Por unos segundos, el aire se volvió más espeso. Gabriel se adentró en el departamento como si le perteneciera, y Sophia sintió que la temperatura descendía un grado con cada paso suyo. Llevaba el uniforme nacional, el cuello de la camiseta desajustado, el pecho apenas sudado y un brillo ansioso en los ojos. Era un hombre preparado para una victoria, pero no deportiva. Una victoria personal. Privada. Íntima.
Sophia fingió sonreír, aunque por dentro una alarma antigua repiqueteaba en su pecho. No había vuelta atrás.
—¿Y bien? —preguntó él, deslizándose sobre la barra con descuido hacia un costado—. Dijiste que querías hablar, pero no dijiste cuánto ibas a hacerme esperar.
—No será mucho —respondió ella, manteniéndose a una distancia prudente—. Solo necesito que me escuches.
Gabriel se acercó un paso, luego otro. Su presencia era una sombra cada vez más densa.
—¿Otra vez vas a analizarlo todo? —murmuró, casi divertido—. Pensé que ya habías superado esa etapa de tus relaciones.
Sophia ap