No soy ella

Cristina salió por la puerta trasera del lugar donde se había realizado la ceremonia, con la única intención de respirar. Últimamente, su cuerpo se sentía más cansado de lo normal. Las cosas no habían sido fáciles para ella, pero aun así no quería mostrar su vulnerabilidad frente a los demás.

—No sé qué estoy haciendo… —susurró para sí—. Debería aprovechar este tiempo para mí, y no en...

Pero de repente sus pensamientos fueron interrumpidos cuando una mano sujetó su muñeca y la obligó a girar. Se encontró cara a cara con Salvador. Ella lo miró sin saber qué decir; sentía el dolor en la piel, pues Salvador no era nada delicado al sujetarla. Era como si intentara desquitar toda la ira que lo consumía con ella.

Pero ¿qué culpa tenía ella? A Cristina también la habían dejado. Su novio y a quien consideraba su amiga habían escapado juntos. Ella estaba en la misma posición que Salvador. Sin embargo, quien no podía soportar el golpe en su ego era él.

—Tu lugar como mi esposa es ahora conmigo —le exigió, con una voz gélida que brotaba desde lo más profundo de su ser.

—¡Suéltame, me estás lastimando! —se quejó ella, hasta que finalmente logró librarse de su mano—. ¿Qué es lo que te ocurre? ¿Acaso quieres arrancarme la mano? Vienes aquí a exigir como si me fuera a escapar.

—Pues no me sorprendería que intentaras hacer lo mismo. Pero escúchame bien: si intentas escapar, así me tome años buscarte y levantar roca por roca, te encontraré. Y cuando lo haga, me aseguraré de hacerte la vida miserable. Así que más te vale que no te atrevas a hacer alguna estupidez en mi contra, porque te juro que lo pagarás. ¿Lo has entendido?

Cualquier otra mujer habría retrocedido con temor, sobre todo tras semejante amenaza. Sin embargo, con Cristina no ocurría eso. Ella no se dejaría intimidar por nadie. Podía ser la esposa de su jefe, pero no su títere para que él la manejara a su antojo.

—Soy una mujer de palabra, y créeme que solo me marcharé cuando cumpla el plazo de nuestro matrimonio.

—Pues no te imaginas cuánto deseo que pase ese tiempo. Solo imaginar tu nombre atado a mi apellido me causa rabia, pero no tengo otra opción más que aguantarte hasta que llegue el momento y por fin te largues de mi vida.

Cristina sonrió de lado, como quien intenta ocultar una verdadera emoción.

—Eso no tienes ni que decirlo. Te doy mi palabra de que, tras el plazo, jamás volverás a saber de mí.

Dando un paso hacia ella, Salvador acercó su rostro para susurrarle:

—Ojalá te mantengas firme en tu palabra.

Para todos los invitados que habían presenciado la boda, aquello había resultado inesperado. Sin embargo, nadie cuestionó nada, aunque por las posturas y miradas era evidente lo que pensaban sobre los recién casados, especialmente sobre aquella dama que, por impulso y una decisión personal, tomó el lugar de la novia.

Para desgracia de Cristina, ese sería un peso que tendría que soportar durante mucho tiempo, empezando desde ese momento.

—Así que aquí están —dijo el padre de Salvador con una sonrisa y los brazos extendidos, mientras se acercaba a la pareja recién casada.

Para muchos, esto podría parecer algo normal: un padre felicitando a su hijo por su matrimonio. Pero para Salvador, solo era un intento por averiguar qué estaba sucediendo realmente. Una clara muestra de que estaría atento a cada uno de sus pasos.

—Padre —respondió Salvador, cruzando miradas con su progenitor.

—La verdad, estoy sorprendido. Supiste manejar muy bien ante los demás el haber sido plantado por la mujer que amas.

—Mónica no me plantó —contestó Salvador, a la defensiva.

—Por favor, Salvador, no intentes hacerme ver como un estúpido. Todos los que están ahí adentro se han dado cuenta de que tu prometida no quiso casarse contigo, y que esto es solo un berrinche para enaltecer tu ego. Pero bien... —los ojos del padre se dirigieron a Cristina, y sonrió—. Parece que tuviste buen ojo para escoger rápido. No solo es hermosa, sino que también resulta ser la amiga cercana de tu ex prometida.

—Esto no es por Mónica —respondió Salvador, apretando la mandíbula mientras las brasas en su estómago ardían como si se tratara del mismo infierno.

—Sabes muy bien que el único al que engañas es a ti —respondió su padre. Luego se dirigió a Cristina—. Y tú, dime: ¿cuánto te pagó? Porque imagino que esto no es gratis. Para tener que soportar a mi hijo, tuvo que haberte dado una buena cantidad de dinero.

La incomodidad de Salvador era evidente. Su padre no se tragaría el cuento de que el matrimonio con Cristina era por amor. Pero lo que él no se esperaba era la respuesta de ella, dejando a ambos hombres sin palabras.

—Sí, lo amo —dijo Cristina con una voz firme y decidida, dejando incluso a Salvador con los labios semiabiertos—. La verdad es que siempre he amado a su hijo, señor. Y lo que ha sucedido ahora es que Mónica se enteró de la verdad. Por eso ella no está presente. Pero esto me ha permitido tener el camino libre para casarme con su hijo. Y aunque ahora ella debe estar odiándome, aceptaré la culpa.

—Vaya… —el padre de Salvador levantó las cejas, visiblemente sorprendido—. Realmente no me lo esperaba. De quien sí lo habría esperado es de Mónica, pero de ti es extraño. Siempre te he visto como una trabajadora ejemplar y líder de tu área. Escuchar que aceptas haberte metido en medio de la relación de tu amiga y su novio… pues me hace pensar que realmente no te conocía bien, Cristina.

—Lamento causar decepción, señor, pero en el corazón no se manda. Y yo amo a su hijo.

Adoptando una postura recta, el padre de Salvador asintió. Permaneció unos segundos en silencio, y escondiendo sus manos en los bolsillos, dio media vuelta y se marchó, evitando continuar con las preguntas.

Ver a su padre alejarse permitió que Salvador pudiera por fin exhalar. Pero al instante, sus ojos se posaron en Cristina y en el recuerdo de cómo ella había dicho que lo amaba.

—Estoy cumpliendo con la parte del trato —se adelantó a decir ella, para luego regresar a la ceremonia.

Pero Cristina no sabía que existía algo más complicado que la misma ceremonia de bodas. Y eso ocurriría esa misma noche. Algo que ni siquiera imaginaba cuando esa mañana se colocó el vestido que había comprado dos días atrás por internet, ya que no había planeado asistir.

Qué rara era la vida: en un momento, era una más de las invitadas, y tan solo unas horas después se encontraba sentada al borde de una cama, en una habitación donde se suponía que Salvador la buscaría para consumar el matrimonio. Eso la tenía intranquila.

¿De verdad él pretendía hacerlo? No, eso sería imposible. Cristina estaba completamente segura de que él jamás cruzaría esa puerta.

—Me estoy preocupando en vano —se dijo a sí misma, levantándose de la cama—. Lo mejor será ir a dormir. Ha sido un día muy largo, y presiento que mañana será uno de los peores días de mi vida.

Llevándose las manos a la cabeza, comenzó a desatar los adornos de su cabello hasta dejarlo completamente suelto. Cerró los ojos, estiró el cuello con delicadeza, al igual que sus brazos detrás de la nuca, y soltó un ligero bostezo. Pero entonces se dio cuenta de que había olvidado algo muy importante.

—Un momento… ¿y qué se supone que me pondré para dormir?

Miró alrededor de la habitación, pero fue en vano. ¿Qué podría encontrar ahí? Dormir con algo adecuado parecía absurdo. Sin embargo, ante sus ojos, un peculiar conjunto se encontraba perfectamente doblado sobre la mesa de noche. Al observarlo, pensó que se trataba de un camisón, pero al tomarlo entre sus manos y extenderlo, sus mejillas se tiñeron de rojo carmín al notar que era lo más atrevido que sus ojos habían visto en toda su vida.

—No pretenderá que me ponga esto —dijo, soltando la lencería.

Al ver que no había nada más que pudiera usar para dormir, relajó sus hombros con resignación.

—Al demonio. Prefiero dormir con mi vestido.

Volvió a sentarse, llevando sus manos a los zapatos para quitárselos, ya que sus pies la estaban matando. Sin embargo, cuando terminó de quitarse el segundo zapato, notó que alguien giraba la perilla de la puerta. Levantó la mirada y, para su sorpresa, encontró a Salvador parado bajo el umbral.

Pensó que debía haberse equivocado de habitación... o ¿es que pretendía…?

Cristina ni siquiera pudo completar sus pensamientos. Para su sorpresa, Salvador avanzó hacia ella con pasos firmes y rápidos. La sujetó del brazo, la obligó a levantarse de la cama y, finalmente, la besó en los labios. Un calor abrasador la envolvió de sorpresa. El sabor a uva fermentada se sentía claramente en su paladar, al igual que las manos de él cuando apretó su cintura, haciendo que sus cuerpos se unieran por completo, separados únicamente por la ropa.

La boca hambrienta de Salvador no solo la besaba, la devoraba, embriagándola con su aliento: una mezcla de vino y menta que mareaba los sentidos de su recién esposa.

—Ah… —Cristina, quien no era ajena al placer, no pudo reprimir un gemido cuando él enterró los dedos en sus glúteos.

¿Qué había ocurrido? ¿En qué momento esto se había desatado?

Cristina ya no pensaba con la razón. Solo se dejaba llevar… pero una palabra la haría recobrar la conciencia:

—Mónica…

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