Capítulo 2: Lugar seguro

Serena se lanzó a los brazos de Vincenzo en cuanto lo vio y él la envolvió sin que tuviera necesidad de pedírselo. Respiró profundamente y su familiar aroma la reconfortó. Durante unos segundos casi se olvidó del giro drástico que había dado su vida.

Sintiéndose un poco mejor, retrocedió y le dio una sonrisa brillante.

—¿Nos vamos?

—¿Está todo bien?

—Sí.

Él la miró con incredulidad, pero no dijo nada más. Nunca la presionaba para hablar, solo esperaba hasta que ella se sintiera lista.

Vincenzo era su lugar seguro, esa persona a la que podía acudir si las cosas se ponían mal. Pero había cosas que Serena no sabía si algún día tendría el valor de confiarle. No solo porque no tenía sentido cargarlo con sus problemas cuando probablemente no había nada que pudiera hacer para ayudarla, sino también porque le daba vergüenza admitir el desastre que era su familia.

Comparada con la suya, la familia de su amigo era todo lo contrario. La madre de Vincenzo era un tan linda y amable que más de una vez pensó en ella como un ángel y su padre… bueno, él amaba a su esposa y a sus hijos.

Vincenzo se hizo a un lado y le abrió la puerta.

—Antes de ir a mi departamento nos detendremos a hacer compras. Revisé mi alacena ayer en la noche y me encontré que solo me queda una lata de conservas.

—No puedo creerlo —dijo, fingiendo indignación—. Este era tu plan desde el inicio ¿verdad? No me invitaste porque querías verme, solo estabas buscando a alguna ingenua víctima que te ayudara a hacer los deberes. ¿También me pedirás ayudarte a ordenar tu departamento?

—Depende, estarías dispuesta a hacerlo.

—Vincenzo —se cruzó de brazos y le dio una mirada severa.

Él soltó una carcajada.

—Descuida, pecas, ya me encargué de eso.

Rodó los ojos. Por supuesto, él lo había hecho. No conocía persona más ordenada que su amigo. De los dos, Serena era la desordenada.

Observó el semblante relajado de su amigo. Pasar tiempo con él era justo lo que necesitaba para sobrellevar lo que estaba sucediendo en su vida.

Sin poder evitarlo, pensó en las palabras de su madre. Aunque odiara aceptarlo, ella tenía razón en algo. Si se casaba, no podría continuar su amistad con Vincenzo. Quizás no conocía Kassio aun, pero no creía que le hiciera mucha gracia que su esposa pase tiempo con otro hombre.

—Y es por eso que no puedo a casarme —susurró. Había tenido demasiado de personas diciéndole que hacer y qué no. No iba a aguantarlo por el resto de su vida.

—¿Dijiste algo? —preguntó Vincenzo, mirándola de reojo.

Él se había dado cuenta de que algo sucedía con Serena tan pronto la vio. Y su continuo silencio, desde que se alejaron de su casa, solo se lo confirmó. Usualmente, Serena tenía mucho que decir.

—Solo estaba pensando en voz alta.

—Hoy estás más rara de lo normal.

—No soy rara.

—Sí, sí, lo que tú digas.

Ella le dio un golpe en el hombro.

—Si sigues por ese camino, tendrás que encontrar a alguien más para que te haga compañía.

—Está bien, me guardaré mis pensamientos para mí.

—Buen chico. ¿Cómo va el trabajo? —preguntó ella.

Vincenzo soltó un suspiro. Había sido una semana especialmente tediosa.

—¿Asi de mal? ¿eh?

Él asintió y empezó a contarle sobre un caso de la beneficencia a la que él estaba ayudando.

Serena amaba escuchar a Vincenzo hablar sobre su trabajo. No es que estuviera pensando en estudiar leyes en algún futuro, si algún tenía la posibilidad de estudiar una carrera. Es solo que había algo emocionante en el brillo de sus ojos cuando hablaba de su trabajo. Al menos él podía hacer lo que quería.

—Esos ni siquiera te gustan —comentó Serena cuando Vincenzo colocó algunos paquetes de dulces en el coche de compras.

—Y aun así llevó comprándolos para una ladrona desde hace tiempo —respondió él como si no fuera nada importante—. Además, los meterás en el coche mientras crees que no te veo.

Soltó una carcajada, él estaba en lo cierto. Las golosinas eran su debilidad, aunque en su casa nunca podía comerlas.

—¿Hay algo más que quieras?

—Hombre, jamás debiste preguntar. —Serena tomó diferentes variedades de chocolates y los metió en la cesta.

Serena se ofreció a pagar por sus cosas cuando llegaron a caja, pero Vincenzo actuó como si ella no hubiera hablado.

—La próxima vez pagaré yo.

—Por supuesto.

—Eres un mal mentiroso.

—No tienes idea, pecas. —Él le dio una mirada extraña y luego volvió su atención a las compras mientras las terminaba de acomodar en su auto.

El día en compañía de Vincenzo pasó más rápido de lo que le habría gustado. En todo momento Serena actuó como si todo en su vida fuera perfecto y, casi se olvidó, de su maldit0 compromiso.

—¿Aun estás despierta? —preguntó Vincenzo cuando los créditos de la película empezaron a pasar.

—Mmhhm…

—¿Ya piensas decirme que es lo que te tiene preocupada?

Serena en serio quería hacerlo. Él era la única persona con la que podía compartir sus preocupaciones y miedos, pero ni siquiera ella se había hecho a la idea aun de que sus padres la habian comprometido y tenía ese miedo absurdo que sería de verdad real en cuanto lo dijera en voz alta.

—Yo… Voy a extrañar estos días —dijo, sin pensar.

Vincenzo frunció el ceño.

—¿Planeas ir a algún lugar? —Él se tensó con la sola idea de que ella se marchara.

—No, pero sabes que algún día seguiremos con nuestras vidas. Encontraremos a alguien con quien querremos estar por el resto de nuestras vidas y entonces dejaremos de pasar tiempo juntos. Quizás una reunión esporádica y eso será todo.

A Vincenzo se le ocurrió una única razón por la que ella le estaba diciendo aquello y le asustaba preguntar para confirmar sus sospechas.

—¿Conociste a alguien?

Su respuesta no llegó porque el celular de Serena los interrumpió y la falta de respuesta fue mucho peor que si ella hubiera afirmado.

—Es mi mamá, quiere que regrese pronto.

Durante el trayecto a casa de Serena, ninguno de los dos dijo nada. Vincenzo estaba demasiado perdido en sus pensamientos como para intentar entablar una conversación y Serena parecía estar en la misma situación.

—Hasta pronto —dijo ella en cuanto se detuvieron frente a su casa y agarró la manija de la puerta, lista para salir.

Vincenzo la tomó de la otra mano para detenerla y ella se giró. La miró a los ojos y deseó que pudiera ver todo lo que sentía por ella. Pensó en decírselo él mismo, pero, otra vez, no lo hizo.

—No importa lo que suceda en el futuro, seguiré aquí —dijo, en su lugar. Luego la tomó de las mejillas y le dio un beso en la frente—. Buenas noches.

—Buenas noches. —Ella le dio una sonrisa que no llegó a sus ojos y se bajó del auto.

Vincenzo la observó alejarse, con una sensación de inquietud en el pecho.

Serena soltó un suspiro cuando escuchó el ruido del auto de Vincenzo alejarse. Deseó tanto poder regresar con él y pedirle que la llevara lejos, pero jamás lo había arrastrado a sus problemas y no pensaba comenzar a hacerlo.

Encontró a su madre en la sala. Estaba leyendo una revista, pero ella la puso a un lado cuando la vio.

—Ya era hora de que llegaras.

No estaba de humor para enfrentarse a su madre, se sentía demasiado débil.

—Estaré en mi habitación —dijo y comenzó a alejarse.

—¿Le hablaste a Vincenzo sobre tu compromiso?

Se detuvo al escucharla. Los segundos pasaron y no respondió.

—No lo hiciste —continuó su madre—. Deberías hacerlo. Solo asegúrate de no decirle los motivos. Ante los ojos del resto te casarás por amor.

Se giró, tan rápido como pudo, para confrontarla. Unos segundos, solo eso le había tomado destruir la poca paz que había conseguido con Vincenzo.

—¡Entonces, no solo tendré que casarme con un total desconocido! ¡¿También tendré que mentirle a mi mejor amigo, la única persona que se preocupa por mí?!

Su madre inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió.

—¿Preocuparse por ti? Eres tan ingenua, siempre crédula. Él ha permanecido a tu lado porque es lo que le conviene.

—Él es mi amigo y no quiere nuestro dinero, su familia tiene su propia fortuna.

—Dinero nuevo. Te necesita para mejorar su estatus y tu pareces más que dispuesta a dárselo en bandeja de plata. Como dije, ingenua.

Una y otra vez su madre la había hecho dudar de las intenciones de todo el mundo. Tenía esa manera especial de meterse en tu cabeza y retorcer las cosas hasta dañarlas.

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