El amanecer se filtraba por las persianas del hospital, tiñendo de dorado las paredes blancas. El aire olía a desinfectante y café recién hecho, pero por primera vez en días, el ambiente en la habitación de Nathan no era opresivo. Había una paz extraña, el tipo de calma que llega después de una tormenta devastadora.
Nathan estaba de pie junto a la cama, abotonándose la camisa con cierta torpeza. Llevaba aún una venda en el abdomen, y cada movimiento le recordaba lo cerca que había estado de la muerte. Logan, como en todos los días anteriores, estaba a su lado, ayudándolo a colocarse el abrigo con un cuidado casi reverente. No se había separado de él ni un solo instante desde aquel incidente. Dormía en la silla del hospital, lo acompañaba en las revisiones, e incluso discutía con las enfermeras cuando intentaban desalojarlo durante las horas de visita.
—Podrías haberte ido a descansar, ¿sabes? —comentó Nathan con una media sonrisa, mientras ajustaba el cuello del abrigo.
—¿Y dejarte aq