Una noche. Tres hijos. Cero recuerdos… hasta ahora. Isabella solo quería empezar de nuevo. Un trabajo estable, una rutina tranquila… y mantener oculto el mayor secreto de su vida: los trillizos que nacieron después de una noche loca con un desconocido. Un hombre al que nunca volvió a ver. Hasta que lo ve. Otra vez. Alexander Blackwood. CEO, millonario, irresistible... y su nuevo jefe. Y sí, él es ese desconocido. El problema es que Alexander está comprometido, y su prometida no está dispuesta a compartir. Mucho menos con una asistente que aparece de la nada… y que guarda un secreto que podría hacerlo perderlo todo. Isabella no busca drama, pero el drama la encuentra. ¿Podrá proteger a sus hijos, su corazón y su dignidad, cuando el pasado vuelva a golpear con más fuerza que nunca?
Leer másEl café está casi vacío cuando Valentina entra. Son las nueve de la mañana de un sábado y la ciudad parece haberse tomado un descanso. Sus pasos suenan amortiguados en el suelo de madera, y sus ojos buscan a Isabella entre las mesas. La encuentra junto a una ventana, con un cappuccino humeante entre las manos y el rostro iluminado por la luz tenue del día gris.Valentina se acerca sin decir palabra y se sienta frente a ella. Isabella levanta la mirada y le ofrece una sonrisa cálida, pero también cargada de gravedad. Hay algo urgente en su expresión, algo que Valentina capta de inmediato.—Gracias por venir —dice Isabella, rompiendo el silencio primero.—Sabía que era importante. Tu mensaje sonaba... distinto.Isabella asiente y toma aire, como si cada palabra que va a pronunciar pesara más de lo normal.—Te llamé porque necesitaba hablar contigo desde otro lugar. No como la mujer que fue traicionada. Solo como tu amiga.Valentina baja la mirada. Se siente expuesta, como si Isabella
El silencio envuelve el apartamento como una sábana tibia. Solo el leve zumbido del refrigerador y la respiración pausada de los trillizos en sus habitaciones le recuerdan a Isabella que no está sola.Se ha sentado en el sofá del salón con una manta en las piernas, una taza de té medio frío en las manos y la mente demasiado despierta como para considerar dormir. Esta noche, su alma está en carne viva.Perdonó a Henry.No porque lo mereciera, sino porque ella necesitaba hacerlo.Lo ve todo con claridad mientras observa la penumbra del salón. Su reflejo en la ventana es solo una silueta, una sombra tranquila en apariencia, pero detrás de esos ojos aún palpitan viejas heridas.Isabella cierra los ojos, y el pasado regresa con la violencia de una marea oscura.Hace dieciséis añosLa lluvia golpea la ventana del orfanato con la misma fuerza que retumba el corazón de Isabella. Tiene solo nueve años, y su pequeña figura tiembla sobre el colchón. No por frío. No por miedo. Por la certeza punz
El mensaje le llega a Henry pasadas las ocho de la noche. Breve, directo. Solo cinco palabras que logran encogerle el estómago: “Podemos hablar. Esta noche.” El remitente es Isabella.Él lo mira durante largos segundos, con el móvil temblando entre sus dedos. No hay reproches en el texto, tampoco amenazas. Pero eso no hace que se sienta menos condenado. Porque sabe que esa cita no es un punto de partida, sino una despedida necesaria. La última oportunidad que Isabella le concede, tal vez no para reconciliar, sino para cerrar la herida que él ayudó a abrir.Se presentan en un café discreto, uno que Isabella ha escogido con deliberada neutralidad. No hay nadie más en el lugar a esa hora. Solo ellos, dos almas rotas que se reconocen más por las cicatrices que por lo que alguna vez compartieron.Isabella llega puntual. Viste sencillo, con jeans oscuros y una blusa beige que contrasta con la sombra bajo sus ojos. Su cabello cae suelto, y sus labios están firmemente sellados. Se sienta fr
El reloj de la oficina de Alexander avanza con una lentitud insoportable. Cada segundo parece marcar el compás de una ansiedad contenida. Sentado tras su escritorio, revisa los documentos que su equipo legal ha estado organizando tras la entrevista pública. Todo indica que la tormenta mediática comienza a calmarse, pero el ambiente en el edificio sigue enrarecido. No es la prensa lo que lo mantiene en vilo esta mañana, sino la presencia de Henry esperándolo en la sala de juntas.Alexander no quería recibirlo. De hecho, estuvo a punto de ordenar que le impidieran el paso. Pero algo en su interior, quizás el rastro tenue de un lazo roto, lo obligó a aceptar.Abre la puerta con brusquedad. Henry se levanta de inmediato, con un expediente en la mano y el rostro pálido, visiblemente más delgado que semanas atrás. Su ropa está perfectamente planchada, como si intentara proyectar una imagen de control que no siente en absoluto.—¿Qué demonios haces aquí? —espeta Alexander, sin siquiera s
Más tarde, cuando Isabella duerme, Alexander se queda en la sala. Mira la foto enmarcada de los trillizos. Emma, con sus rizos revueltos. Gael, con esa sonrisa ladeada. Liam, que lo observa como si supiera todo lo que pasa.Se levanta, va a la cocina, y sirve un vaso de agua. Lo bebe con lentitud. Intenta tragarse la amargura.Entonces toma su teléfono. Escribe un mensaje.> "No te perdono, pero tampoco te destruiré. No por ti. Por ella."No lo envía.Lo borra.Y se queda mirando la pantalla como si en ella estuviera la respuesta a todas sus preguntas.El reloj marca las diez y media cuando Alexander se levanta del sofá, incapaz de encontrar descanso. Isabella duerme en la habitación con la puerta entreabierta, y la casa se ha sumido en un silencio que pesa como plomo. Pasa por el pasillo, sus pasos casi inaudibles, hasta llegar a la habitación de los niños.No sabe qué lo impulsa a entrar, pero lo hace. Empuja suavemente la puerta y los encuentra en sus camas, enredados entre cobija
El despacho está en silencio, pero no de ese tipo sereno que da paz. Es un silencio tenso, punzante, como si cada molécula del aire se estremeciera de rabia contenida. Alexander observa la pantalla del ordenador sin ver realmente lo que hay frente a él. Su mandíbula está tan tensa que duele, y sus dedos tamborilean con violencia sobre el brazo del sillón de cuero.Henry está en la sala de juntas. Lo sabe porque lo ha visto entrar por las cámaras de seguridad que ahora revisa como si se tratara de un prisionero bajo vigilancia constante. Está presentando un informe de progreso. Un informe perfecto. Intachable. Tan pulido como si quisiera redimirse con eficiencia.Pero eso solo lo enfurece más.Porque no importa cuán brillante sea el informe, no borra el hecho de que su hermano —su propio hermano— lo traicionó. No solo a él, sino también a Isabella. A sus hijos. A esa pequeña familia que apenas comenzaba a construir.El teléfono suena, y Alexander lo ignora. El simple timbre le result
La noche ha caído sobre la ciudad, envolviéndola en una calma engañosa. Henry conduce por las avenidas iluminadas, con los nudillos blancos de tanto apretar el volante. No ha dormido desde que habló con Alexander. La conversación lo dejó devastado, con la garganta quemando y el corazón desgarrado. Pero hay algo más que necesita hacer, una última conversación que lleva días postergando. Tiene que verla. Necesita verla.Detiene el coche frente al edificio de Valentina y sube con pasos firmes, aunque por dentro todo le tiemble. Toca el timbre. Unos segundos que parecen eternos pasan antes de que la puerta se abra. Allí está ella, Valentina, en pijama y con el rostro apagado por la sorpresa. Sus ojos oscuros se abren, no de alegría, sino de tensión contenida.—¿Qué haces aquí, Henry?—Necesito hablar contigo. Por favor. Solo unos minutos.Valentina duda. Su mirada va de su rostro a sus manos, como si buscara una señal para cerrarle la puerta. Pero al final da un paso atrás y le per
La ciudad se desliza tras el parabrisas como un borrón de luces y sombras. Alexander conduce sin mirar realmente el camino, guiado por el piloto automático de la costumbre y la necesidad de escapar. El aire acondicionado sopla frío sobre su rostro caliente, pero no es suficiente para apagar el incendio que arde en su pecho.Las palabras de Henry retumban en su mente como martillos sobre una losa de piedra. "Quise destruirte. Quise ser tú. Y me perdí en el odio."Sus nudillos están blancos sobre el volante. Cada semáforo parece tardar una eternidad, cada transeúnte una provocación. No sabe si tiene más ganas de llorar o de gritar.Cuando por fin llega al departamento de Isabella, no toca el timbre. Entra con sus propias llaves, esas que ella le dio cuando quiso darle una oportunidad, cuando las cosas parecían simples. Pero nada es simple ahora. Nada lo ha sido desde que supo la verdad sobre los trillizos. Nada lo será después de esto.Isabella está en la cocina, con una taza de té en
La oficina está sumida en un silencio denso cuando Alexander entra. La luz del atardecer se cuela por las amplias ventanas, tiñendo todo con un tono dorado que no logra suavizar la tensión en el aire. Henry ya lo espera, de pie junto al escritorio, los hombros rectos pero la mirada clavada en el suelo, como si el peso de sus acciones le impidiera alzar la vista.Alexander cierra la puerta con un clic seco. No dice nada. Solo lo observa, los labios apretados y la mandíbula tensa. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, hoy arden con una mezcla de decepción y furia contenida.Henry alza finalmente la mirada, y en ella hay algo distinto. Algo que Alexander no le había visto en años: vulnerabilidad. No la máscara arrogante que siempre llevaba, no el sarcasmo que solía escudarlo. Solo un hombre roto, al borde del remordimiento.—Gracias por venir —dice Henry, con voz ronca.Alexander no responde. Se cruza de brazos y espera.Henry respira hondo.—No sé por dónde empezar... Tal vez p