Alexis se levantó de su silla con lentitud, como si el peso de su desprecio fuera lo único que lo mantenía en pie. Clavó su mirada en ella con arrogancia, y una sonrisa cruel se dibujó en sus labios.
—¿Y qué? —dijo, con voz cortante—. ¿Acaso crees que tienes derecho a reclamarme algo?
Sienna lo miró, incapaz de contener las lágrimas que corrían silenciosas por sus mejillas.
—¡Yo nunca te engañé! —gritó, con la voz quebrada—. ¿Y con ella? ¿Con mi hermana? ¿Esto es tu venganza? ¿Quieres destruirme por completo?
Él se encogió de hombros con una indiferencia que dolía más que mil insultos. Luego giró y tomó a Tessa de la cintura, la abrazó con una intimidad que le rompió el alma a Sienna. Tessa se recostó en su pecho como una amante victoriosa.
—Vamos, Tessa —dijo Alexis, sin apartar la mirada de Sienna—. Ven a mi cama. Olvida a esta mujerzuela. Déjala que siga soñando que es una santa.
Tessa soltó una carcajada burlona. Sienna sintió cómo se le rompía algo dentro. Los vio caminar juntos,