Robando a la novia
Robando a la novia
Por: Joana Guzman
Capítulo 1: Matrimonio arreglado

Serena soltó una carcajada y miró a sus padres, a la espera de que ellos también lo hicieran. Bueno, esperar que rieran era demasiado, pero sabía que podían sonreír, los había visto hacerlo antes.

—¡Debe ser una jodid@ broma! —soltó cuando los dos se limitaron a mirarla como si fuera una estúpida.

—Serena, controla tu lenguaje y no alces la voz, no es propio de una señorita.

Rechinó los dientes.

Una señorita nunca alza la voz. Una señorita nunca interrumpe una conversación. Una señorita no maldice. Podía nombrar todas las malditas reglas de su madre de memoria. Había crecido con ellas y, mientras que cuando era niña no tuvo más opción que hacer caso, en cuánto pudo aprovechó toda oportunidad para romperlas.  

—¿Es en serio? ¿Eso es lo que te importa en este momento? A la mierd@ los modales —siseó.

—Serena —reprochó su madre otra vez y se llevó un trozo de lechuga a la boca.

Nunca la veía comer nada más consistente que eso. Si ella se ponía más delgada, el viento se la cargaría.

Respiró profundo. No iba a lograr nada armando un alboroto. Tal vez podía razonar con su madre. Casi se volvió a echar a reír ante ese pensamiento. Su madre nunca escuchaba razones.

—Tengo veinticinco años. —Todavía no se sentía lista para casarse menos con un desconocido

—Yo me casé un tres años más joven que tú.

«Y qué bien había resultado», pensó con ironía.

El matrimonio de sus padres era un matrimonio horrible, la prueba de que los matrimonios arreglados no funcionaban bien. No es que nadie que los viera desde fuera, lo dedujera con facilidad. Ambos eran muy buenos actuando.

—Aun así, son otros tiempos. 

—Eso no cambia nada. ¿Qué diferencia hay entre hoy o dentro de unos años?

Quería lograr algo por su cuenta, viajar, descubrir… Manejar su propia vida. No quería convertirse en la réplica de su madre. Una mujer fría e interesada.

—Deberías estar agradecida. No te casarás con cualquier hombre. Tu prometido, Kassio Volkov, pertenece a la línea de un duque ruso y es el sucesor de una de las compañías más importantes de defensa del mundo. Su familia lleva en el país quince años y, aunque él ha pasado su tiempo entre Italia y Rusia, es un hombre de tradiciones.

Sintió un escalofrío con esa última palabra. Las tradiciones eran una jodid@ mierd@.

—Gracias por el resumen de vida —dijo, con sarcasmo—. Aun así, no pienso casarme con él. Es una completa locura, ni siquiera lo conozco.   

—Tendrás suficiente tiempo para conocerlo. La boda no va a suceder hasta dentro diez meses.

—¡Diez meses! ¡¿Acaso te estás escuchando?!

La boca de su madre se torció de forma curiosa. La fría Allegra habría fruncido el ceño de haber sido aún capaz, pero el bótox se había llevado su capacidad de gesticular.

—La decisión está tomada. Te casarás con él y esa es una orden —dijo su padre, con tranquilidad—. Tu madre y la madre de Volkov ya han comenzado a hablar de los preparativos. Tú y tu prometido se reunirán en un par de semanas. Él está fuera de la ciudad, atendiendo negocios, en cuanto regreses te contactara para que se vean. Más te vale que no lo arruines o pagarás las consecuencias.

Apretó los labios y tragó el nudo en su garganta, que la mataran antes de demostrarles algún signo de debilidad.

Serena miró a su padre y luego de regreso a su madre. Los dos con la misma expresión desinteresada de siempre. Como si ella estuviera haciendo una pataleta sobre algo sin importancia.

¿Qué derecho tenían a decidir sobre su vida?

Soltó una risa vacía de cualquier emoción. Sabía que aquello iba a suceder en algún momento, pero no estaba preparada para que fuera tan pronto. Esperaba al menos tener unos años más y encontrar alguna salida hasta entonces.  

Lanzó la servilleta sobre la mesa. Había perdido el apetito.

—Jód@nse los dos —soltó y salió del comedor. Ni siquiera ese pequeño acto rebelde la llenó de satisfacción.

Sus padres no la detuvieron, probablemente porque sabían que ella iba a hacer lo que le habían ordenado… Como siempre. Serena no podía atreverse a desafiarlos sin enfrentarse a las consecuencias.

Se encerró en el baño de su habitación y se metió bajó la ducha. Dejó las lágrimas de impotencia fluir libremente por sus mejillas mientras el agua la bañaba, llevándose cualquier rastro de ellas.  

Después de tantos años, había aprendido a no dejar que las emociones negativas la derribaran con facilidad, pero en esa ocasión se sentía más atrapada que nunca. Había vivido toda su vida bajo el dominio de sus padres y ahora iba a pasar a manos de un extraño. Estaba jodida.

Cuando no hubo más lágrimas, salió de la ducha. Envuelta en una toalla salió del baño justo cuando su celular comenzaba a sonar. Fue a tomarlo de encima del velador y sonrió al ver el nombre de su mejor amigo en el identificador. Hablar con Vincenzo era lo que más necesitaba.

—¿Qué hay sexy? —preguntó.

Casi podía ver a su amigo rodar los ojos.

—Otra vez con eso. ¿Lo olvidarás algún día?

—¿Que te nombraron uno de los hombres más sexys de Italia? Oh, lo siento, no era mi intención ofenderte. En realidad, fuiste el hombre más sexy de Italia. Y no, jamás lo olvidaré.

—No debería haber aparecido en esa estúpida lista, todavía estoy averiguando quien entregó aquellas fotos.

Por supuesto, había sido ella. No es que se lo fuera a confesar.

—¿A qué debo el honor de tu llamada? —preguntó, cambiando de tema.

—¿Tienes planes para este fin de semana?

—No lo sé, tendré que mirar mi agenda —bromeó—. ¿Qué tienes en mente?

—Podrías venir a mi departamento y podríamos hacer algo.

Eso sonaba bastante bien. No quería quedarse en casa donde podía encontrarse con sus padres en cualquier momento y, además, le gustaba pasar tiempo con su mejor amigo. Era la única persona a la que se sentía cercana. Aunque, nunca había podido ser del todo honesta con él.

—Enserio comienza a preocuparme que no tengas más amigos. Deberías empezar a sociabilizar más e incluso podrías conseguir una novia. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien?

Él reaccionó como lo esperaba, le encantaba irritarlo.

—¿Sabes qué? Olvídalo, encontraré a alguien más.

—De acuerdo, de acuerdo. Era solo una broma, no te lo tomes tan mal. Iré contigo, pero solo porque me das pena.

—Lo que tú digas, pecas.

—¡Ugh! prometiste no volver a usar ese estúpido apodo.

Vincenzo soltó una carcajada. Una risa ronca y profunda. Bastó esos minutos conversando con él para que su humor mejorará mucho.  

—Lo recordaría de haberlo hecho. Descansa, pecas. Nos vemos mañana, pasaré por ti antes del desayuno.

—No te olvides de mí batido de fresas.

—¿Cuándo lo he hecho?

Vincenzo dio por terminada la llamada y ella dejó su celular a un lado. Mientras se vestía todo regresó a ella y su pequeño momento de tranquilidad se esfumó como si nunca hubiera existido.

Tomó su tablet y entró al buscador. Escribió el nombre de Kassio y pronto uno ojos fríos le devolvieron la mirada desde la pantalla. Tendría que haber sido ciega para no darse cuenta de que era un hombre atractivo, pero eso no bastaba para hacerle cambiar de opinión.

Kassio Volkov le llevaba una década de diferencia y como su madre le había explicado, era un hombre bastante influyente. Su nombre encabezaba varios artículos de revistas a nivel internacional.

—Si tan solo pudiera convencerlo de cancelar el acuerdo con mis padres… ¡Eso es! —sonrió. No conocía al tal Kassio, pero quizás él si era inteligente lograría hacerle ver la estupidez detrás de un matrimonio concertado.  

Al día siguiente, cuando estaba de salida, se encontró con su madre al final de las escaleras. Su aparición fue demasiado calculada y dedujo que la había estado esperando, vigilante.

—¿A dónde vas?

—Fuera.

—Serena, no te hagas la inteligente.

Soltó un suspiro.

—Pasaré el día con Vincenzo.

—Deberías reevaluar tu amistad con él. A tu prometido no le hará ninguna gracia que pases tiempo a solas con otros hombres.

—No me podría importar menos —intentó rodearla, pero su madre la tomó del brazo con demasiada fuerza.

—Deja de ser una muchachita ingrata. Tu padre y yo te hemos dado más de lo que cualquiera podría soñar. Todo en esta vida tiene un costo y ha llegado la hora de que pagues. —Su madre aumentó la fuerza de su agarre y Serena soltó un quejido—. No querrás seguirme provocando, ya sabes de lo que soy capaz cuando las cosas no salen como quiero. ¿O es que acaso necesito recordártelo? —Su madre le dio una sonrisa fría y se marchó.

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