A la mañana siguiente Fernanda fue dada de alta.
Salió del hospital con la palidez ya menos marcada, pero con el cuerpo aún frágil y la mirada clavada en un futuro que se le antojaba incierto.
Enzo la acompañó en silencio; su mano apretaba la suya con una ternura contenida que decía más que cualquier promesa.
Partieron a la ciudad sin demasiado ruido: la boda estaba a una semana y la vida pedía normalidad, aunque por debajo latiera el peligro.
No habían pasado ni dos días cuando Enzo recibió una llamada que le heló la sangre: Pía luchaba por cobrar de inmediato el seguro de vida de Fernanda.
La noticia le golpeó con la crudeza de una traición: la hermana de Fernanda, la sangre con la que habían compartido infancia, ahora buscaba beneficiarse de la tragedia.
Enzo dejó la llamada en manos de Alexis, su abogado y amigo.
Pocos minutos después, Alexis lo llamó en retorno: había encontrado pruebas —firmes, documentadas— que relacionaban a Pía y a Logan con el daño que habían provocado a Fer