Enzo se quedó callado, tan quieto que parecía no respirar.
Sin embargo, sus ojos no dejaban de mirar a Pía.
La observaba con una mezcla de desconcierto y sospecha, como si intentara descifrar algo oculto detrás de su sonrisa forzada.
Aquella mirada, tan intensa, hizo que la joven se estremeciera. Sintió el pulso acelerarse, una opresión en el pecho, y fingió sentirse mal solo para escapar de allí.
—Perdón… no me siento bien —murmuró con voz débil antes de alejarse con paso vacilante.
Enzo la vio marcharse, y algo dentro de él se encendió. Era una corazonada, de esas que nacen en el alma y no pueden ignorarse.
En cuestión de segundos, se giró hacia su padre y su primo, con el rostro desencajado.
—Vengan conmigo. ¡Por favor, vengan ahora! —exclamó con una urgencia que asustó a ambos.
Alexis, su padre, intercambió una mirada con su sobrino.
El chico conducía, confundido pero dispuesto a seguirlo. Enzo no podía explicar con claridad lo que sentía, solo sabía que debía ir.
—¡Juro que la lla