23. Las cosas se van acomodando
Dante.
Escuché las cortas pero agudas risas de mi hermana, que provenían de uno de los grandes baños de la planta baja. Abrí de un portazo la puerta de madera para ver qué estaba sucediendo.
Sofía tenía guantes y estaba aplicándole algún tinte en el cabello a Indra. Ambas estaban en batas, y las dos me miraron indignadas, como si acabara de irrumpir en algo demasiado privado.
—¡Respeta mi privacidad! —chilló Sofía, apuntándome con la brocha, y luego me empujó fuera del baño, dejándome aún pasmado en el pasillo.
Gruñí cuando camine hacia la cocina. Desde que el chino se había llevado mi barco para usarlo como centro de negocios en España, me sentía como un extraño en mi propia casa.
Mis pies tropezaron con un juguete gigante en forma de jirafa, y si no fuera por mis reflejos, estaba seguro de que habría terminado besando el suelo.
La cocina estaba llena de mamilas y aparatos para bebés.
Sobre mi sagrado desayunador había una moderna transportadora con el hijo de Indra durmiendo en ell