Una noche. Tres hijos. Cero recuerdos… hasta ahora. Isabella solo quería empezar de nuevo. Un trabajo estable, una rutina tranquila… y mantener oculto el mayor secreto de su vida: los trillizos que nacieron después de una noche loca con un desconocido. Un hombre al que nunca volvió a ver. Hasta que lo ve. Otra vez. Alexander Blackwood. CEO, millonario, irresistible... y su nuevo jefe. Y sí, él es ese desconocido. El problema es que Alexander está comprometido, y su prometida no está dispuesta a compartir. Mucho menos con una asistente que aparece de la nada… y que guarda un secreto que podría hacerlo perderlo todo. Isabella no busca drama, pero el drama la encuentra. ¿Podrá proteger a sus hijos, su corazón y su dignidad, cuando el pasado vuelva a golpear con más fuerza que nunca?
Ler maisEl café se le derramó por tercera vez esa mañana.
—¡Maldición! —bufó Isabella mientras intentaba limpiar la mancha en su blusa con una servilleta húmeda. Los trillizos habían dejado un caos en la cocina, la niñera había llegado tarde, y su cita con el nuevo empleo no podía ser más inoportuna. Aun así, ahí estaba: parada frente a uno de los rascacielos más imponentes de la ciudad, con una mezcla de nerviosismo, adrenalina y… algo más que no sabía cómo nombrar. Blackwood Enterprises. El nombre retumbaba en su mente desde que aceptó el trabajo como diseñadora dentro del departamento creativo. El sueldo era una bendición, la oportunidad, un sueño. Pero algo dentro de ella vibraba extraño desde que escuchó aquel apellido. Sacudió la cabeza y entró al edificio. Al pisar el mármol brillante del vestíbulo, sus pasos resonaron como una advertencia. El ascensor estaba abierto. Isabella se apresuró, ajustando su bolso y ocultando la mancha de café como podía. Dentro, un hombre con un traje negro, espalda recta y aroma a madera y poder, revisaba su teléfono. Isabella levantó la vista… y el mundo dejó de girar. Alexander. No podía ser. Su respiración se detuvo por un instante eterno. De entre todas las personas de ese enorme edificio, tenía que toparse con él en un ascensor. El mismo cabello rubio perfectamente peinado, la mandíbula marcada, los ojos verdes que la habían mirado hace cinco años como si pudieran ver su alma. Estaba igual. Mejor, incluso. Ella se quedó petrificada. De inmediato, sus manos se volvieron temblorosas y resbaladizas por el sudor. Era él. Después de cinco años lo tenía en frente y, de pronto, todas las palabras que había ensayado para cuando llegara ese momento, se le olvidaron por completo. Los nervios se hicieron cargo de la situación e Isabella se giró lo más rápido que pudo, dándole la espalda en el instante justo en el que él levantaba la cabeza. Al verla, las cejas de Alexander se fruncieron. Por un segundo, sus labios se entreabrieron, como si algo en ella le resultara familiar, había algo en ella chica que lo llamaba, una vibra que captaba su atención incluso de espaldas como estaba, pero no logró ubicarla. —¿Subes? —preguntó con voz grave en un intento de llamar su atención y que se girara hacia él. Isabella tragó saliva. —Sí. Claro. —pero se quedó quieta en el lugar. El ascensor se cerró con un suspiro metálico. Subieron en silencio. Ella intentaba no mirarlo, pero sentía su presencia como un campo magnético. ¿No la había reconocido? ¿Después de esa noche? ¿Después de… todo? "Calma, Isabella. Nii siquiera le has dado tiempo a que te mire." —se dijo a sí misma. —Primera vez en la empresa? —volvió a preguntar él, rompiendo el silencio y la tensión que cada vez crecía más en ese maldito ascensor. —Sí —dijo ella, con una sonrisa que le costó horrores mantener. —Empiezo hoy. —Bienvenida entonces. —La miró de reojo con una sonrisa leve y encantadora. Esa que ella hubiese recordado muy bien si se hubiese girado. Por un instante, Alexander se vio impulsado a dar un paso hacia delante para mirarla. Había algo que tiraba de él hacia la chica. Necesitaba acercarse, como una polilla a la luz, pero el ascensor se detuvo en el piso 20. Isabella salió disparada sin mirar atrás y exhaló como si hubiera estado conteniendo el aire desde que entró. Antes de que tuviera tiempo de alcanzarla, si asistente llegó leyéndole su horario del día como de costumbre, y la chica misteriosa se le perdió de vista. --- Horas después, Isabella caminaba por el pasillo hacia la sala de juntas donde se presentaría con su equipo. Intentó concentrarse en su portafolio, en su presentación, en no pensar en cómo iba a convivir con el hombre que había cambiado su vida sin siquiera saberlo, pero no lo consiguió, no en todo el día desde que se había topado con él. Al llegar, todos estaban de pie. Se escuchaban murmullos. —El CEO va a dar unas palabras —le susurró una de las diseñadoras. Todo el cuerpo de Isabella se tensó. Por supuesto que se encontraría con él de nuevo el mismo día. Al parecer, al destino le parecía chistoso ponerla en situaciones difíciles. Sin saber qué hacer, se quedó cerca de la puerta para no llamar la atención. Entonces la voz volvió a llenar el aire. —Buenos días a todos. Soy Alexander Blackwood. Entró con esa misma presencia que había dominado el ascensor, el mismo porte, el mismo aire de hombre poderoso. Sus ojos recorrieron la sala mientras hablaba… y por un instante se detuvieron en los de Isabella. Su ceño se frunció, apenas. —Hoy damos la bienvenida a una nueva integrante de nuestro equipo creativo… Isabella Reyes. —y caminó hacia ella. Isabella sintió que el piso se abría bajo sus pies porque Alexander la miró. Esta vez, realmente la miró. Sus ojos verdes se agrandaron, y el gesto en su rostro cambió de inmediato. Como si algo hiciera clic en su memoria. Como si todo le golpeara de pronto. —¿Isabella? —dijo en voz más baja, sorprendido. Solo ella lo escuchó. Ella sostuvo su mirada. No había espacio para mentiras ahora. —Hola, Alexander. El murmullo del equipo siguió, ajenos a la tensión invisible que flotaba entre ellos. Alexander retrocedió medio paso, como si necesitara reordenar sus pensamientos porque era ella, en verdad la tenía delante de él después de tanto tiempo y no podía creerlo. Pestañó rápido para salir del trance y su voz se volvió más controlada. —Bienvenida oficialmente a la empresa. Estoy seguro de que… será una colaboración interesante. Isabella solo pudo asentir. Sabía que él la recordaba ahora. Lo vio en sus ojos. En ese momento exacto, Alexander Blackwood supo quién era ella. Y todavía no tenía idea de que tenía tres hijos suyos esperándolo en casa.La luz entra por los ventanales de la casa frente al mar, tiñendo todo de dorado. Afuera, las olas rompen con suavidad en la orilla, y el viento trae consigo el murmullo eterno del océano. Es un nuevo día, y en la vida de Valentina y Henry, también es un nuevo comienzo.Están sentados bajo una carpa sencilla en una feria benéfica que han organizado juntos. Henry, con una camiseta blanca con el logo de la fundación, ofrece cajas con productos artesanales. Valentina ríe mientras intenta coordinar a un grupo de niños voluntarios. La complicidad entre ellos es palpable: miradas cómplices, roces de manos, sonrisas que se escapan como suspiros.Él, ahora comprometido con ella, lleva un anillo sencillo, pero con un grabado especial: “Donde tú estés, empieza mi hogar”. Fue idea de él. Valentina lo besó cuando se lo puso, sabiendo que esta vez, sí podía confiar. Que el pasado ya no era una sombra, sino una enseñanza.—¿Sabes qué estoy pensando? —dice ella, mientras se sientan a descansar en
Tres años han pasado.La brisa que acaricia la costa es suave, como una caricia del tiempo que ha limpiado las heridas más profundas. En el mundo de Isabella, Alexander y los niños, la vida respira en paz. Pero lejos de ellos, en los rincones oscuros donde alguna vez germinó el rencor, la realidad ha seguido su curso. Justa. Implacable. Irrevocable.---CamilleEl reloj de la pared marca las mismas horas de siempre. Pero para Camille, ya no significan nada.Sentada en una silla acolchada que da a una ventana sin vista, murmura nombres que hace tiempo dejaron de responder. Su cabello está más corto, descuidado. Sus ojos vagan entre los pliegues del aire y el silencio, atrapados en una realidad alterna construida por los restos de su obsesión. Algunas veces sonríe. Otras, llora sin motivo aparente.El hospital psiquiátrico de alta seguridad se levanta en las afueras de la ciudad, invisible para el resto del mundo. Allí, Camille vive. O sobrevive. A veces, cuando las enfermeras la aco
La luz del atardecer se filtra por las ventanas del hogar Blackwood, tiñendo las paredes de un dorado suave y acogedor. El aroma de una cena casera flota en el aire, mezclado con las risas infantiles que resuenan desde el jardín trasero. Emma, Liam y Gael están descalzos sobre el césped, corriendo entre juegos improvisados y carcajadas sinceras. Sus voces se entrelazan como una melodía que parece sellar con felicidad la historia que su familia ha construido.Isabella observa desde el umbral de la puerta, una sonrisa tranquila en los labios y una copa de vino en la mano. Su vestido blanco ondea con la brisa ligera, y sus ojos, antes tan llenos de miedo y fatiga, ahora están colmados de calma. Alexander se acerca por detrás, rodeándola con los brazos. Apoya el mentón en su hombro y ambos observan en silencio la escena frente a ellos.—Son tan felices —susurra Isabella.—Como su madre —responde él, besándole suavemente la mejilla.La casa resplandece de vida. En la cocina, Valentina h
Detrás de ellos, un grito rompe la magia: —¡Tía Valentina! ¡Gael está atrapado en la trampa para ardillas y Liam no quiere rescatarlo porque quiere ser rey! —¡Mi reinado comienza hoy! —se escucha la voz de Liam, digna de una película de aventuras. Valentina suspira, divertida. —Vamos, rey destructor. Tenemos un rescate que hacer. Henry la sigue. Ambos corren hacia los niños con sonrisas desbordadas. Ese día no hay grandes promesas. No hay juramentos eternos. Solo hay café, panqueques, risas y una fotografía vieja que marca el inicio de algo nuevo. A veces, los milagros empiezan así. En lo simple. En lo cotidiano. En el amor que renace sin pedir permiso. Porque a veces, quedarse también es una forma de volar. La noche cae sobre la ciudad con una brisa suave que se cuela por las ventanas abiertas del apartamento de Valentina. En la sala, una manta gigante está extendida en el suelo, rodeada de cojines, palomitas, refrescos y una cantidad sospechosa de dulces que los niños han lo
La casa de Valentina respira vida. Es una melodía caótica y tierna: risas desbordadas, pasos diminutos corriendo por el pasillo, canciones inventadas al instante, gritos de guerra entre príncipes y dinosaurios. El reloj apenas marca las nueve de la mañana, pero parece que han vivido ya un día entero. —¡No puedes casarte con un cactus, Gael! —grita Emma, arrastrando su capa de princesa hecha con una toalla rosa. —¡Puedo si lo amo! —responde Gael muy serio, abrazando la pequeña maceta del pasillo con la devoción de un actor de teatro. —¡El amor no tiene espinas! —proclama Liam, con una corona de cartón chueca y el torso cubierto con stickers de animales. Valentina los observa desde la cocina, taza de café en mano y sonrisa indeleble. Aunque parezca mentira, se siente en paz. Los niños llenan cada rincón de la casa con su energía, pero también con una ternura que le calienta los huesos. Isabella y Alexander están disfrutando de su luna de miel, y ella tiene el privilegio de
POV DE ISABELLA Alexander parecía no tener fin. Yo estaba ya agotada y susistiendo a sus embestidas mientras que él se veía íntegro, fuerte, hermoso mientras me penetraba cada vez más fuerte.La tenía tan grande, joder. Toda su dura extensión temblaba dentro de mí. Mi cuerpo respondía a sus temblores, lo apretaba desde el interior. Me clavó los dedos en la piel, me los hundió en las caderas. Con un manto de humo negro a su alrededor, como si de un viento negro se tratara, empezó a moverse. En primer lugar, despacio. Los tendones del cuello se le marcaban, orgullosos. Salió de mi interior apenas un par de centímetros. Los movimientos más leves lo acercaban cada vez más al orgasmo. Volvió a ponerse en movimiento, me embistió con las caderas, introdujo la polla un poco más con cada embestida. Iba a un ritmo que más bien era una tortura. Yo me había acomodado a él y la deliciosa fricción que crecía entre nosotros empezaba a convertirse en una agonía desesperada.—Por favor… —Alargué
Último capítulo