, se los prohibió a todos y ella, una desconocida, venía a recordárselos. Era una completa demostración de falta de tacto.
El shock de Leónidas se transformó rápidamente en furia helada. Se acercó a Ariana y la levantó con brusquedad, obligándola a ponerse de pie y llevándosela hacia un rincón del despacho. Elías y Sofía se encogieron, asustados por la reacción de su tío.
— ¡Suficiente! —siseó Leónidas, su voz profunda y controlada, pero cargada de amenaza—. ¿Quién te crees que eres para… para hablarles así? Les he prohibido a todos que mencionen a sus padres. Se supone que estás aquí para solucionar problemas, ¡no para provocarlos!
Ariana se sostuvo firme bajo el agarre de su brazo. Ella sostuvo su mirada sin inmutarse, sin mostrar temor, aunque la cercanía de ese hombre la intimidaba profundamente.
—Señor Celis —dijo, tranquila, sintiendo el calor de su mano en su brazo—, les prohibió que recordaran, pero no les prohibió sentir. El dolor, como la rabia, no desaparece porque usted lo ordene. Sus sobrinos están rotos y actuando como niños a los que les hacen falta sus padres. Si quiere que lo superen, tienen que nombrar lo que perdieron. Ellos deberían vivir su duelo.
Ariana se soltó de su agarre con un movimiento brusco. Se acercó a los niños y les dio una mirada tranquilizadora.
—Sé que no me conocen, y yo tampoco a ustedes, pero…
Señaló la muñeca rota que Sofía ya no soltaba. —Podrías prestármela a ver si puedo arreglarla.
La niña apretó entre sus brazos el cuerpo de la muñeca mientras sostenía la cabecita.
—Me la regaló mi mamá, y se me rompió… no quise romperla. —comenzó a llorar de nuevo.
—Lo sé, pero… ¿qué te parece si la reviso y veamos si puedo arreglarla?
Al mismo tiempo que hablaba, Ariana estiraba las manos. Solo rogaba a Dios estar haciendo lo correcto, en verdad no sabía qué estaba haciendo, pero lo que hacía y decía venía de su corazón.
La niña se acercó a ella y le ofreció el cuerpo de la vieja muñeca y la cabecita.
Leónidas observó a Elías, que miraba a Ariana con una mezcla de curiosidad y desconfianza, aunque logro vislumbrar algo de respeto.
Ante eso, respiró hondo, su expresión volviéndose sombría. La mujer no era una belleza, no tenía buena presencia, cero personalidades, pero su habilidad para encarar a los niños acabándolos de conocer era innegable, era una fuerza de la naturaleza. Había sido, de hecho, muy acertada. Al menos en poco tiempo logro hacerlos callar y llamo su atención.
Tomó una decisión inmediata.
Ariana tomó entre sus manos la muñeca, respiró más tranquila cuando vio que se podía solucionar de la manera más sencilla. Un problema que resultaba tan grande para una niña pequeña, en realidad era fácil de solucionar. Encajó la cabeza en el cuerpo, con gran cuidado, como si fuera un tesoro, alisó el cabello de la muñeca, arregló su ropa, y se la devolvió a la niña, que la miraba con los ojos brillantes de emoción.
—Gracias —murmuró en un tono bajo la pequeña niña, secando su cara con la manga de su franela.
Leónidas observó a Ariana, con su traje ancho, sus lentes enormes y el cabello sin brillo, sonriéndole a Sofía. Era la imagen menos seductora que había visto, pero la más potente. Su rabia se disipó. Necesitaba esa habilidad con los niños. Era posible que milagrosamente esta mujer fuera lo que había estado buscando.
El niño, al ver la mirada de interés en su tío por la mujer fea, volvió a contraatacar:
—Estás aquí por mi tío ¡A él no le gustan las mujeres como tú! ¡Las odia!
Leónidas le lanzo una mirada fuerte al niño y luego le hizo señas a la niñera para que se los levara al mismo tiempo que les ordeno:
—Sofía, Elías, vayan al cuarto de juegos. Y les advierto que, mañana, la señorita Ariana… volverá y se quedará con ustedes.
Elías y Sofía se quedaron mirando a Ariana por un instante más, antes de que la niñera los guiara apresuradamente hacia la puerta. La sorpresa en sus rostros igualaba la de Ariana.
Leónidas se apoyó contra el escritorio, mirándola con una intensidad que la hizo temblar.
—Ariana Winter, no soy un hombre que tarde en tomar decisiones, pero en este caso se trata de la estabilidad de mis sobrinos y puede que hoy me hayas causado buena impresión, pero… te pondré a prueba.
Ariana respiró pesadamente. ¿Qué significaba eso? ¿Había ganado?
—Vendrás a mi casa a vivir con los niños. Demuéstrame que lo de hoy no fue suerte. Te daré un mes para probar que puedes hacerte cargo de los niños, al cabo de ese mes, me casaré contigo.
—Pero… no pensé que comenzaría de inmediato, mi madre…
No termino de decirle que su mamá no podía esperar tanto y a su padre este giro de las cosas seguramente no le gustaría.
—Tengo una urgencia con los niños, pero no soy estúpido. Entrarás en mi casa, estarás con mis sobrinos, pero te mantendré vigilada y atada legalmente. No podrás sacar a los niños de casa, no podrás hablar de ellos con nadie… Estarás a prueba por el mes. Si al final de ese mes todo ha ido bien, nos casaremos. Y espero, por el bien de mi hermana, que estés a la altura de estos niños. ¿Aceptas el trato?
Ariana pensó que, al fin y al cabo, la amenaza de su padre aún pendía sobre su cabeza, y su seguridad financiera era esencial para la salud de su madre. Si no conseguía ese dinero para la cirugía, la vida de su Daniela se complicaría cada día más.
De pronto, se encontró mirando hacia un futuro que ya no podría predecir.
—Tengo que hablar con sinceridad, los hijos de su hermana han pasado por un gran trauma con la muerte de sus padres, pero yo realmente no tengo experiencia con ese tipo de problemas —le advirtió—. Tampoco tengo experiencia criando niños y no hago milagros.
—Yo no creo en los milagros, creo en los hechos —respondió él secamente, y se quedó mirándola con aquellos ojos negrísimos.
Con esas palabras él le hizo señas de que saliera
Más tarde, una vez acordados los detalles con Ariana Winter, Leónidas llamó de nuevo a Jonathan, su asistente.
—Jonathan, averigua todo sobre Ariana Winter, no quiero sorpresas con ella y prepara un contrato de trabajo temporal con carácter urgente. Necesito que esté listo para la firma mañana a primera hora.
— ¿Te casarás con ella?
Leónidas no respondió de inmediato.
—Aún no. Estará a prueba en mi casa por un mes. Veremos si mi sacrificio al casarme con ella vale la pena. Ese viejo ambicioso ha jugado una carta ganadora cuando la envió.
—Hay algo más que tengo que decirte—le señalo Jonathan con cautela.
— ¿Qué sucede?
—Juliana Winter, desea hablar contigo, ha estado llamando, de hecho ahora… está en el vestíbulo de la empresa.







