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¿Que estarías dispuesta a hacer?

Capítulo 2  ¿Que estarías dispuesta a hacer?

Los golpes en el vidrio sonaron insistentemente. La ventana del automóvil no se abrió. Eduardo Winter ni siquiera se giró. Ya la había visto. Aunque hacía tiempo que no se veían, reconocía a Ariana. Hizo señas al chófer, y este entró con el vehículo.

Ariana, al ver que el automóvil se retiraba, comenzó a correr y a gritar el nombre de Eduardo. Al pasar por el portón, el vehículo se detuvo y vio que de allí se bajaba el chófer. Este se acercó a ella.

Antes de que el chófer pronunciara la más mínima palabra, ella se acercó:

— ¡Por favor! ¡Ayúdeme! ¡Soy Ariana Winter! ¡Es urgente que hable con mi padre! 

El chófer la miró extrañado y la contempló de arriba abajo. Ariana supo por qué. Nadie sabía que Eduardo Winter tenía una hija de su matrimonio anterior; él la había mantenido escondida como si ella fuera una vergüenza.

—Señorita, el Señor Winter le dice que puede pasar. La espera en el salón principal.

—Yo… Gracias —murmuró ella con asombro.

—Siga adelante hasta llegar a la casa, mi jefe la verá allí. —La miró apenado, — lo lamento debe caminar hasta allí.

Al terminar lo que iba a decir, el hombre se fue rápidamente y se subió al vehículo sin prestarle mayor atención.

Ariana corrió antes de que la puerta se cerrara automáticamente. Una vez adentro, comenzó a caminar el largo recorrido hasta la casa principal.

Al estar cerca de la casa, un sirviente al ver su apariencia la recibió de manera despectiva y la guio hasta el despacho donde ya la esperaba Eduardo Winter de pie detrás de su escritorio.

Ella se quedó observándolo. Desde que él las corrió de esta mansión a ella y a su madre, solo lo veía en las noticias que circulaban en la prensa o en las redes sociales. 

A diferencia de su madre, él debería haber envejecido bien, pero una vida de derroches, había dejado su huella, su rostro estaba surcado por muchas arrugas, dándole un aspecto desagradable.

El lujo a su alrededor contrastaba con su humilde apariencia. A ella, el brillo excesivo del lugar con sus candelabros de cristal, le pareció tan falso como la moral de su padre. La amante tenía un gusto horrendo, ostentoso hasta llegar a la vulgaridad.

Entre su padre y ella no había afecto, eso lo tenía clarísimo. Peor aún, este hombre frente a ella le inspiraba un profundo odio, el cual nació y se fue incrementando con el tiempo, desde que fue testigo de lo que le hizo a su madre.

Ariana apretó los puños con fuerza. Sus uñas se enterraron en la palma de sus manos. Debajo de sus pies, aun con sus gruesos zapatos, sentía el frío del mármol.

Eduardo la ignoró, y cuando la vio, solo preguntó con voz altanera:

— ¿Qué haces aquí? No te he dicho que no vengas a mi casa. Sabes que a mi familia le molesta tu presencia aquí.

Ella tragó grueso e intentó digerir sus palabras.

Ariana apretó los puños, pensó en su madre y trató de controlar su rabia. Sabía que este era el momento de agachar la cabeza, ser humilde. Trató de que su voz sonara calmada.

—Yo… lo lamento, pero necesito hablar contigo.

—Di lo que tengas que decir rápidamente. No tengo tiempo que perder contigo.

—Mamá se cayó de la silla de ruedas. Tiene varias fracturas delicadas. Puede quedar postrada en cama si no se hace nada. Yo… necesito pagar la cirugía… es mucho dinero… no hay manera de que lo reúna yo sola.

— ¿Y qué quieres que haga? Ya soy lo suficientemente magnánimo con ustedes dos. Les doy una mensualidad y tienen una casa cómoda para vivir.

— ¡Papá! ¿Por qué nos haces esto? ¿Qué te hicimos? ¡Mamá te salvó la vida! ¿Por qué la tratas así?

El padre se sentó en su sillón de cuero, cruzando los brazos sobre el pecho con una suficiencia odiosa. Movió la cabeza y una lenta expresión burlona se dibujó en su rostro.

—Ustedes dos forman parte de un momento de mi vida bochornoso y que quiero olvidar. No soy un santo. ¿Piensas que debí encadenarme a una lisiada?

—Eres tan canalla que mantenías una amante mientras mi mamá se esforzaba por ayudarte a levantar el negocio, incluso te dio toda su herencia para que los hicieras.

— ¿Y eso qué? Eso no tiene nada que ver, todos los hombres hacen lo mismo. Además, tu madre sabia de la existencia de Saray al casarse conmigo, no puede culparme de nada.

— ¡Desgraciado! A los pocos días del accidente de mamá, mientras ella yacía en una cama del hospital, trajiste a esa maldita mujer aquí, a la casa de mi madre, y te divorciaste de ella. La dejaste sin nada, solo con una casa y una pequeña asignación para mí y sus gastos médicos. Te aprovechaste de ella, de su dolor y de que yo era una niña. ¿Te parece que eres magnánimo? Estás disfrutando de la vida gracias al sacrificio de mi mamá. Cuando te casaste con ella no eras nadie, no tenías dónde caerte muerto.

— ¿Y es de ese modo que piensas obtener el dinero para la cirugía de esa lisiada? —sonrió irónico.

Ariana recordó lo que la trajo allí. Se obligó a tragar su orgullo.

—Yo… lo lamento. Te juro que te pagaré, haré lo que sea… te devolveré el dinero. No te volveré a molestar, solo ayúdanos esta vez.

Ante esas últimas palabras, Eduardo Winter mostró un interés visible. Una idea comenzó a germinar en su cabeza. La miró de arriba abajo, por un momento sacudió la cabeza en señal de negativa, luego volvió a mirarla fijamente y le dijo:

— ¿Harías lo que fuera?

—Lo que sea, solo dame el dinero para salvar a mamá.

La contempló con una expresión sombría y una mirada helada.

—Muy bien. Veremos si eso es verdad… dime Ariana ¿Qué estarías dispuesta a hacer por recuperación de la salud la idiota de tu madre?—replicó Eduardo Winter, su voz baja y cargada de una intención maligna. Él se puso de pie, disfrutando de la tensión y la desesperación de su hija.

Ariana tragó grueso.

— ¿Qué quieres? ¿Un préstamo con intereses? Estoy dispuesta a pagar intereses… lo que sea

Eduardo se acercó, y por primera vez, no la miró con desprecio, sino con el cálculo frío de un tiburón.

—No necesito tu dinero, niña. Yo necesito algo que quizás solo tú puedes conseguirme. Verás, mi empresa está en serios problemas. Necesito una inversión de varios millones para salvarla, y el único hombre en esta ciudad con la capacidad para ayudarme y la arrogancia para rechazarme es Leónidas Celis.

Ariana arrugó la frente. El nombre era sinónimo de poder absoluto y despiadado.

— ¿Y yo qué tengo que ver con ese hombre?

Eduardo sonrió, una mueca más fea que cualquier grito.

—Quiero que te encuentres con él y uses todas tus "artes femeninas" para convencerlo de que invierta en mi negocio. A cambio, yo pagaré cada céntimo de la cirugía de tu madre, y le aseguraré la mejor atención de por vida. Tu madre será libre y cómoda. Pero tú, Ariana, serás mi herramienta para acercarme a él.

Ariana sintió un golpe en el estómago. ¿Prostitución? ¿Chantaje?

— ¿De qué hablas? —preguntó ella, la voz apenas un soplido incrédulo.

—Hablo de un trato —corrigió Eduardo con frialdad—. A Celis le gusta el control y odia el caos que es su vida actualmente.

Eduardo la recorrió con la mirada, deteniéndose en sus zapatos usados y su traje sencillo.

Esta hija, le desagradaba muchísimo, al igual que su madre era seria, nada atractiva y regañona.

Desde que nació era el recordatorio viviente de lo que había tenido que hacer para alcanzar la posición en que se encontraba. Daniela, su exmujer, no era precisamente millonaria, pero sus padres le dejaron un capital, y cuando la conoció, la idiota se enamoró de él y le ofreció en bandeja de plata ese capital para iniciar su empresa. La maldita mujer también era buena en los negocios y durante años ella hizo el trabajo difícil.

Cuando ocurrió el accidente, él estaba buscando la manera de salir de ella porque ya no la necesitaba para nada y sintió una maravillosa satisfacción al ver el estado en que había quedado. No la amaba, él nunca la amó, mantuvo en secreto a su otra familia, y ella ese día del accidente lo descubrió y le reclamó. Aun así, logró salvarlo.

—Debes arreglarte. Quizás no tengas arreglo, pero hay que intentarlo. Un corte de cabello, otra ropa, algo que te haga ser menos insignificante. Necesito que seas lo suficientemente presentable para entrar en su círculo, y lo suficientemente ingenua para que él no tenga recelos de ti.

La rabia le hirvió la sangre a Ariana, pero recordó a su madre postrada.

— ¿Qué…? Su voz apenas se escuchó rota por la incredulidad — ¿Quieres que me venda a ese hombre para que invierta en tu negocio?

—Quiero que consigas convencerlo de que invierta en mí, y yo te doy el dinero para la inservible de tu madre.

Eduardo se sentó de nuevo, indicando que la negociación había terminado.

—Así que, si no consigues que Celis acepte ayudarme mañana mismo, me encargaré de sacar a tu madre del hospital y la dejaré en la puerta de la calle, justo donde la abandoné hace diez años.

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