Sean Dante es un respetado profesor de literatura, comprometido con su novia y a punto de casarse. Sin embargo, bajo su apariencia de cordura y lealtad, se esconde un oscuro deseo que solo James Martín, su estudiante más odiado, logra despertar. James, vinculado a la mafia, introduce a Sean en un mundo de tentaciones y lujurias que desafían su moral y sus promesas. Obligado a elegir entre la estabilidad con su prometida y la pasión prohibida con James, Sean se ve atrapado en una encrucijada donde cada decisión podría destruirlo.
Leer másLa noche comenzaba a caer sobre la ciudad eterna, envolviendo sus calles empedradas y monumentos antiguos en una cálida luz anaranjada.
Sean Dante, profesor de literatura universal en la prestigiosa Universidad de Roma La Sapienza, caminaba cabizbajo por el centro de la ciudad. A sus treinta y ocho años, Sean había alcanzado la cúspide de su carrera académica, con varios doctorados y el respeto de sus colegas. Sin embargo, su reciente compromiso con su novia lo había sumido en una realidad financiera que no había previsto. Las bodas son eventos costosos, y contratar a una wedding planner que se ocupara de cada detalle, resultaba incluso más caro, aunque su salario como profesor era considerable, no era suficiente para cubrir los gastos exorbitantes de una ceremonia tan elaborada. Cada día después de sus clases, Sean vagaba por las calles de Roma, entrando a diferentes negocios en busca de un empleo adicional. Hasta ahora, había sido rechazado en todas partes, y su frustración crecía con cada negativa. Después de varias horas de caminar sin rumbo fijo, casi al borde de la desesperación, sus ojos se posaron en un pequeño bar al final de una callejuela. En la puerta, un cartel blanco con letras doradas llamaba su atención: "Se solicita mesero". Sin pensarlo dos veces, arrancó el papel y entró al establecimiento, decidido a no rendirse. El interior del bar estaba apenas iluminado, con una atmósfera íntima y acogedora. Detrás de la barra, un hombre de mediana edad estaba sumido en cuentas y papeles, levantó la vista en cuanto sintió la puerta ser abierta. —¿Qué se le ofrece? — preguntó el hombre, en un tono serio. — Está solicitando empleado, ¿cierto? Pues yo soy el hombre que busca. — dijo Sean aclarando su garganta y, tratando de sonar seguro. El aparente dueño del local que se encontraba aún detrás de la barra y que hasta ese momento había mantenido una expresión seria, soltó una carcajada burlona en cuanto escuchó su determinación. La risa inesperada molestó a Sean, que sintió cómo su orgullo se veía herido. ¿Qué era lo que le causaba tanta gracia? —No se ofenda, señor... —El hombre hizo una pausa, esperando a que Sean completara la frase. —Me llamo Sean Dante. —Bien, señor Dante, estamos solicitando chicos entre los veinte años con apariencias, ¿cómo le digo? Guapos. Sean, molesto pero manteniendo la calma, replicó: —Es cierto que no tengo veinte años, pero me parece que para llevar una bandeja con bebidas no necesito una maestría. El hombre, que aún no se había presentado, caminó hacia él y, arrebatándole el cartel de las manos, lo leyó en voz alta. —Se solicita empleado joven de apariencia física presentable, entre los veinte años con preferencias por los hombres. Sean se sorprendió al escuchar lo último y, con una mezcla de confusión —¿Es un bar de prostitución? —preguntó. El hombre negó con una sonrisa risueña. —No prostituyo a mis empleados, señor Dante. Es un bar homosexual. Todos los clientes tienen esa preferencia, y comprenderá que no puedo permitir que alguien homofóbico me cause un caos por ver a chicos besándose. Sean negó con la cabeza —No soy homofóbico. — Pero tampoco es gay ¿o sí?— El hombre lo miró con una mezcla de interés y desafío. —Le prometo que haré bien mi trabajo. No le daré problemas. Después de un breve momento de consideración, el hombre extendió la mano. —Bueno, ya que insistes, acompáñame a mi oficina. Por cierto, me llamo Arón Rossi. Sean siguió a Arón por un estrecho pasillo que conducía a una pequeña oficina al fondo del bar. La habitación estaba desordenada, con papeles apilados en un escritorio viejo y lápices mochos esparcidos por todas partes. Una ventana con una cortina desgastada dejaba entrar un tenue rayo de luz que apenas iluminaba los cuadros abstractos mal colgados en las paredes. —Siéntate —dijo Arón, señalando una silla frente a su escritorio. Sean se sentó, tratando de mantener la calma mientras Arón se acomodaba detrás del escritorio y encendía un cigarrillo. —Hay algo que debes conocer antes de iniciar —dijo Arón, después de una larga calada—. Este no es un bar común y corriente para un hombre como usted. Quizás veas cosas que no te agraden —apoyó ambos codos en el escritorio y entrelazó sus manos bajo su mentón. Sean estaba decidido, y no había nada que le impidiera seguir adelante, solo si el propio dueño estaba de acuerdo en aceptarlo, luego de tanta insistencia. — Prometo no interesarme por lo que ocurra aquí. ¿El trabajo es mío? Arón lo miró por un momento antes de asentir. —Tienes el empleo. Si es cierto que te urge y no te vas a meter en asuntos lejanos a tu labor, el sueldo es de 2000 dólares mensuales. Sean se quedó helado al escuchar la cifra. —¿2000 dólares? Arón sonrió. —Digamos que te pagaré por tu silencio. Sean tragó con dificultad el nudo que se formaba en su garganta, no se atrevió a preguntar, ya que eso era parte del trabajo y si quería trabajar ahí, debía mantener la boca cerrada, seria algo provisional hasta que lograra reunir lo suficiente. —Le agradezco que me haya aceptado. —Señor Dante, manténgase al margen de los clientes. No son buena compañía para alguien como usted. Solo son clientes, ¿está claro? Es una línea que no se debe cruzar. — le advirtió. —De acuerdo. Una vez fuera de la oficina, Sean se dirigió a la salida, sus ojos curiosos observando cada rincón del bar. La atmósfera era más oscura y cargada de lo que había esperado. Cerca de la entrada, un grupo de jóvenes jugaba al billar. Los chicos se acariciaban y pasaban el humo de sus cigarrillos de boca en boca, una escena que lo hizo sentirse incómodo y estaba dispuesto a aceptarlo, la primera advertencia había sido claro, es un bar homosexual, por supuesto que verá este tipo de escenas a diario. Apresuró el paso, sujetando su móvil con fuerza. Sus pensamientos lo desquiciaban, y contuvo sus nervios al pasar junto a la mesa de billar. Uno de los chicos, conocido para Sean, se posicionó frente a él, obstaculizándole el paso. Era James Martín, uno de sus estudiantes, que lo miró de arriba abajo con descaro y una sonrisa pícara. —¿Te vas tan rápido, profesor? —curioseó con voz fuerte, erizando la piel de Sean—. ¿Qué sucede, cariño? ¿Te he dejado sin palabras? —susurró cerca de los labios de Sean, que sintió cómo un espeso sudor se adueñaba de sus manos. —¡Déjalo en paz, James! —exclamó Arón, justo detrás de Sean. —Como digas, A. —James sonrió y levantó las manos en señal de redención, alejándose con una última mirada provocadora. —Recuerda, Sean, mantente alejado de los clientes del local, sobre todo de James Martín. No eres su profesor aquí. Sean asintió y se dirigió hacia la salida, sintiendo una mezcla de alivio y tensión. La vida le había llevado por caminos inesperados, y ahora se encontraba en un bar donde nada era lo que parecía. La noche apenas comenzaba, y Sean sabía que este nuevo empleo traería consigo desafíos que nunca había imaginado, y por si fuese poco, el destino lo había llevado directamente hacia su estudiante. James Martín.Sean dejó escapar un suspiro, aún algo tenso pero mucho más tranquilo. Sabía que podía confiar en James y en Derek, pero el temor persistía en su corazón, un temor que venía del amor profundo que sentía por su esposo. No quería que nada los pusiera en peligro, pero entendía también que el deseo de formar una familia era una necesidad en ambos, algo que los había unido y que ahora los guiaba hacia un futuro nuevo, más allá de los riesgos y las amenazas.—No tienes idea de lo que significas para mí, James —murmuró, dejando que el alivio le llenara mientras lo miraba con una intensidad casi dolorosa—. Te amo, y no soportaría que algo malo te sucediera por esto.James le sonrió, acercándose de nuevo para rodearlo con sus brazos y besarle suavemente la frente.—Nada ni nadie nos detendrá, Sean. Vamos a construir esta familia juntos, y lo haremos como siempre: a nuestra manera, sin miedo y sin que nadie nos diga lo contrario.Sean soltó un suspiro entre cansado y resignado, todavía aferrado
La mano de Sean temblaba ligeramente mientras sostenía el teléfono con fuerza, mirando la pantalla con los ojos vidriosos y la respiración agitada. Sus dedos, blancos por la presión, presionaban el botón de llamada una y otra vez, casi desesperado, como si insistir pudiera forzar a James a contestar. En su mente, las peores imágenes comenzaban a invadirlo. Sabía que Riso era un hombre peligroso, alguien que no tenía escrúpulos ni respeto por la vida ajena, y su esposo había ido directamente a enfrentarse a él en su territorio, a decirle que iba a quedarse con lo único que podría hacerle vulnerable: su hijo.—Por el amor de Dios, James, ¡contesta el maldito teléfono! —gritó Sean a la pantalla, casi con lágrimas en los ojos, sintiendo que la angustia le devoraba por dentro.Intentó marcar de nuevo, esta vez al número de Derek, su cuñado, con la esperanza de que al menos él respondiera. Pero cada intento era en vano; ambos parecían inalcanzables, como si estuvieran en otro mundo. Su resp
Arrancaron el motor y continuaron en silencio, pero esta vez, el silencio era más ligero, cargado de propósito.El viaje hacia la prisión había sido tenso, cargado de un silencio que incluso Derek, normalmente relajado, parecía respetar. James mantenía la vista fija en la carretera, sus pensamientos en espiral mientras se preparaba mentalmente para el encuentro que estaba a punto de tener. Dos horas de camino lo llevaron a las afueras de la ciudad, donde la prisión de máxima seguridad se alzaba en medio de un paisaje árido y desolado. Las instalaciones eran imponentes, casi opresivas, con sus altos muros coronados de alambre de púas, torres de vigilancia, y oficiales armados en cada esquina, como si el edificio mismo se asegurara de que nadie, ni siquiera la esperanza, escapara de aquel lugar.Cuando llegaron al primer puesto de control, varios oficiales rodearon el auto y revisaron cada rincón, inspeccionando documentos y comprobando que no llevaran armas. James notó la atención minu
El camino de regreso a casa se llenó de un silencio cargado de pensamientos y emociones no dichas. Sean mantenía la vista fija en la carretera, sus manos aferradas al volante, mientras robaba miradas ocasionales a James, quien parecía sumido en sus propios pensamientos, mirando por la ventana. Había algo que Sean deseaba preguntar, pero las palabras se le quedaban atoradas, una sensación de incomodidad que no lograba disipar.Finalmente, James rompió el silencio, mirándolo de reojo con una pequeña sonrisa que mezclaba empatía y curiosidad.—Dime lo que quieres decir, amor —dijo, su tono cálido pero directo.Sean se sobresaltó ligeramente, como si lo hubieran atrapado en pleno acto de indecisión. Se aclaró la garganta y, después de un breve momento de vacilación, habló.—No sabía que conocías al padre de Jin —dijo en voz baja, casi como si dudara en tocar un tema tan delicado.James suspiró, mirando hacia adelante, y luego asintió, con una expresión grave en su rostro.—Es casi imposib
Sean no lograba quedarse quieto. Su corazón latía con fuerza mientras caminaba de un lado a otro en el pasillo del orfanato, mirando de vez en cuando hacia la oficina donde James estaba hablando con la directora. Había esperado este momento durante días y, aunque trataba de mantener la calma, el miedo y la emoción se mezclaban en su pecho.Desde la oficina, James lo observaba con una pequeña sonrisa, notando lo nervioso que estaba su esposo. Era raro ver a Sean en ese estado; por lo general, él era el que tenía las palabras justas para calmarlo a él, pero esta vez era diferente. James, aunque también sentía cierta ansiedad, trataba de mantenerse sereno.—Entonces, ¿me dice que el niño nunca ha tenido posibilidad de ser adoptado por una familia antes? —preguntó James, dirigiéndose a la directora del orfanato.La mujer, una mujer mayor de cabello canoso y una expresión amable pero seria, asintió con un leve suspiro.—No es el niño el problema, señor Martin —explicó con voz calmada—. Le
La cocina estaba cálida, impregnada del aroma de la pasta recién hecha y un toque de albahaca fresca que Sean había añadido para darle ese sabor especial que tanto le gustaba a James. Había dispuesto cuidadosamente la mesa con dos copas de vino y velas encendidas, creando un ambiente acogedor y privado, perfecto para una cena en pareja. Sean suspiró al terminar de arreglar la mesa y miró el reloj; sabía que James llegaría en cualquier momento.Apenas escuchó el sonido de la llave en la cerradura, Sean sintió una ola de emoción recorrerle el pecho. Se acomodó rápidamente y, cuando la puerta se abrió, su rostro se iluminó con una sonrisa sincera.—Hola, mi amor —saludó James, dejando caer su mochila al suelo en un gesto apresurado, sin importar que al día siguiente tendría que buscar entre sus libros y papeles desordenados. Sin esperar una respuesta, avanzó hacia Sean y lo abrazó, sujetándolo por la cintura, con la fuerza de alguien que ha deseado este momento todo el día. Inclinó su ro
Último capítulo