El corazón le latía tan rápido que parecía un metrónomo desafinado, marcando el ritmo de una ansiedad que no podía disimular. Sophia recorría el departamento de punta a punta con el celular en una mano y una carpeta negra en la otra. Cada objeto en su lugar, cada rincón iluminado lo justo, cada paso cronometrado con el temple de quien planea una emboscada.
No había marcha atrás.
Gabriel creía que iba a visitarla para "avanzar en la relación". Eso había sido lo que le escribió, palabra por palabra, en el mensaje que le mandó al aceptar la invitación. Y ella había confirmado la trampa con una foto cuidadosamente medida: recostada en su cama, con las sábanas revueltas, las piernas desnudas en primer plano, la cámara sostenida sobre el pecho. No había rostro, pero no hacía falta. Él sabía. Y mordió el anzuelo.
Gabriel respondió en segundos.
«Estás divina. Voy volando, reina. Espero que estés sin nada debajo de esa sábana cuando llegue. Hoy no me voy hasta que digas basta. No importa si fa