La habitación del orfanato estaba sumida en el más absoluto silencio, roto sólo por el zumbido lejano de los grillos en el jardín. Isabella yacía sobre su cama, aún con la espalda tensa, los ojos fijos en el techo desgastado. No había lágrimas en su rostro. Ni suspiros. Solo el peso denso, asfixiante, de una humillación que se le había adherido a la piel como una segunda capa.El vestido de novia seguía allí, colgado en el perchero de hierro como una maldita sombra. Blanco, delicado, con encajes cosidos a mano. Un regalo de Victoria. Uno que ella había aceptado con ingenuidad, creyendo —por un segundo— que tal vez las cosas saldrían bien. Que ese día, aunque no fuese perfecto, sería al menos digno. Pero no.Estaba furiosa.Con Marcos, por tratarla como un objeto descartable con Victoria por prometerle que todo saldría bien, y sobre todo, consigo misma, por haber creído en ellos.—Te odio —murmuró al vacío, sintiendo que su voz le raspaba la garganta—. Maldito seas, Marcos Echeverría.
Ler mais