Capítulo 26

El hospital privado estaba en silencio a las tres de la madrugada. El viento golpeaba los ventanales del ala norte, y el sonido quedaba atrapado en el pasillo blanco como un murmullo lejano.

Dentro de la habitación 214, la luz era tenue, azulada, apenas una lámpara encendida en la esquina. El olor a desinfectante cubría todo, aunque todavía se mezclaba con un rastro de humo y hierro traído en la ropa de Carlo.

Él estaba sentado en una butaca demasiado pequeña para su cuerpo. El vendaje blanco rodeaba su costado y subía hasta el hombro; debajo, los puntos tiraban como cuchillas cada vez que respiraba. Aun así, no se movía. Sus codos descansaban en las rodillas y las manos entrelazadas sostenían la cabeza inclinada. No había dormido desde que la había sacado del matadero.

María yacía en la cama, tan inmóvil que parecía una figura de mármol. El rostro, pálido, estaba atravesado por cortes recientes y moretones violáceos que comenzaban a tornarse verdosos. Los labios partidos, el cabello
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