capítulo 48

El sol acariciaba suavemente la piel de Luciana mientras el murmullo de las olas le adormecía los pensamientos. Dylan, detrás de ella, la envolvía con los brazos mientras ambos yacían en la enorme cama de lino blanco con vista al mar. La brisa entraba por los ventanales abiertos, llevando consigo el aroma del mar y el eco lejano de unas gaviotas.

—¿Cómo puede existir un lugar tan perfecto? —susurró ella, apoyando la cabeza en el pecho de Dylan.

—¿El lugar o el momento? Porque si me preguntas, yo ya toqué el cielo —respondió él besándole la frente.

Luciana sonrió, pero su cuerpo no respondía con la misma alegría. Desde hacía un par de días se sentía rara. A veces tenía frío, a veces calor. Dormía más de lo habitual, y la comida, esa que antes devoraba sin problemas, ahora le revolvía el estómago.

—Dylan... creo que necesitamos volver —dijo de pronto.

—¿Volver? ¿De qué hablas? ¡Aún nos quedan dos días de luna de miel! —protestó él con una mueca de niño malcriado.

—Lo sé… pero me
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