La semana en la isla había transcurrido como un sueño. Cada día había sido una sorpresa, una aventura distinta, un recuerdo que se grababa en sus corazones. Desde paseos por la playa al amanecer, caminatas entre senderos llenos de flores tropicales, hasta cenas bajo la luz de la luna con el sonido del mar de fondo. Sin embargo, lo que realmente recordaban con más intensidad eran las noches. Esas noches llenas de risas, caricias y de una intimidad que solo ellos compartían, donde cada beso, cada abrazo, cada susurro, fortalecía su conexión y los acercaba aún más.
Esa última noche, Isabella decidió salir un momento a la terraza. El aire fresco de la brisa marina acariciaba su rostro y despejaba su mente. Se recostó suavemente sobre la baranda, dejando que la brisa jugara con su cabello mientras contemplaba el horizonte. La luna reflejaba su luz plateada sobre el mar, creando un espectáculo silencioso y romántico que parecía hecho solo para ellos.
—¿Piensas mucho? —la voz de Marcos rompi