América iba en el auto de Nathan, de regreso a casa. Ramón, el mozo, traía el suyo. Él conducía en silencio, con la mirada fija en el pavimento. De vez en cuando, giraba el rostro hacia ella, todavía con el ceño fruncido, tenso.
—¿Por qué Vladimir estaba en casa de Bárbara? ¿Y por qué andas así de provocativa? —le lanzó la pregunta sin filtros, volviéndola a mirar de arriba abajo. Su tono, más que celoso, sonaba inquisidor, casi hostil, pero minutos antes había pedido perdón, quizá porque estaban los oficiales, ya no sabía por qué.
América tragó saliva y apretó las manos sobre su regazo.
—Llegué a casa de Bárbara, me recibió muy bien… tomamos té, almorzamos y hablamos de cosas triviales. Luego me dijo que tenía un regalo para mí, un vestido. Me pidió que me lo probara. Así que subí… y cuando bajé, tú y Vladimir ya estaban ahí. No sé cómo ni por qué él estaba… cuando subí a cambiarme, ninguno de los dos había llegado aún —explicó, haciendo un esfuerzo por mantener la voz firme. Pero po