SAWYER
Lucy me dejó un rastro de besos ardientes y mojados por la cintura, de forma pausada, deleitándose mientras con los dedos me recorría los muslos.
Me hizo cosquillas con la nariz en el vello que tenía en la parte baja del estómago.
Se estaba tomando su tiempo conmigo. Era como si supiera exactamente lo desesperado que estaba por sentirla y solo lo estuviese alargando como un método de tortura.
Una tortura deliciosamente buena. Malditamente excelente.
Cuando me pasó una mano por el miembro, agarré el poste de la cama con tanta violencia que sentí cómo la madera crujía en mi mano.
Necesitaba sentir su boca ya.
Me estaba torturando. Provocando, incitando…
Menudo pajarillo cruel, salvaje y despiadado.
Entonces… un estremecimiento.
Hizo una pausa, y tragó saliva de forma casi inaudible.
Abrí los ojos enseguida, ya que ni siquiera había sido consciente de cuándo los había cerrado, y la miré.
—¿Qué ocurre?
Lucy negó con la cabeza. Estaba de rodillas, y me pasaba las manos po