capítulo 3

POV Luciana

Cuando llegué a la oficina de Dylan, eran las 8:55 de la mañana.

Ni un minuto antes, ni uno después.

Lo enconcapítulo 3tré sentado detrás de su enorme escritorio, hojeando unos papeles como si no estuviera a punto de hacerme una propuesta completamente absurda.

—Puntual —murmuró sin mirarme—. Me gusta.

No dije nada. Caminé hasta sentarme frente a él, en una de las sillas.

Tenía en mis manos una carpeta que había preparado la madrugada anterior.

Si íbamos a hacer esto, sería bajo mis términos también.

Dylan cerró la carpeta que estaba leyendo y entrelazó las manos frente a él.

—Bien, señorita Rivas, si ya decidió formar parte de este pequeño teatro... firmaremos un acuerdo.

Asentí. Él deslizó un documento hacia mí.

Pero en lugar de tomarlo, saqué mi propia carpeta y la puse sobre el escritorio.

—Antes de firmar —dije, mirándolo directo a los ojos— quiero establecer algunas condiciones.

La ceja de Dylan se arqueó, divertido.

—¿Condiciones? —repitió, como si aquello fuera un chiste personal.

—Sí —afirmé con calma—. Cláusula número uno: Nada de sexo. Ni siquiera insinuaciones.

Él soltó una pequeña carcajada.

—No tenía pensado tocarte, Rivas. No eres mi tipo.

Ignoré la punzada tonta que sus palabras provocaron y seguí.

—Cláusula número dos: Contacto físico solo el estrictamente necesario. Nada de besos, caricias o muestras públicas de afecto que no hayamos pactado antes.

—Vaya —dijo Dylan, apoyando la barbilla sobre su mano—. ¿Tan irresistible me crees que necesitas blindarte?

—No quiero malentendidos —repliqué con frialdad—. Cláusula número tres: No soy de tu propiedad. No soy tu novia real. Solo fingimos estar comprometidos.

—Eso lo tengo claro —aseguró, aún divertido.

—Cuatro: Solo te acompañaré a eventos o reuniones que previamente hayamos acordado. Nada de improvisaciones.

—Entiendo... ¿alguna otra cláusula más, abogado Rivas?

Asentí.

—La última: Mientras dure el contrato, espero de tu parte discreción con otras mujeres. No quiero ser el hazmerreír de la empresa ni la comidilla de los pasillos.

Dylan soltó una risa genuina, echándose hacia atrás en su silla.

—Tienes garra, Rivas... me gusta —dijo sonriendo—. Acepto todas tus condiciones.

Pero... —se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con ese tono travieso que tanto odiaba— yo también tengo algunas cláusulas que quiero agregar.

Crucé los brazos, dispuesta a escuchar.

—Número uno: Cambiarás tu imagen. No digo que seas fea —dijo, midiendo sus palabras—, pero vistes como una monja de oficina de los años ochenta.

Fruncí el ceño.

—¿Disculpa?

—Nada muy extravagante —se apresuró a decir—. Solo que luzcas como alguien que podría ser prometida de Dylan Richard. Más estilo, más seguridad.

Ya contraté a un asesor de imagen para ti.

—No pienso vestirme como una modelo barata.

—Tampoco quiero eso —dijo, alzando las manos en son de paz—. Solo... más elegancia. Más Rivas poderosa.

Bufé, pero en el fondo sabía que tenía razón. Mi ropa era más funcional que bonita.

Quizá no me vendría mal un pequeño cambio.

—¿Algo más? —pregunté con impaciencia.

—Sí —dijo, inclinándose aún más sobre el escritorio—. Cuando estemos en público, vas a actuar como si me amaras.

Abrí la boca para replicar, pero él me interrumpió.

—Nada de miradas de odio, sarcasmos o actitudes frías. La gente debe creer que estamos locamente enamorados.

¿Podrás hacerlo, Rivas? ¿Podrás mirarme como si fuera el hombre que te hace feliz?

Tragué saliva, sintiendo que mis mejillas se calentaban.

Maldito Dylan.

Sabía exactamente dónde golpear.

—Puedo fingir —dije, manteniendo la voz firme—. ¿Y tú?

Él sonrió de lado, esa sonrisa arrogante que tantas veces había querido borrarle de un bofetón.

—Yo nací para fingir.

Ambos firmamos nuestros acuerdos.

Sin darnos cuenta, sellamos algo mucho más complicado que un simple contrato.

Sellamos el inicio de un juego que ninguno de los dos sabía aún si podría ganar.

***

La pesadilla empezó en cuanto Dylan me citó en una boutique exclusiva del centro.

Un lugar donde solo entrar ya me hacía sentir fuera de lugar.

—¿Es en serio? —pregunté al verlo recostado con total descaro en un sillón de cuero, revisando su teléfono como si estuviera en su casa.

—Muy en serio —dijo, levantándose y dándome una mirada crítica de pies a cabeza—. Tenemos mucho trabajo por hacer, Rivas.

Rodé los ojos, pero antes de poder protestar, una avalancha de dependientes cayó sobre mí con montones de perchas, vestidos, zapatos y accesorios.

Dylan, por supuesto, supervisaba todo como un general en guerra.

—Ese no —decía, señalando un vestido demasiado corto—. Tampoco ese, parece ropa de secretaria amargada —añadía mirando un conjunto que me había gustado.

Después de más de dos horas de probarme ropa, caminar como idiota en tacones y aguantar sus comentarios sarcásticos, Dylan por fin eligió un par de conjuntos elegantes, sobrios, pero modernos.

—Esto es lo que usaría mi prometida —dijo satisfecho, entregando su tarjeta de crédito a la cajera.

Cuando pensé que el martirio había terminado, Dylan soltó la siguiente bomba.

—Hoy por la tarde vendrá un equipo a tu departamento: asesor de imagen, peluquero y maquillista.

Quiero que estés lista para mañana. Es nuestra primera aparición pública como pareja.

No me dio opción a negarme.

Solo me dedicó una de esas sonrisas arrogantes antes de subirse a su auto y desaparecer.

POV Narrador omnisciente

Esa tarde, Luciana recibió en su pequeño departamento a tres personas que parecían salidas de una película de Hollywood.

Manos expertas la peinaron, maquillaron y la asesoraron en todo, desde cómo caminar hasta cómo posar para las fotos.

Luciana, de mala gana, aceptó todo, refunfuñando en voz baja cada vez que alguien la llamaba "señorita Rivas" con tono reverencial.

Cuando terminaron, y Luciana se miró en el espejo, quedó completamente en shock.

Su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros, su rostro parecía el de una modelo de revista: fresca, elegante, segura.

El vestido negro ceñido a su figura, con un escote discreto y una abertura lateral, la hacía ver sofisticada, sin perder su esencia.

No era la misma Luciana Rivas que esa mañana había entrado a regañadientes en la boutique.

Era otra.

Una versión que nunca se había permitido ser.

Apenas pudo procesarlo, sonó el timbre.

Era Dylan, que había salido horas antes para "darle privacidad" según dijo.

Cuando Luciana abrió la puerta, Dylan se quedó de piedra.

Durante unos segundos, su fachada arrogante se resquebrajó.

Sus ojos recorrieron su figura de arriba abajo, tardando demasiado en volver a su rostro.

—¿Qué? —preguntó Luciana incómoda, cruzándose de brazos.

Dylan carraspeó y fingió desinterés.

—Te ves... aceptable.

Luciana alzó una ceja.

—¿Aceptable?

—No está mal —añadió, encogiéndose de hombros—. Aunque no te emociones, Rivas. El mérito es de los profesionales.

Luciana reprimió una sonrisa.

Sabía que Dylan estaba impresionado, aunque se esforzara en ocultarlo.

—Supongo que tendré que actuar muy bien mañana —dijo ella, tomando su bolso—. No vaya a ser que alguien se dé cuenta de que tu prometida te parece "aceptable".

Dylan sonrió de lado, esa sonrisa que decía que el juego apenas comenzaba.

—No te preocupes, Rivas —murmuró mientras le abría la puerta para salir—. Estoy seguro de que después de esta noche, muchos hombres me van a envidiar.

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