El silencio dentro de la pequeña sala parecía cada vez más espeso.
Antonio José Valera tragó saliva por tercera vez, y aunque intentaba mantener su compostura profesional, el temblor en sus manos lo volvió evidente.
Sus ojos iban de Marcos a Fernando… y regresaban, como si buscara en sus rostros una memoria que no terminaba de formarse.
Finalmente, con voz entrecortada, murmuró:
—¿Puedo… hacerles una pregunta?
—Hazla —respondió Marcos, sin un rastro de emoción.
El médico inspiró hondo, como si necesitara valor.
—La cara de ustedes dos —dijo, señalándolos con los dedos temblorosos— me resulta… familiar. Muy familiar.
Se inclinó hacia delante, con la expresión apretada por la duda—. ¿Nos hemos visto antes?
Camilo soltó una carcajada corta, seca, venenosa.
—Ah, mira —dijo con una sonrisa que era todo menos amable—, qué bien que ya va despertando tu memoria, médico de porquería.
El doctor se tensó como si le hubieran clavado una aguja.
—¿Qué… qué está pasando aquí? —intentó levantarse.
No