Episodio 4

El rugido de una motocicleta irrumpió en la avenida principal de la ciudad como un desafío descarado a la calma rutinaria del día. Logan Smith apareció sobre ella, con su chaqueta de cuero abierta, el viento despeinándole el cabello castaño y una sonrisa indomable en los labios. Era el retrato vivo de la rebeldía, un muchacho que parecía no deberle nada a nadie, pero que ahora se encontraba encadenado a la voluntad de su padre.

Al aparcar frente al imponente edificio de Force Corporation, se quitó el casco y lo llevó bajo el brazo, caminando hacia la entrada con pasos seguros, arrogantes, como si estuviera desfilando sobre un escenario. Sus pantalones de mezclilla rasgados, las botas oscuras y el aire de playboy peligroso no pasaron desapercibidos para las recepcionistas, quienes intercambiaron miradas entre curiosidad y reproche.

Logan golpeó suavemente el mostrador con el casco, inclinándose hacia la joven de recepción que, nerviosa, trató de mantener la compostura.

—Logan Smith. —dijo con voz grave, con ese matiz desafiante que parecía provocar un incendio en cada palabra—. Mi padre ya debió de avisar. Vine a reunirme con… mi cuñado.

El silencio incómodo que se produjo bastó para arrancarle una media sonrisa. A Logan le encantaba incomodar, romper protocolos, dejar claro que no iba a agachar la cabeza ante nadie. La recepcionista solo asintió, presionando discretamente un botón para anunciar su llegada, mientras él se dejaba caer en una butaca de cuero negro, moviendo la pierna con impaciencia.

Minutos después, una asistente lo condujo hasta el piso ejecutivo. Las puertas se abrieron y lo primero que percibió Logan fue el olor caro del lugar: una mezcla de madera barnizada, perfumes de lujo y el inconfundible aroma del poder.

La oficina de Nathan Force era amplia, minimalista y al mismo tiempo intimidante. Grandes ventanales dejaban entrar la luz que iluminaba la figura impecable de Nathan, sentado tras su escritorio de roble oscuro, con un traje perfectamente entallado. Su porte era el de un rey en su trono, alguien que no necesitaba alzar la voz para imponer respeto.

Y ahí estaba también ella.

Una rubia despampanante, de curvas pronunciadas y escote descarado, inclinada sobre el escritorio. Su perfume dulzón impregnaba el ambiente mientras le pasaba documentos a Nathan, quien firmaba con calma, sin siquiera mirarla demasiado, como si ya estuviera acostumbrado a su presencia.

La mujer jugueteaba con un mechón de su cabello mientras señalaba la siguiente página, inclinándose un poco más de la cuenta. Logan entrecerró los ojos, apoyándose contra el marco de la puerta con el casco bajo el brazo, disfrutando del espectáculo y al mismo tiempo sintiendo hervir la sangre.

—Vaya, vaya… —su voz rompió la calma del lugar, cargada de ironía—. ¿Así es como trabaja el gran Nathan Force? ¿Con una secretaria tan… dedicada?

La rubia se sobresaltó un poco y se giró, fulminando a Logan con una mirada altiva. Nathan, en cambio, no levantó la vista de los papeles. Solo firmó con paciencia el último documento y luego dejó la pluma sobre el escritorio con una calma que contrastaba con la insolencia del recién llegado.

—Cierra la puerta al entrar, Logan. —dijo Nathan, con un tono seco, sin mirarlo aún.

Logan arqueó una ceja, divertido. Caminó despacio hasta el escritorio, arrastrando la silla frente a Nathan con un gesto ruidoso y provocador. Se dejó caer sobre ella con las piernas abiertas, el casco sobre el regazo, y sonrió con descaro.

—¿No es maravilloso? —preguntó mirando a la secretaria con una burla implícita—. Mi padre me ha enviado aquí… a trabajar para ti. Nunca imaginé que terminaría siendo el perro de mi cuñado.

La rubia bufó y tomó los papeles con brusquedad. Nathan levantó la mano para detenerla.

—Déjanos solos. —ordenó con calma.

Ella vaciló, cruzando la mirada entre ambos hombres, antes de salir del despacho contoneando las caderas como si dejara un rastro de perfume y veneno tras de sí.

El silencio quedó suspendido entre ellos. Nathan, por fin, levantó la mirada hacia Logan. Sus ojos eran fríos, calculadores, como cuchillas que lo diseccionaban sin piedad.

—No soy tu cuñado todavía. —respondió con un tono de advertencia—. Y mucho menos tu jefe por elección. Estás aquí porque tu padre lo decidió. Y créeme, Logan… no pienso perder el tiempo con tus actitudes de niño rico malcriado.

Logan se echó hacia atrás en la silla, riendo con ironía.

—¿Ah, sí? Pues tendrás que aguantarme, Nathan. Porque me gusta hacer la vida imposible a tipos como tú.

Nathan se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio, acercándose lo suficiente para que su presencia se volviera abrumadora.

—Haz lo que quieras… pero si cruzas la línea, si me haces perder un solo negocio por tus estupideces, no tendré que hablar con tu padre. Yo mismo me encargaré de quitarte todo lo que tienes.

El aire se volvió espeso. Logan no bajó la mirada, al contrario, la sostuvo con ese fuego indomable que siempre había sido su sello. Dos mundos chocaban frente a frente: la arrogancia impulsiva de un rebelde contra la frialdad calculadora de un magnate. Y lo que comenzaba como una obligación familiar estaba a punto de convertirse en una batalla personal.

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