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Capítulo 258: Bajo las luces del hospital de Bolonia

Marcos inspiró profundo.

El olor del hospital —cloro, desinfectante, medicinas— lo hizo retroceder mentalmente a un tiempo que había intentado olvidar.

Las imágenes de Adrián, pálido y débil, se mezclaron con los recuerdos del dolor en su propio abdomen después de la operación.

Fernando le puso una mano en la espalda, firme, como un ancla.

—Respira —dijo con voz baja.

—Estoy bien —mintió Marcos.

Camilo se adelantó, ajustándose la chaqueta.

—Vamos. Entre más tardemos, más riesgo hay de que ese maldito no esté en turno.

Entraron por las puertas automáticas y el hospital los envolvió con su ruido constante: monitores pitando, pasos apresurados de enfermeras, voces sin rostro llamando números de consulta.

Un caos ordenado.

Marcos caminó unos pasos y se detuvo.

Había gente en sillas de ruedas, madres con niños, ancianos somnolientos… y sintió un golpe de rabia: ese hombre, Antonio, seguía viviendo como médico, como si jamás hubiera destrozado vidas.

Fernando lo observó de reojo.

—Recuerda
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