Las miradas curiosas se encontraban por todos lados, incluida la del juez de paz y la del padre del novio. Aunque claro, él parecía intuir lo que sucedía. La sonrisa ladeada en sus labios, con un toque de burla, era solo una muestra de lo poco que confiaba en su hijo. Para él no era más que un fracasado, alguien que lo había tenido todo y que, por el simple hecho de llevar su apellido, debería darle las gracias.
Sin embargo, como una protesta ante sus pensamientos, lo vio ingresar con una postura y actitud que denotaban confianza. Entonces ambos cruzaron miradas. Padre e hijo se desafiaban únicamente con solo verse. Pero había algo más: la sonrisa de Salvador indicaba el anuncio de su victoria, como si no se dejara humillar ante la presencia de su progenitor. ¿Qué planeaba exactamente Salvador? Tan solo hacía unos minutos había salido del altar con una expresión que encerraba dolor y humillación. Pues la respuesta se daría frente a todos. —¿Va a continuar con la ceremonia, señor? —preguntó el juez de paz una vez que tuvo al frente a Salvador. Con una sonrisa ladeada y la confianza en su máximo esplendor, él asintió. —Por supuesto que continuará. Estirando su brazo hacia la entrada, se observó la figura de una mujer que, llevando un vestido rosa en tonos suaves y delicados, se acercaba causando asombro entre los invitados. Nadie podía creer lo que estaban presenciando. ¿Esto era real o alguna clase de espectáculo? Hace tan solo unos minutos ella había estado entre los invitados, pero ahora, para sorpresa de más de uno, su figura estaba en el lugar que le correspondía a la novia. Pero eso no era lo más descabellado: aquellos que presenciaban todo sabían muy bien que la mujer que ahora sostenía el brazo del novio era la amiga de quien debía ser la novia. Murmullos, expresiones de asombro, ceños fruncidos, labios torcidos e incluso críticas se desataron con cautela. ¿Cómo era posible que esto estuviera sucediendo? La amiga de la novia robándole el novio a la novia… Esto era un escándalo mayúsculo, algo totalmente reprobable. Sin embargo, ninguno se atrevió a levantar la voz; por el contrario, permanecieron en silencio, ya que se sabía muy bien el poder que tenía Salvador. No por nada era el director de Meyer, empresa láctea cuyos productos dominaban el mercado comercial del país. Con los labios entreabiertos, apenas pronunciando una palabra, el juez volvió a preguntar: —¿Está seguro de esto? Mirando durante un instante a Cristina y sintiendo su pulso acelerarse, Salvador asintió con firmeza. El juez, mirando a Cristina, le hizo la misma pregunta, a lo que ella, con una sensación que rozaba todas las emociones, apenas alcanzó a asentir. Cristina sabía muy bien que en ese momento todos debían estarla mirando con actitud reprochable. Sin embargo, ella tenía sus motivos para haber aceptado, y eso era más que suficiente. No le debía explicaciones a nadie, más que a su madre… pero ella ni siquiera la quería ver. —Si ambas partes están de acuerdo, entonces procederemos —respondió el juez, dando inicio a la ceremonia. Todo se había dado de manera tan inesperada que ni un bouquet habían conseguido. Cristina podía sentir cómo todas las miradas estaban clavadas en ella, como agujas filosas que se enterraban en su piel. Pero pensar en eso no tenía sentido. Las personas siempre criticarían algo y ella no vivía de lo que los demás opinaran. De modo que, cuando llegó el momento en que debía dar el “sí, acepto”, lo hizo levantando el rostro y con voz firme, que resonó en cada rincón y en los propios oídos de los asistentes, para luego dar paso a la declaración final del juez: —En mi calidad de representante del registro civil, y conforme a las leyes de este país, los declaro legalmente marido y mujer. Esas palabras se sintieron como una sentencia, pero lo que siguió dejó a Cristina en shock. En un movimiento que no vio venir ni imaginaba, Salvador la tomó de los hombros y unió sus labios a los de ella, dejando en claro que su matrimonio era totalmente real y demostrando ante todos que nadie lo humillaría. Pero, por otro lado, Cristina sintió que había sido utilizada. Sus labios se sentían calientes, pero ella sabía perfectamente que ese beso, para Salvador, no significaba nada. De modo que permaneció seria, demostrando que, al igual que a él, para ella tampoco significaba nada. Cristina permaneció en su posición. Sabía que esta no era una boda típica ni común. Lo más probable era que nadie la felicitara, y mucho menos esperaba aplausos por parte del público. Es más, en su cabeza ya casi podía imaginarse a cada uno de ellos encendiendo una trinchera y persiguiéndola como si fuera una bruja. Pero, lejos de sentirse atemorizada, sonrió ampliamente y, para sorpresa de muchos —pero especialmente de su ahora esposo—, se dirigió al público: —Agradezco la presencia de cada uno de ustedes. Sin embargo, no tienen por qué seguir aguantando o conteniendo su incomodidad. Son libres de retirarse. La ceremonia ha culminado. Ella no iba a quedarse en un lugar donde todos la criticaban con solo verla. Podría haber aceptado ser la esposa de Salvador, más eso no significaba que tendría que aguantar todo. De modo que, saliendo en dirección a la puerta trasera, se alejó de todas esas miradas que la juzgaban. Pero algo que ella no esperaba era que, en ese mismo instante, Salvador iría detrás suyo. Cristina creía que al menos al estar lejos estaría tranquila, pero vaya que estaba equivocada. Pues, sin esperarlo, su muñeca fue sujetada con fuerza, obligándola a girar y encontrarse cara a cara con quien ahora era su esposo. —¿Se puede saber qué haces aquí? Recuerda que ahora eres mi esposa, y tu lugar es permanecer a mi lado.