22. Odisea

Indra.

—¡Son las cuatro de la mañana! —el grito de Dante atravesó la puerta cerrada.

Bostecé, sabiendo que el tatuado tenía razón, pero mis bebés, Sofía y ahora Dasha, parecían tener una hiperactiva madrugada: jugando y revisando a los niños como cada semana.

Solo no entendía porque las revisiones médicas no podían ser a una hora más realista.

Fara chilló más alto cuando Dante volvió a gritar que nos calláramos. En plena oposición a su hermana, el delicado Franco comenzó a hipar cuando Dasha le dio el medicamento recetado, el mismo que debía tomar después del susto que nos dio al nacer.

Los gemelos eran tan diferentes.

Nunca pensé poder amar tan fuerte a alguien más aparte de Fausto. Estas dos pequeñas almas lo eran todo para mí ahora, incluso con la sorpresa de Fara en el camino. Por algo estaba ella aquí, conmigo, y me había prometido protegerla a toda costa.

—Ya regresaremos a la casa cuando termine de remodelar los cuartos, mientras tanto que se aguante —dijo Sofía a Fara, como
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