capítulo 5

POV Narrador omnisciente

Luciana intentaba concentrarse en su monitor, escribiendo el reporte que debía entregar antes del mediodía, pero era imposible.

Sentía la mirada de Dylan sobre ella.

No directamente, claro, sino esas miradas de reojo que la hacían sentir como si le quemaran la piel.

Cada vez que levantaba la cabeza, él estaba allí, apoyado contra el marco de la puerta de su oficina, con una media sonrisa dibujada en los labios y los brazos cruzados.

Parecía disfrutar viéndola debatirse entre el deber y la incomodidad.

—¿Necesita algo, señor Richard? —preguntó, alzando apenas la voz para que los otros asistentes escucharan.

Dylan fingió pensar unos segundos.

—Nada, por ahora —respondió, ladeando la cabeza de manera provocativa—. Solo disfruto la vista.

Varias cabezas se giraron curiosas.

Luciana apretó los puños sobre su escritorio, contando mentalmente hasta diez.

No podía permitirse explotar.

No delante de todos.

Justo cuando pensaba en inventar alguna excusa para escapar de esa escena, el teléfono de Dylan vibró en su bolsillo.

Él miró la pantalla y frunció el ceño por un instante, antes de contestar con su habitual tono seguro.

—¿Mamá?

—¡Dylan! —chilló una voz femenina al otro lado—. ¡Qué falta de respeto no llamarme para contarme algo tan importante!

Luciana, que lo observaba discretamente, vio cómo la mandíbula de Dylan se tensaba.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, desconfiado.

—¡De tu compromiso, por supuesto! —dijo la mujer, exasperada—. ¡Me lo contó Martha, la mamá de tu amigo Henry! ¡Me dijo que ya todos saben que tienes prometida!

Dylan cerró los ojos un segundo, como si el universo se estuviera riendo de él.

—Mamá, no es...

—¡No me importa! —interrumpió ella—. Quiero conocerla. Hoy. Ven a almorzar a casa y trae a tu prometida contigo. ¿O vas a hacerme esperar más?

Luciana sintió un escalofrío recorrerle la espalda al ver la expresión resignada de Dylan.

—Está bien —accedió él, sin opción—. Llegaremos al mediodía.

Colgó sin darle tiempo a protestar.

Con un suspiro, se acercó al escritorio de Luciana, inclinándose ligeramente hacia ella, lo justo para que solo ella lo escuchara.

—Cambio de planes, muñeca —murmuró con su tono más arrogante—. Hoy vas a conocer a mi madre.

Luciana abrió los ojos como platos.

—¿Qué? ¿Por qué? ¡Yo no firmé para conocer a suegras histéricas!

Dylan soltó una carcajada, encantado con su reacción.

—Debiste leer la letra chica del contrato.

Luciana gruñó entre dientes, odiando lo mucho que disfrutaba de toda esa locura.

Pero, en el fondo, una pequeña y absurda parte de ella no podía negar que sentía algo parecido a nervios...

O tal vez era miedo.

Miedo de entrar, aunque fuera de mentira, más profundo en la vida de Dylan Richard.

Y salir ilesa.

**

Luciana bajó del auto de Dylan con el corazón acelerado.

La mansión frente a ella era todo lo que uno esperaría de la familia Richard: elegante, enorme y absolutamente intimidante.

—Relájate —dijo Dylan mientras se acercaba para ofrecerle su brazo—. Solo es mi madre. No muerde.

—¿Estás seguro? —murmuró ella, sin mover un músculo.

Dylan sonrió de lado.

—Bueno… a veces sí. Pero no a ti. No hoy.

Luciana soltó una risa nerviosa, tomando su brazo a regañadientes.

Cuando cruzaron la enorme puerta de entrada, una mujer rubia, impecablemente arreglada, se lanzó hacia ellos con los brazos abiertos.

—¡Dylan! —exclamó con entusiasmo falso—. ¡Y esta debe ser Luciana!

Luciana apenas tuvo tiempo de sonreír antes de ser arrastrada a un abrazo sorprendentemente fuerte.

—Encantada, señora Richard —dijo ella, manteniendo la compostura.

—Nada de "señora", querida, llámame Victoria —dijo la mujer, evaluándola de pies a cabeza como si fuera un producto en una vidriera—. Dylan me ha hablado *tan poco* de ti...

Luciana tragó saliva, mientras Dylan soltaba una carcajada seca.

—Ya sabes cómo soy, mamá —intervino él con su mejor tono encantador—. Me gusta mantener mi vida privada... privada.

Victoria alzó una ceja, claramente no satisfecha, pero sonrió como si aceptara la excusa.

—Vengan, el almuerzo está listo.

La mesa estaba servida con porcelana fina y una vajilla que Luciana temía romper con solo mirarla.

Intentó relajarse mientras Victoria no paraba de bombardearla con preguntas:

¿Dónde trabajaba? ¿De qué familia provenía? ¿Cuántos idiomas hablaba? ¿Sabía cocinar? ¿Quería hijos?

Luciana, con su temple recién descubierto, respondió con sonrisas diplomáticas, sin dar demasiada información.

Dylan, por su parte, la observaba con una mezcla de diversión y genuina admiración.

No podía creer lo bien que Luciana manejaba a su madre, y eso, lejos de tranquilizarlo, le provocaba una inquietud que no quería analizar.

Cuando Victoria se levantó para buscar el postre, Luciana se inclinó ligeramente hacia él y le susurró:

—Me debes mucho por esto.

—Te lo compensaré —respondió Dylan en el mismo tono, sonriendo de manera peligrosa—. Con intereses.

Luciana le lanzó una mirada fulminante, pero su corazón dio un pequeño brinco involuntario.

Cuando Victoria regresó, traía consigo una caja de terciopelo azul.

—Sé que es apresurado —dijo, ignorando la tensión en el aire—, pero quiero que tengas esto, Luciana.

La joven parpadeó, sorprendida, mientras la mujer abría la caja para revelar un delicado anillo de diamantes.

Luciana sintió que el alma le abandonaba el cuerpo.

—Es un anillo de compromiso de la familia —explicó Victoria con una sonrisa dulce pero implacable—. Sé que aún no hay fecha... pero me gustaría verte usándolo. Por lo menos en las reuniones sociales.

Luciana miró a Dylan, en busca de ayuda.

Pero Dylan, el traidor, simplemente se encogió de hombros, divertido.

Ella respiró hondo, sonrió con la mejor máscara que pudo improvisar... y extendió la mano para recibir el anillo.

Si iba a fingir, lo haría como una reina.

Aunque eso significara enredarse aún más en un juego que, sin darse cuenta, comenzaba a sentirse peligrosamente real.

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