Serena nunca tuvo una vida normal. Siempre se ha regido por las normas arcaicas una historia familiar muy larga, pero después de intentar revelarse, sin ningún éxito, aprendió que es mejor fingir que está de acuerdo con todo hasta encontrar la mínima oportunidad para escapar del férreo control de sus padres. Sus planes se harán añicos cuando sus padres le anuncien su matrimonio. Vincenzo Morelli ha amado a Serena desde que los dos no eran más que adolescentes. Durante mucho tiempo ha esperado el momento adecuado, una sola oportunidad, para demostrarle de lo que puede ser capaz por ella, pero entonces Serena se comprometió con alguien más. Dividido entre dejarla ser feliz o arriesgarse y confesarle sus sentimientos, descubrirá el secreto detrás de la boda. Se ha acabado el tiempo de esperar. Esta vez Vincenzo va hacer lo necesario para que ella suya. Incluso robar a la novia el día su boda.
Leer másSerena soltó una carcajada y miró a sus padres, a la espera de que ellos también lo hicieran. Bueno, esperar que rieran era demasiado, pero sabía que podían sonreír, los había visto hacerlo antes.
—¡Debe ser una jodid@ broma! —soltó cuando los dos se limitaron a mirarla como si fuera una estúpida.
—Serena, controla tu lenguaje y no alces la voz, no es propio de una señorita.
Rechinó los dientes.
Una señorita nunca alza la voz. Una señorita nunca interrumpe una conversación. Una señorita no maldice. Podía nombrar todas las malditas reglas de su madre de memoria. Había crecido con ellas y, mientras que cuando era niña no tuvo más opción que hacer caso, en cuánto pudo aprovechó toda oportunidad para romperlas.
—¿Es en serio? ¿Eso es lo que te importa en este momento? A la mierd@ los modales —siseó.
—Serena —reprochó su madre otra vez y se llevó un trozo de lechuga a la boca.
Nunca la veía comer nada más consistente que eso. Si ella se ponía más delgada, el viento se la cargaría.
Respiró profundo. No iba a lograr nada armando un alboroto. Tal vez podía razonar con su madre. Casi se volvió a echar a reír ante ese pensamiento. Su madre nunca escuchaba razones.
—Tengo veinticinco años. —Todavía no se sentía lista para casarse menos con un desconocido
—Yo me casé un tres años más joven que tú.
«Y qué bien había resultado», pensó con ironía.
El matrimonio de sus padres era un matrimonio horrible, la prueba de que los matrimonios arreglados no funcionaban bien. No es que nadie que los viera desde fuera, lo dedujera con facilidad. Ambos eran muy buenos actuando.
—Aun así, son otros tiempos.
—Eso no cambia nada. ¿Qué diferencia hay entre hoy o dentro de unos años?
Quería lograr algo por su cuenta, viajar, descubrir… Manejar su propia vida. No quería convertirse en la réplica de su madre. Una mujer fría e interesada.
—Deberías estar agradecida. No te casarás con cualquier hombre. Tu prometido, Kassio Volkov, pertenece a la línea de un duque ruso y es el sucesor de una de las compañías más importantes de defensa del mundo. Su familia lleva en el país quince años y, aunque él ha pasado su tiempo entre Italia y Rusia, es un hombre de tradiciones.
Sintió un escalofrío con esa última palabra. Las tradiciones eran una jodid@ mierd@.
—Gracias por el resumen de vida —dijo, con sarcasmo—. Aun así, no pienso casarme con él. Es una completa locura, ni siquiera lo conozco.
—Tendrás suficiente tiempo para conocerlo. La boda no va a suceder hasta dentro diez meses.
—¡Diez meses! ¡¿Acaso te estás escuchando?!
La boca de su madre se torció de forma curiosa. La fría Allegra habría fruncido el ceño de haber sido aún capaz, pero el bótox se había llevado su capacidad de gesticular.
—La decisión está tomada. Te casarás con él y esa es una orden —dijo su padre, con tranquilidad—. Tu madre y la madre de Volkov ya han comenzado a hablar de los preparativos. Tú y tu prometido se reunirán en un par de semanas. Él está fuera de la ciudad, atendiendo negocios, en cuanto regreses te contactara para que se vean. Más te vale que no lo arruines o pagarás las consecuencias.
Apretó los labios y tragó el nudo en su garganta, que la mataran antes de demostrarles algún signo de debilidad.
Serena miró a su padre y luego de regreso a su madre. Los dos con la misma expresión desinteresada de siempre. Como si ella estuviera haciendo una pataleta sobre algo sin importancia.
¿Qué derecho tenían a decidir sobre su vida?
Soltó una risa vacía de cualquier emoción. Sabía que aquello iba a suceder en algún momento, pero no estaba preparada para que fuera tan pronto. Esperaba al menos tener unos años más y encontrar alguna salida hasta entonces.
Lanzó la servilleta sobre la mesa. Había perdido el apetito.
—Jód@nse los dos —soltó y salió del comedor. Ni siquiera ese pequeño acto rebelde la llenó de satisfacción.
Sus padres no la detuvieron, probablemente porque sabían que ella iba a hacer lo que le habían ordenado… Como siempre. Serena no podía atreverse a desafiarlos sin enfrentarse a las consecuencias.
Se encerró en el baño de su habitación y se metió bajó la ducha. Dejó las lágrimas de impotencia fluir libremente por sus mejillas mientras el agua la bañaba, llevándose cualquier rastro de ellas.
Después de tantos años, había aprendido a no dejar que las emociones negativas la derribaran con facilidad, pero en esa ocasión se sentía más atrapada que nunca. Había vivido toda su vida bajo el dominio de sus padres y ahora iba a pasar a manos de un extraño. Estaba jodida.
Cuando no hubo más lágrimas, salió de la ducha. Envuelta en una toalla salió del baño justo cuando su celular comenzaba a sonar. Fue a tomarlo de encima del velador y sonrió al ver el nombre de su mejor amigo en el identificador. Hablar con Vincenzo era lo que más necesitaba.
—¿Qué hay sexy? —preguntó.
Casi podía ver a su amigo rodar los ojos.
—Otra vez con eso. ¿Lo olvidarás algún día?
—¿Que te nombraron uno de los hombres más sexys de Italia? Oh, lo siento, no era mi intención ofenderte. En realidad, fuiste el hombre más sexy de Italia. Y no, jamás lo olvidaré.
—No debería haber aparecido en esa estúpida lista, todavía estoy averiguando quien entregó aquellas fotos.
Por supuesto, había sido ella. No es que se lo fuera a confesar.
—¿A qué debo el honor de tu llamada? —preguntó, cambiando de tema.
—¿Tienes planes para este fin de semana?
—No lo sé, tendré que mirar mi agenda —bromeó—. ¿Qué tienes en mente?
—Podrías venir a mi departamento y podríamos hacer algo.
Eso sonaba bastante bien. No quería quedarse en casa donde podía encontrarse con sus padres en cualquier momento y, además, le gustaba pasar tiempo con su mejor amigo. Era la única persona a la que se sentía cercana. Aunque, nunca había podido ser del todo honesta con él.
—Enserio comienza a preocuparme que no tengas más amigos. Deberías empezar a sociabilizar más e incluso podrías conseguir una novia. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien?
Él reaccionó como lo esperaba, le encantaba irritarlo.
—¿Sabes qué? Olvídalo, encontraré a alguien más.
—De acuerdo, de acuerdo. Era solo una broma, no te lo tomes tan mal. Iré contigo, pero solo porque me das pena.
—Lo que tú digas, pecas.
—¡Ugh! prometiste no volver a usar ese estúpido apodo.
Vincenzo soltó una carcajada. Una risa ronca y profunda. Bastó esos minutos conversando con él para que su humor mejorará mucho.
—Lo recordaría de haberlo hecho. Descansa, pecas. Nos vemos mañana, pasaré por ti antes del desayuno.
—No te olvides de mí batido de fresas.
—¿Cuándo lo he hecho?
Vincenzo dio por terminada la llamada y ella dejó su celular a un lado. Mientras se vestía todo regresó a ella y su pequeño momento de tranquilidad se esfumó como si nunca hubiera existido.
Tomó su tablet y entró al buscador. Escribió el nombre de Kassio y pronto uno ojos fríos le devolvieron la mirada desde la pantalla. Tendría que haber sido ciega para no darse cuenta de que era un hombre atractivo, pero eso no bastaba para hacerle cambiar de opinión.
Kassio Volkov le llevaba una década de diferencia y como su madre le había explicado, era un hombre bastante influyente. Su nombre encabezaba varios artículos de revistas a nivel internacional.
—Si tan solo pudiera convencerlo de cancelar el acuerdo con mis padres… ¡Eso es! —sonrió. No conocía al tal Kassio, pero quizás él si era inteligente lograría hacerle ver la estupidez detrás de un matrimonio concertado.
Al día siguiente, cuando estaba de salida, se encontró con su madre al final de las escaleras. Su aparición fue demasiado calculada y dedujo que la había estado esperando, vigilante.
—¿A dónde vas?
—Fuera.
—Serena, no te hagas la inteligente.
Soltó un suspiro.
—Pasaré el día con Vincenzo.
—Deberías reevaluar tu amistad con él. A tu prometido no le hará ninguna gracia que pases tiempo a solas con otros hombres.
—No me podría importar menos —intentó rodearla, pero su madre la tomó del brazo con demasiada fuerza.
—Deja de ser una muchachita ingrata. Tu padre y yo te hemos dado más de lo que cualquiera podría soñar. Todo en esta vida tiene un costo y ha llegado la hora de que pagues. —Su madre aumentó la fuerza de su agarre y Serena soltó un quejido—. No querrás seguirme provocando, ya sabes de lo que soy capaz cuando las cosas no salen como quiero. ¿O es que acaso necesito recordártelo? —Su madre le dio una sonrisa fría y se marchó.
Alessandro colocó las cartas que tenía en su mano sobre la mesa y un bufido colectivo se escuchó en la sala de juegos. —¿Escalera real? ¿Es en serio? —se quejó Leonardo y dejó sus cartas sobre la mesa al igual que el resto. —Estoy seguro de que hace trampa —dijo Valentino—. Aunque eres demasiado honorable para hacer algo como eso, es imposible que ganes la mayoría de partidas. —Lo dices porque siempre pierdes. —Adriano recogió las cartas de todos para una nueva partida—. ¿Quiénes continúan? Luka sacudió su cabeza. —Prefiero no tener que explicarle a mi esposa como perdí miles de dólares en una partida amistosa. —También estoy fuera —dijo Valentino—. Soy idiota, pero sé cuando no tengo una oportunidad. —Lo intentaré esta vez. —Paolo le dio un trago a su bebida. —¿Y tú Ezio? —Supongo que estoy dentro. Adriano empezó a repartir las cartas mientras hablaban sobre algunos rumores sobre la adquisición de empresas, nuevas sociedades, valores de acciones. —Escuché que tu hija mayo
Serena abrió los ojos y se encontró con el idílico paisaje que se extendía más allá de la enorme puerta de vidrio. El mar azul se confundía con el cielo en el horizonte. Una ligera brisa con aroma a sal entraba por una de las puertas abiertas y sacudía levemente las cortinas. Giró la cabeza hacia el otro y frunció el ceño al no ver a Vincenzo a su lado. Estaba por llamarlo cuando él salió del baño luciendo completamente seductor. Solo estaba usando unos pantaloncillos cortos y su torso estaba completamente descubierto. —Buenos días, pecas. —Vincenzo le dio una sonrisa que la derritió. Él seguía afectándola como el primer día. —Hola, sexy —saludó sentándose en la cama usando la sábana para cubrirse—. ¿Qué hora es? —Casi las diez de la mañana. No le sorprendió que fuera tan tarde. Vincenzo la había tomado de diferentes formas hasta que ambos cayeron rendidos. Sus músculos aún le dolían por todo el esfuerzo. —¿Por qué te sonrojaste? —preguntó su esposo acercándose a ella. Al llegar
Lo primero que vio Vincenzo al abrir los ojos fue las paredes de una habitación que sabía no eran las de la suya.—¿Dónde estoy? —Empezó a recorrer la habitación con la mirada y vio a sus padres sentados un poco más allá.—Oh, miren quien despertó —dijo su padre acercándose a su cama—. Nuestro bello durmiente —terminó con una sonrisa.—¿Qué pasó? —preguntó.—Te desmayaste en la sala de partos —le explicó su madre. —Leonardo estará feliz de ya no ser el único —acotó su padre.Los recuerdos afloraron en su mente. Serena había roto fuente durante la madrugada y él la había traído al hospital de inmediato, aunque no había sido hasta la tarde que había estado lista para dar a luz.Su hijo fue el primero en nacer y sus gritos habían llenado la sala de parto mientras el pediatra lo revisaba. Su hija llegó poco después y ella también había demostrado la buena capacidad de sus pulmones. Ambos se habían calmado cuando el doctor los puso en el pecho de Serena.Vincenzo recordó sus bellos rostr
Serena se fue poniendo más ansiosa conforme avanzaba el almuerzo. No le preocupaba como su familia se fuera a tomar la noticia, ya se hacía una idea, simplemente necesitaba compartir la noticia con ellos de una vez. Todos estaban muy animados mientras hablaban escuchar a Valentino contar algunas anécdotas sobre sus hijos. Tenía un montón, una más divertida que la otra. Cada uno de ellos había cometido su buena cuota de travesuras, incluso Gio. Cuando Valentino se quedó en silencio y las risas pararon, Vincenzo se aclaró la garganta y las miradas se dirigieron allí. —Mi esposa y yo organizamos esta reunión porque tenemos algo que decirle —Vincenzo la miró—. ¿Quieres decírselos tú? —preguntó él y ella asintió. Se giró hacia el resto y podía ver por sus rostros que nadie sospechaba nada. —La semana pasada me hice una prueba de embarazo y dio positivo. Yo… estoy embarazada. El silencio le siguió a su anunció y luego un grito de júbilo, muy parecido al que había dado Vincenzo cuando
Serena se acercó a Vincenzo y le frotó la espalada. Estaban terminando de alistarse cuando su esposo había salido corriendo en dirección al baño antes de empezar a devolver el contenido de su estómago. —Te amo, pecas, pero creo que deberías hacerte para atrás. El olor de tu colonia no lo está mejorando. —Oh, lo siento. —Se alejó intentando no ponerse a llorar. Últimamente se sentía como un recipiente lleno lágrimas que podía explotar en cualquier momento—. Me cambiaré de ropa, eso debería ayudar. Había transcurrido una semana desde su consulta con la obstetra. Las cosas habían resultado mejor de lo que esperaba y la doctora les había asegurado que todo iba bien con sus bebés. Todavía quería ponerse a llorar de alegría cada vez que recordaba que iba a tener gemelos, aunque también estaba asutada. Debido que durante la semana Vincenzo estaba ocupado con el trabajo, habían decidido esperar hasta el fin de semana para darle la noticia a su familia, así que ese día sus suegros y cuñado
Vincenzo dejó su celular a un lado y se sentó en la cama, luego acomodó a Serena sobre sus piernas. Envolvió sus brazos en torno a su cintura y apoyó el mentón en su hombro. El tiempo transcurrió en silencio. Los dos estaban demasiado nerviosos para hablar.Después de lo que se sintió como una eternidad, miró a su celular acusadoramente. Estaba seguro de haberlo programado para que sonara en tres minutos, pero el inservible aparato no sonaba aún.—¿Cuánto más tenemos que esperar? —se quejó Serena, al parecer no estaba mucho mejor que él.—No debe faltar mucho —dijo, y le dio un beso en la mejilla mientras consideraba la posibilidad de comprarse un nuevo celular, ya que el que tenía no funcionaba bien.Estaba por levantar el aparato para confirmar la hora cuando este por fin empezó a sonar.«Quizás no está malogrado después de todo».Serena se puso de pie de un salto, escapando de su agarre, y corrió hacia el baño. Vincenzo no tardó en seguirla. Ella ya tenía la prueba de embarazo en s
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