Los días avanzaron. La noche antes del fin de semana, que sería la fiesta de despedida de solteros, Enzo llevó a Fernanda a una cena cerca del lago. Tomó su mano con ternura.
—Eres la primera persona que realmente he amado, Fer —dijo, mirándola a los ojos—. Conoces todos mis demonios, y también todas mis virtudes.
Fernanda sonrió y acarició su rostro.
—Y yo te amo tal como eres, en las buenas y en las malas —respondió—. Te lo prometo, vamos a ser felices, vamos a crecer juntos, no nos vamos a dejar vencer.
Se besaron con una mezcla de ternura y pasión. Sonrieron, sintiéndose más enamorados que nunca, más listos para ser marido y mujer.
Al día siguiente, Fernanda se despidió de Enzo.
—Te veré el lunes, y comienza la cuenta regresiva para nuestra boda —dijo, besando sus labios.
—Cuídate mucho, amor, recuerda enviarme un mensaje al llegar —respondió Enzo, acariciando su mejilla.
Ella asintió y escuchó el claxon. Su hermana Pía había llegado. Pía la miró con una expresión angustiada, recor