Capítulo 9 – El paseo prohibido
La mañana se había estirado como un castigo. María aún sentía la presión de la firma en su muñeca, como si la tinta hubiera atravesado la piel para marcarla en carne viva. Había intentado rebelarse, romper, llorar, pero nada había funcionado. Ahora, mientras Claire —una de las criadas jóvenes de la mansión— abría el armario y colocaba ropa sobre la cama, supo que lo siguiente tampoco sería opcional.
Ya que, luego de vestirse, él la miró de la cabeza a los pies y le dijo que ese no era el atuendo.
—Dijo que se vista con esto —explicó la muchacha, bajando la mirada con deferencia.
Sobre la colcha descansaba una camisa blanca de seda, botones finos, casi transparentes en la luz, y una minifalda de tela negra que apenas llegaría a medio muslo. María arqueó una ceja, incrédula.
—Esto es una trampa.
Claire no respondió, pero el silencio lo dijo todo.
María se vistió con lentitud, cada botón cerrado con rabia contenida. La falda se ajustaba demasiado a sus ca