Mundo ficciónIniciar sesiónEl día que Salvador estaba destinado a casarse con Mónica, su mundo se vino abajo. Frente a cientos de invitados, y bajo la mirada crítica de su padre, fue plantado en el altar sin una explicación... solo una carta de despedida y la noticia de que ella huyó con otro hombre. Para Salvador, la traición no dolió tanto como la humillación. Decidido a no darle la razón a su padre, el mismo que siempre lo llamó un fracaso, toma una decisión impulsiva: no se quedará sin esposa. Necesita una, y la necesita ya. Entre los invitados está Cristina, la mujer a la que siempre enfrentó en la sala de juntas y que, irónicamente, es amiga de la desaparecida novia. Lo que nadie sabe es que Cristina ha amado en silencio a Salvador durante años… y que hoy, sin esperarlo, él la mira como su única salida. Salvador le ofrece una suma millonaria a cambio de que acepte casarse ahí mismo, y ella sorprendentemente acepta. Él desconoce la razón de que ella haya aceptado, solo la ve como una mujer interesada, pero el hecho de que ella sea la amiga de su ex prometida, hace que la venganza sea mucho más placentera.
Leer másSalvador no solía perder el control. Era un hombre acostumbrado a la presión, al escrutinio y a las expectativas impuestas. Su temple era casi una coraza. Sin embargo, aquel día, el umbral de su paciencia ya había sido superado. La ceremonia debía haber comenzado, pero la ausencia de Mónica, su prometida, eclipsaba todo. Los invitados aguardaban impacientes: el juez de paz, empleados de su empresa, socios, y hasta su padre —el mismo hombre que nunca dejó de subestimarlo—. Todos estaban ahí, menos ella.
El silencio expectante y las miradas fijas sobre él comenzaron a calarle como alfileres. Salvador apretó los dedos con una fuerza inconsciente, como si pudiera controlar el caos exterior mediante la tensión de su propia carne. Entonces, una figura familiar apareció: Sebastián, su amigo, el único en quien había confiado para encontrar a Mónica. Una chispa de esperanza se encendió en su interior, aunque tenue, como una vela a punto de extinguirse. —¿Y bien? ¿Dónde está Mónica? —preguntó con una urgencia apenas contenida. Sebastián no respondió de inmediato. En su lugar, metió una mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un papel cuidadosamente doblado. Al pronunciar el nombre de Salvador en un susurro casi compasivo, parecía anunciar una tragedia más que una explicación. Salvador lo miró, desconcertado. —¿Qué es esto? —Ahí está la respuesta. —¿Qué? ¿Dónde está Mónica? La impaciencia dio paso al presentimiento, y el presentimiento, al temor. Sebastián colocó la carta en su palma. El papel, ligero como una pluma, pesaba como una sentencia. Con un nudo en la garganta, Salvador desdobló la hoja. Reconoció de inmediato la caligrafía de Mónica. Sus pupilas se contrajeron mientras avanzaba línea por línea. Al terminar, levantó la vista, buscando en el rostro de Sebastián algo que desmintiera lo evidente. —¿Qué significa esto? —Estaba en su puerta… Pero no es todo. Hablé con algunos vecinos. La vieron salir… con una maleta. No iba sola. —¿Con quién? —Con Josué. El nombre fue una cuchillada. Salvador lo escupió con rabia. —¿¡Josué!? ¿Estás hablando del maldito novio de Cristina? ¿Se largó con ese imbécil? La incredulidad lo desgarraba por dentro. Había sido humillado, traicionado, y todo frente a los ojos expectantes de quienes menos debía fallarle, sobre todo él: su padre. Ese hombre que siempre lo había mirado con desdén, como si el fracaso fuera inherente a su existencia. Y ahí estaba, entre los asistentes, con una media sonrisa ladeada que Salvador conocía bien. Una burla sutil, venenosa. Era demasiado. Apretando el papel hasta hacerlo trizas, Salvador se dio media vuelta y salió del salón sin mirar atrás. Sebastián lo siguió de inmediato, visiblemente preocupado. —Salvador, sé que estás destrozado. Déjame llamar un taxi. Llévate el tiempo que necesites. Yo hablaré con los invitados. Cancelaré la ceremonia. —¿Cancelar? —repitió Salvador, deteniéndose de golpe. Se giró hacia él, y sus ojos ardían con una mezcla de furia y orgullo herido—. Aquí no se cancela nada. La boda sigue… con o sin ella. Sebastián lo miró como si no reconociera al hombre frente a él. —¿Estás escuchándote? Mónica se fue. Nadie sabe a dónde. —¿Y quién dijo que me casaría con ella? No permitiré que me dejen en ridículo, y mucho menos frente a mi padre. Hoy vine a casarme… y me casaré. Encuentra a quien será mi esposa. —Esto es una locura, Salvador. No sabes lo que estás diciendo. —Si tú no la buscas, lo haré yo mismo. Entonces, Salvador vio a alguien salir del salón: una mujer con el teléfono pegado al oído y una expresión de angustia. Cristina Dupont. Su rival en la empresa. Su espina constante. La mujer con la que compartía más desacuerdos que palabras amables. Sebastián adivinó su intención al instante. —No pensarás en… —Cristina Dupont —murmuró Salvador, con una sonrisa amarga. —Ella es la amiga de Mónica… y la novia de Josué. —Perfecto. Justo lo que necesito. —Pero ustedes se detestan. Apenas se soportan. —Con suficiente dinero, cualquier cosa puede arreglarse. Además, mírala… aún no sabe que su querido novio la dejó por mi prometida. Sebastián negó con la cabeza, exasperado. —Esto es un disparate. Lo lógico sería cancelar todo. —¡Jamás! No dejaré que ese desgraciado me derrote también en esto. —No creo que tu padre… —He sido claro. Ante su tono, Sebastián no insistió más. Se rindió, dolido y frustrado. —Haz lo que quieras. Pero yo no seré parte de esto —y se alejó. Salvador dirigió sus pasos hacia Cristina. Ella no se percató de su presencia hasta que, al girarse, lo encontró frente a frente. —Oh… es usted —dijo, con una ceja levantada y el sarcasmo habitual en su voz. —¿Esperas a alguien? —Eso no le incumbe. No estamos en la oficina, no tengo por qué rendirle cuentas. —Solo intento ser cortés. Pero si quieres respuestas, te las daré. Tu novio se fue con Mónica. Cristina parpadeó, confundida. —¿Perdón? ¿De dónde saca algo tan ridículo? —¿Estás llamándolo? Apostaría a que va directo al buzón. Igual que Mónica. Adelante, intenta. Cristina se quedó inmóvil. La duda comenzó a erosionar su escepticismo. —Fueron vistos saliendo juntos. Maleta en mano. ¿Necesitas más evidencia? Cristina calló. El golpe emocional comenzaba a reflejarse en su expresión. —No tienes tiempo de procesarlo ahora. Tengo una propuesta —dijo Salvador con una calma artificial. —¿Qué dice? —¿Cuánto quieres por casarte conmigo ahora mismo? El desconcierto en el rostro de Cristina fue absoluto. —¿Está ebrio? —¿Me ves ebrio? Hablo en serio. No me iré sin esposa. Ella lo observó unos segundos, como si intentara descifrar si era una broma cruel o una locura auténtica. Luego, enderezó la espalda y respondió: —Cuatro millones. Salvador casi se atraganta. —¿¡Cuatro millones!? ¡Eso es una locura! —Pidió un precio. Ese es el mío. Si no le conviene, búsquese otra. La furia hervía en su interior. Cristina siempre encontraba la forma de exasperarlo. Y sin embargo, allí estaba, considerando seriamente su propuesta. Su orgullo estaba herido, pero no muerto. Y su necesidad de no ser humillado pesaba más que cualquier lógica. —Está bien. Los tendrás. Pero será en pagos, durante un año. No esperes todo junto. No confío en que no desaparezcas con el dinero. —No soy una mujer que rompe promesas. Tiene mi palabra… y mientras usted también cumpla la suya... Seré la sustituta.Daniel no dijo nada.Seguía ahí, inmóvil, con los labios entreabiertos, intentando procesar lo que acababa de escuchar.Leucemia.La palabra seguía resonando en su cabeza como un eco que no encontraba dónde morir.Cristina lo miraba, con los ojos vidriosos, esperando una reacción que no llegaba.Él quería decir algo, cualquier cosa, pero la voz se le había quedado atrapada en la garganta.De pronto, un fuerte golpe en la puerta lo sacó de su aturdimiento.La hoja de vidrio se abrió con violencia, separando el área de emergencias del pasillo.—¡¿Por qué nadie me da una respuesta?! —se escuchó gritar.Salvador apareció, con el rostro desencajado y la respiración alterada.Su mirada recorrió la sala hasta detenerse en Cristina, de pie junto a Daniel.Cristina abrió los ojos de par en par.Su cuerpo se tensó.Con un leve movimiento de cabeza, le rogó a
El cuerpo de Cristina cayó en los brazos de Salvador, inerte, sin un solo signo de reacción.—¡Cristina! —la llamó, con una voz que no parecía suya.Su respiración se volvió irregular mientras la sostenía por los hombros, intentando hacerla reaccionar. El rostro de ella estaba pálido, helado, completamente ajeno a la vida.—¡Vamos, mírame! —exigió, agitándola con desesperación contenida—. ¡Despierta!Pero no hubo respuesta.El murmullo de las pocas personas que aún quedaban, se volvió un zumbido distante. Salvador ya no escuchaba nada, solo el latido violento de su propio corazón retumbando en sus oídos.El aire le pesaba, el pecho le ardía. No entendía por qué el miedo lo golpeaba de esa forma.—¿Qué pasa? ¿Por qué no reacciona? —preguntó Yona, arrodillándose junto a él, la voz quebrada por la angustia.Salvador no respondió. Solo miraba el rostro de Cristina, buscando un
Aquello debió haber sido un malentendido absurdo y sin sentido.¿Qué hacía ahí Mónica? ¿Quién la había invitado? Pero lo más importante: ¿cómo demonios había entrado?Las respuestas a esas preguntas no tardaron en revelarse cuando todos vieron la mano que se extendía para invitarla a tomar asiento.Durante unos segundos, toda la atención se centró en ellos. Luego, Salvador volvió a tomar la palabra frente a las cámaras:—Yo lo recibiré con gusto, si mi esposa me da un hijo, será bienvenido.Con esa respuesta recuperó por completo el interés del público.—Cristina es una mujer que llegó a mi vida en el momento más inesperado —añadió, mirándola con orgullo—. Y si tuviera que volver a elegir con quién casarme, la elegiría nuevamente a ella.Ambos se miraron. Y aunque tenían al frente a dos de las personas que más los detestaban, continuaron con la misma calma, como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor.La ronda de
Finalmente, ellos llegaron al evento. Las luces del salón resplandecían sobre los cristales, y la música de fondo llenaba el ambiente de elegancia. Sebastián se acercó a ellos con una sonrisa de lado.—¿Por qué se demoraron tanto? Lo de que no los interrumpieran era solo una broma… ¿o es que…?Cristina se sonrojó de inmediato, y Salvador, sin decir una palabra, lo tomó del brazo y lo llevó a un lado. Lo miró con seriedad, su voz grave y baja:—Sigue con esos comentarios, y voy a olvidar que estamos en un evento público.Sebastián levantó las manos en señal de rendición, divertido.—Ya, caray, era una broma. Pero lo que no es broma —añadió, mirando en dirección a Cristina— es que todos están fascinados con ella. Esta noche acaparará la atención de todos, incluso la de las cámaras. Creo que hasta podría eclipsar a la modelo.En ese momento, Cristina que se había quedado unos pasos atrás atrajo su atención una vez más. Ambos voltear
Hay quienes dicen que es mejor tener al enemigo cerca, pero para Salvador aquello era lo peor que podía sucederle. En los días posteriores, después de que Josué se sumara a la directiva de la empresa, Salvador tenía que soportar verle la cara todos los días, tolerar su estúpida voz y recordar el momento en que él se atrevió a golpearlo. Sin embargo, no podía hacer nada al respecto. Quizás, de no haber sido por Sebastián, ya le habría partido la cara al ser que detestaba con todas sus fuerzas. Pero, seguramente, eso sería beneficioso para Josué, cosa que Salvador no permitiría.Eso sí, una cosa la tenía muy clara: si ese idiota se atrevía a acercarse a Cristina, no le importaría hacerle una cirugía de cara con sus propios puños.—¿Salvador? —alguien tocó su puerta; él reconoció al instante quién era—. Ya son las ocho.Asomando el rostro, Sebastián encontró a su amigo arreglando su corbata antes de partir rumbo al gran evento.—Ya casi debemos partir. Re
Con una sonrisa con sabor a triunfo y el cuerpo totalmente erguido, el señor Meyer se encontraba en el centro de la mesa en la sala de juntas. Salvador, completamente incrédulo, no daba crédito a las palabras que su progenitor acababa de pronunciar.¿Había oído bien? Aquello tenía que ser una estupidez o un delirio por parte del viejo.—Tú no puedes hacer esto —dijo Salvador, conteniendo apenas su furia.—Son mis acciones —respondió el señor Meyer con fría autoridad—, y puedo hacer con ellas lo que quiera.En ese instante, los demás integrantes de la directiva comenzaron a ingresar a la sala. El padre de Salvador señaló un asiento.—Si deseas, puedes quedarte. Pero eso no cambiará lo que ya decidí.Cristina, que también formaba parte del directorio, entró abriendo los ojos con sorpresa al ver que Josué ocupaba un asiento… pero no cualquiera. La mirada de ella se cruzó con la de Salvador, buscando en él alguna explicación, una res





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