POV Narrador omnisciente
La noche del evento había llegado. El salón del hotel más exclusivo de la ciudad resplandecía bajo las lámparas de cristal, las mesas vestidas en tonos dorados y blancos, la música suave llenando el aire. Era una noche importante: Dylan debía cerrar un contrato millonario y su presencia junto a su "prometida" sería clave para dar la imagen de estabilidad y compromiso que sus socios valoraban. Luciana bajó del auto, sujetando el brazo de Dylan con nerviosismo oculto bajo una máscara de serenidad. Ella no estaba acostumbrada a esos tacones altísimos ni al vestido que abrazaba su figura de manera escandalosamente elegante, pero se obligó a mantener la cabeza erguida, recordando cada consejo que su asesor de imagen le había dado. Cuando entraron, todas las miradas se volvieron hacia ellos. Luciana sintió el calor de los ojos ajenos recorriéndola, pero fue la expresión de Dylan, aunque apenas perceptible, la que le dio fuerza. Él sonrió, esa sonrisa de tiburón que usaba para los negocios... pero esta vez sus dedos en la parte baja de su espalda, guiándola, fueron un poco más firmes, un poco más posesivos de lo pactado. —Relájate —le susurró al oído, con una voz tan baja que solo ella escuchó—. Lo estás haciendo perfecto. Luciana asintió, respirando hondo. Uno de los socios se acercó, un hombre mayor con una copa de vino en la mano. —Dylan, qué sorpresa verte tan... acompañado esta noche —comentó, mirando descaradamente a Luciana—. ¿Y quién es esta belleza? Dylan apretó levemente su cintura, adelantándose con naturalidad. —Luciana Rivas —dijo con orgullo—. Mi prometida. La palabra "prometida" cayó en el aire como una bomba. Los demás comenzaron a acercarse, saludándolos, felicitándolos, algunos lanzando miradas de curiosidad, otros de franca envidia. Luciana sonreía, decía los guiones que había practicado: “Encantada”, “Mucho gusto”, “Gracias por su amabilidad”. Cada palabra salía como si toda su vida hubiera vivido en eventos así. POV Dylan Él no podía apartar los ojos de ella. Luciana no solo había superado sus expectativas; las había pulverizado. Con ese vestido, esos labios curvados en una sonrisa suave, esa confianza recién nacida que irradiaba... No parecía la asistente torpe que había contratado. Parecía una maldita estrella. Dylan tomó otra copa, intentando recordar que todo eso era un contrato. Un simple acuerdo. Pero cada vez que alguien más la miraba, cada vez que un socio se inclinaba demasiado al hablarle, cada vez que Luciana reía con esa risa fresca y auténtica... Dylan sentía algo irracional bullendo en su interior. Celos. Molestos, inesperados, estúpidos celos. POV Luciana Horas después, en un pequeño descanso, Luciana salió al balcón para tomar aire. El evento había sido un éxito, pero ella necesitaba un momento para sí misma. El reflejo de la ciudad iluminada se extendía ante sus ojos y por primera vez en mucho tiempo, sonrió para sí misma. Se sentía bien. Libre. Poderosa. Sintió la presencia de Dylan detrás de ella antes de escucharlo. —¿Te estás divirtiendo? —preguntó, su voz grave, acercándose peligrosamente. —Lo suficiente —respondió ella sin volverse—. ¿Y tú? ¿Te enorgullece tu "prometida"? Dylan soltó una risa baja. —Mucho más de lo que debería. Luciana giró para mirarlo, encontrándose con sus ojos oscuros brillando bajo la luz de la ciudad. Por un instante, el mundo pareció detenerse. El contrato, las cláusulas, las reglas... todo quedó suspendido en un silencio tenso, cargado de una electricidad que ambos fingieron no sentir. —Recuerda el contrato, Dylan —murmuró ella, con una media sonrisa—. Contacto solo el necesario. Dylan sonrió, esa sonrisa peligrosa que significaba problemas. —Oh, créeme, Luciana —susurró inclinándose un poco más—. Apenas estamos empezando. POV Narrador omnisciente Después del evento, Dylan y Luciana mantuvieron las formas. Ninguno mencionó lo que había pasado en el balcón, ni la manera en que sus miradas parecían chocar como chispas en el aire. Fingieron que nada había cambiado, aunque ambos sabían que algo, muy dentro, ya no era igual. Al amanecer, puntual como había prometido, Dylan se presentó en el edificio donde Luciana vivía. Lucía impecable, con su traje a medida y esas gafas de sol que le daban un aire aún más inalcanzable. Luciana bajó, vestida de manera mucho más adecuada que de costumbre —gracias a su nueva y obligada asesoría—, pero aún con su esencia natural intacta. Al verla, Dylan bajó ligeramente las gafas y soltó un pequeño silbido bajo, apenas audible. —Nada mal, Rivas —comentó divertido mientras le abría la puerta del copiloto—. Parece que tener un estilista a mano no te mató después de todo. Luciana le dedicó una sonrisa dulce, cargada de veneno. —Tú tampoco luces tan mal... para ser un idiota. Dylan rió con ganas mientras arrancaba el auto. —Me encanta esta etapa de nuestra relación. Tanta ternura —ironizó. Durante el trayecto, Luciana miraba por la ventana intentando ignorar la manera en que Dylan parecía observarla de reojo cada tanto, como si buscara una excusa para molestarla. Pero ella no caería. Tenía límites, y pensaba hacerlos valer. Cuando llegaron al edificio corporativo, todas las miradas se clavaron en ellos apenas pusieron un pie dentro. Algunas asistentes cuchichearon entre sí, los jefes fingieron indiferencia... pero la bomba estaba plantada. El ascensor llegó. Luciana y Dylan entraron primero. Al principio estaban cómodamente separados, pero en cada piso, más empleados subían. Poco a poco el espacio se redujo hasta volverse asfixiante. Dylan soltó un suspiro teatral, rodando los ojos. —Ven aquí —murmuró en voz baja, como una orden disfrazada de sugerencia. Luciana, sin alternativas, se desplazó hacia el fondo del ascensor, justo contra la pared metálica. Dylan la siguió de cerca. Muy de cerca. Demasiado cerca. Frente a frente, a escasos centímetros, podían sentir el calor que irradiaba el otro, sus respiraciones casi sincronizadas. Luciana mantenía la mirada fija en el cuello de Dylan, negándose a levantarla. Sabía que si lo miraba a los ojos en ese momento, perdería la compostura. Dylan, por su parte, sonreía apenas, divertido y tenso a la vez. La punta de sus dedos rozó sin querer —o tal vez no— la muñeca de Luciana, enviando un escalofrío eléctrico por su columna vertebral. Ninguno dijo nada. El ascensor siguió su lento recorrido. Finalmente, el último grupo bajó. El ascensor quedó vacío. Ambos se separaron al instante, como si el simple acto de distanciarse pudiera borrar la electricidad palpable que había llenado el pequeño espacio. Pero era tarde. Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso de la empresa, un par de asistentes los miraron con ojos como platos. Y antes de que Dylan o Luciana pudieran hacer algo, los rumores ya estaban volando como fuego en pólvora. —¿Los viste? —susurró una chica a otra—. Estaban... tan juntos. —¡Lo sabía! ¡Sabía que entre ellos pasaba algo! Luciana caminó derecho a su escritorio, fingiendo estar ajena a las miradas furtivas. Dylan simplemente sonrió como un lobo satisfecho, ajustándose la chaqueta del traje. Genial, pensó ella mordiendo su labio con frustración. "Ahora todo el maldito edificio cree que me acuesto con mi jefe." Respiró hondo, recordándose que era parte del trato. Pero no podía evitar preguntarse cuántos límites más tendría que empujar para mantener la farsa... y cuántos terminaría deseando romper.