El aroma del curry inundaba el apartamento del capitán, mezclándose con el vapor del arroz y la música suave que Gabriel había puesto desde su celular. Algo instrumental, sin letra, casi imperceptible. La cocina se sentía cálida, como si perteneciera a otro mundo. A uno donde las cosas funcionaban sin sobresaltos, sin noticias urgentes, sin rugby, sin cartas escondidas ni decisiones irreversibles.
—Tienes una forma de cortar las cebollas que me perturba —dijo Sophia, observando cómo Gabriel las despedazaba más que picarlas.
—¿Perturbar en el buen sentido o en el de “este tipo me da miedo con un cuchillo”? —bromeó él.
—Un poco de ambas.
Gabriel rio. Tenía una risa que llenaba el ambiente, como si las paredes se estiraran para dejarle espacio. Sophia sonrió, aunque no del todo. Había aprendido a encontrar cierta calma en esos momentos, en las tardes que no exigían grandes respuestas ni le hacían preguntas incómodas. Solo era sábado. Solo estaban cocinando.
Y, sin embargo, algo pesaba.
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