Mundo ficciónIniciar sesiónLa mañana en la mansión Smith amaneció con un silencio tenso. Las cortinas de terciopelo aún filtraban la luz gris de un cielo cargado de nubes, y en el comedor solo quedaban restos del desayuno que los criados habían retirado minutos antes. Logan aún dormía, tirado de cualquier manera sobre la cama, con la chaqueta de cuero lanzada en el suelo y la botella vacía de whisky apoyada en la mesita de noche. El ruido de unos golpes secos en la puerta lo hizo despertar, con los ojos entrecerrados y la cabeza palpitante por la resaca.
—Levántate —la voz grave de su padre retumbó desde el pasillo. No había ni rastro de paciencia en aquel tono. Logan gruñó, pasó una mano por su cabello despeinado y contestó sin levantarse: —¿Qué pasa ahora? La puerta se abrió sin esperar respuesta. Jon Smith entró en la habitación con su porte imponente, traje impecable a pesar de ser temprano, y esa mirada que siempre parecía juzgar y condenar al mismo tiempo. Se cruzó de brazos mientras observaba a su hijo recostado como un adolescente rebelde que se negaba a enfrentar la vida. —Bájate de esa cama. Tenemos que hablar. Logan rodó los ojos y se incorporó lentamente, con desgano. —Si es para darme otro sermón, mejor vuelve más tarde. Jon no respondió a la provocación. Caminó hasta la ventana, corrió las cortinas y dejó que la luz grisácea inundara la habitación, revelando el caos: ropa tirada, revistas de autos esparcidas, botellas vacías, llaves de coches en el suelo. Todo un retrato de lo que su hijo representaba: desorden. —Estoy harto, Logan —dijo con voz baja, contenida, pero cargada de furia—. Anoche hiciste el ridículo otra vez. Llegaste a la cena oliendo a gasolina, como un vulgar mecánico, cuando tu hermana estaba presentando oficialmente a su prometido. ¿Tienes idea de la vergüenza que me hiciste pasar delante de Nathan Force? Logan se encogió de hombros, con esa sonrisa ladeada que siempre encendía la rabia de su padre. —Si Force se ofende por un poco de gasolina, quizá no sea tan fuerte como aparenta. Jon lo miró con los ojos entrecerrados, la mandíbula tensa. —No es un “poco de gasolina”, Logan. Es tu actitud. Tu falta de disciplina. Tu vida desperdiciada entre carreras ilegales y noches de excesos. Estoy cansado de ver cómo arrastras el apellido Smith por el fango. —Oh, ahí vamos otra vez con el apellido —replicó Logan, levantándose finalmente de la cama y caminando hasta el armario para ponerse una camiseta limpia—. ¿Sabes qué, papá? A mí no me importa tu apellido. Ni tus alianzas. Ni tus negocios sucios disfrazados de honor familiar. Jon apretó los puños, conteniendo el impulso de estallar. Inspiró profundo y soltó la bomba con frialdad quirúrgica. —Vas a trabajar para Nathan Force. El silencio se hizo tan denso que por un momento solo se escuchó el golpeteo de la lluvia en los ventanales. Logan, que estaba en mitad de abotonarse la camiseta, se giró lentamente hacia su padre, con los ojos abiertos de incredulidad. —¿Qué dijiste? —Lo que oíste —Jon no titubeó—. Desde la próxima semana, serás parte de su empresa. Él se encargará de enderezarte. La carcajada de Logan resonó en la habitación, cargada de sarcasmo. —¿Trabajar para mi futuro cuñado? ¿El hombre más arrogante y frío que he visto en mi vida? ¿Esa es tu gran idea de “enderezarme”? —Es tu única opción —sentenció Jon con voz cortante. Logan dio un paso hacia él, señalándolo con un dedo acusador. —No lo haré. Ni aunque me encadenes. —Entonces escucha bien, muchacho —la voz de Jon se volvió un trueno—: si no aceptas, te quitaré todo lo que tienes. Los coches, las motos, el garaje, incluso las llaves de esta casa. Todo lo que está bajo mi propiedad dejará de ser tuyo. Y créeme, Logan, sin eso no eres nada. Las palabras lo atravesaron como un cuchillo. Logan apretó los dientes, sintiendo la rabia subirle por la garganta como fuego. Caminó de un lado a otro, buscando una salida a esa emboscada, pero las paredes de su habitación parecían cerrarse sobre él. —Así que ese es tu plan —escupió con amargura—. Usar mi libertad como moneda de cambio. ¿Eso es lo que un padre hace? Jon lo miró con dureza. —Eso es lo que un padre hace cuando ya no le queda otra opción. Has agotado mi paciencia, Logan. Has probado una y otra vez que no sabes lo que significa responsabilidad. Y ahora tendrás que aprenderlo… bajo la mirada de Nathan Force. —Ese imbécil no es mi maestro —gritó Logan, golpeando el armario con el puño—. No pienso convertirme en otro de sus perros obedientes. —No se trata de obediencia —replicó Jon, aunque su tono era gélido—. Se trata de sobrevivir. Nathan representa el futuro, la fuerza, el poder. Tú, en cambio, eres un desastre que tarde o temprano terminará muerto en una carretera. Yo no voy a permitir que ese sea tu final. Los ojos de Logan ardieron de furia. —No lo haces por mí. Lo haces por ti. Porque no soportas que uno de tus hijos no cumpla con tu maldita visión de perfección. Nara es la joya de la corona, ¿verdad? La niña perfecta, la prometida del millonario. Y yo… yo soy la vergüenza que intentas esconder bajo la alfombra. Jon respiró hondo, pero no negó la acusación. Su silencio fue más contundente que cualquier palabra. Logan rió con amargura, sacudiendo la cabeza. —¿Y sabes qué es lo peor? Que crees que Nathan podrá domarme. Pero no lo hará. No importa cuánto lo intentes, no importa cuánto lo intente él… yo no voy a quebrarme. Jon se acercó a su hijo, imponiendo su altura, su figura, su autoridad. Lo miró directo a los ojos y pronunció cada palabra como un martillo golpeando hierro. —Eso lo veremos. Porque a partir de ahora, Logan, tu vida está en manos de Nathan Force. Logan no respondió. Su respiración era agitada, su cuerpo tenso, los puños cerrados con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. Sentía que lo estaban traicionando, que lo estaban encadenando a un hombre al que odiaba desde el primer cruce de miradas. Pero también, en algún rincón oscuro de su mente, sabía que su padre no estaba bromeando. Si no aceptaba, perdería todo lo que lo mantenía en pie: sus coches, sus motos, su mundo. Y esa idea lo asfixiaba más que cualquier orden. Finalmente, Logan se dejó caer en la silla junto al escritorio, con la cabeza entre las manos. —Al demonio con los Smith… —murmuró con rabia contenida—. Y al demonio con Nathan Force. Jon lo observó un momento más, luego giró sobre sus talones y salió de la habitación, cerrando la puerta con un golpe seco que selló el destino de su hijo. Logan permaneció allí, respirando con dificultad, la mente ardiendo en furia. Sabía que lo que se avecinaba sería una guerra. Y no estaba dispuesto a perderla.






