La mañana llegó demasiado rápido.
El amanecer cayó sobre la cuidad sin avisar, como si el tiempo mismo quisiera arrastrarlos hacia ese destino que ya no podía postergarse más: Bolonia, Italia.
Un viaje que no era de negocios, ni de placer.
Era un viaje de justicia.
Marcos llevaba horas despierto.
No había logrado dormir ni un segundo.
Cada vez que cerraba los ojos aparecía el rostro de Adrián: su risa traviesa, su voz, sus manos pequeñas aferradas a las suyas… y luego, ese frío que jamás olvidaría.
La sensación de haberlo perdido sin explicación.
La culpa.
La impotencia.
Ese dolor se había instalado en el centro de su pecho como una sombra que ni el tiempo ni los logros habían logrado borrar.
Se observó frente al espejo.
Tenía el rostro más serio, más marcado… pero también más decidido.
Era el rostro de un hombre que estaba listo para enfrentar el pasado que lo había roto.
Tomó su maleta.
Al bajar a la sala encontró a Fernando sentado en el sofá, con una taza de café intacta entre los