Era un acuerdo, frío y sencillo. Ella traía consigo cargas que parecían insuperables; yo estaba rodeado de escombros de una vida que alguna vez fue estable. Su esposo había dejado una herencia de problemas, y mi exesposa había decidido que arruinar mi existencia no era suficiente: quería arrebatarme lo único que realmente importaba, mi hijo. Así que el trato parecía lógico. Un negocio. Solo eso. Ella no tenía afinidad por los niños; yo detestaba los conflictos. Pero cuando todo parecía desmoronarse, el pacto ofrecía una salida. Un papel que firmar, una fachada que mantener. Ninguno saldría perdiendo... al menos, eso pensamos. Pero las cosas comenzaron a cambiar. A ella empezó a agradarle mi pequeño hijo. Y yo, contra todo pronóstico, empecé a encontrar cierto atractivo en los problemas que antes evitaba. "No enamorarse de la esposa falsa". Lo repetía en mi mente como un mantra, un intento desesperado de aferrarme a la razón. Mi subconsciente, siempre alerta, lo gritaba en cada mirada que cruzábamos. "No te enamores". Pero mi corazón tenía otros planes, y la lógica cedió ante la intensidad de lo que comenzaba a sentir. Ahora, el riesgo va más allá de perder a mi hijo, mi reputación, mi puesto como CEO o la credibilidad que tanto me ha costado construir. Ahora, el peligro reside en perderla a ella, en dejar ir a la mujer que nunca debió significar nada, pero que se ha convertido en todo. En medio de la desesperación, mientras la vida que construí se tambalea, tomo una decisión que lo cambiará todo. Porque esta vez no estoy dispuesto a rendirme. — Eres mía, Sofia, y no dejaré que te alejes. No a ti.
Leer másEl día del casamiento finalmente llegó, y Alexander se encontraba de pie frente al juez de paz, con las manos ligeramente temblorosas y una sensación de vacío en el estómago que parecía devorarle desde dentro, habían pactado todo con meticulosa precisión, un matrimonio por contrato, una farsa cuidadosamente elaborada para el mundo exterior. Entre ellos no había amor, solo una fría lógica que los había llevado a este acuerdo, era un movimiento estratégico, pensado para asegurar su futuro y proteger sus intereses respectivos.
Mientras esperaba a Sofia, Alexander trató de convencerse de que todo estaba bajo control, más al ver como los flashes de las cámaras iluminaban la sala con la intensidad de un relámpago, los periodistas se encontraban inmersos en su labor, documentando cada detalle de lo que era, en esencia, una gran mentira y eso lejos de incomodarlo, le brindaba una especie de tranquilidad, aquella atención mediática solo era un recordatorio de que el plan avanzaba según lo previsto.
Sin embargo, cuando la puerta se abrió y vio a Sofia entrar, todo cambió. Su mundo, hasta entonces tan calculado y estructurado, parecía tambalearse bajo el peso de aquella visión, Sofia estaba radiante, una presencia casi etérea que parecía iluminar la habitación con su sola existencia, con su vestido, perfectamente ajustado, realzaba cada detalle de su figura, y su cabello caía en ondas suaves que enmarcaban un rostro tan hermoso que Alexander no pudo evitar quedarse sin aliento.
Un temblor recorrió su cuerpo, y por un instante, sintió como si el tiempo se hubiera detenido, algo que no sintió el día que se casó con la bruja de Lucrecia, lo sentía ahora, en “su boda falsa”. Su corazón, que hasta aquel momento había latido con un ritmo pausado y predecible, comenzó a golpear con fuerza contra su pecho. Fue un golpe inesperado, como un relámpago que rasga el cielo en una noche tranquila, la garganta se le cerró, y un nudo de emociones difíciles de descifrar se formó en su interior.
Alexander intentó razonar consigo mismo, recordarse que aquello no era más que un trámite, un espectáculo cuidadosamente diseñado... Pero mientras la miraba, las palabras de lógica que repetía en su mente se desvanecían como humo, no podía apartar la vista de ella, y en ese momento, algo dentro de él cambió. Sofia ya no era simplemente una socia en aquel acuerdo frío y racional, había algo más, algo que no había anticipado y que ahora lo consumía, no era solo la atracción, también era la admiración, y un temor profundo a lo desconocido.
El juicio que tanto valoraba comenzaba a tambalearse, y sus emociones, que siempre había mantenido bajo control, se desbordaban como agua retenida por una presa rota, eso no era parte del plan, nada de aquello debía suceder, le repetía su lado razonable, pero su cuerpo y su corazón parecían haber decidido seguir su propio camino, y mientras pronunciaba las palabras que sellaban su unión, Alexander sabía que, contra todas las probabilidades, su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
El juez de paz inició la ceremonia con voz solemne, pero Alexander apenas lograba concentrarse en las palabras, su mirada estaba anclada en Sofia, en el azul intenso de sus ojos, como un cielo despejado que parecía contener promesas de calma en medio de su caos, la forma en la que su cabello rubio caía en cascadas suaves, reflejando la luz como si fuera una corona de oro y mientras su mente se perdía en aquella imagen, casi sin darse cuenta comenzó a repetir las palabras del juez, su voz sonando ausente, mecánica.
Cuando llegó el momento de intercambiar los anillos, Alexander tomó la mano de Sofia, y un estremecimiento recorrió su cuerpo, era como si el contacto de su piel hubiera encendido algo dentro de él, una chispa que nunca antes había sentido, y su corazón, hasta entonces contenido en su habitual ritmo disciplinado, comenzó a latir con fuerza, como si intentara abrirse paso fuera de su pecho, algo que lo asusto, se sintió repentinamente vulnerable, expuesto, como un navegante que se adentra en aguas desconocidas sin mapa ni brújula. ¿Qué era esto? ¿Por qué aquel sencillo gesto lo sacudía tan profundamente? Las respuestas permanecían fuera de su alcance, pero una verdad comenzaba a formarse en su interior, algo en él estaba cambiando, y nada volvería a ser igual, su parte encargada del razonamiento se lo advirtió una vez más.
Entonces, fue el turno de Sofia. Su voz, dulce y serena, resonó en el espacio con una firmeza que le hizo contener el aliento.
— Juro amarte y respetarte, de hoy en adelante, en las buenas y en las malas.
Esas palabras, pronunciadas con tal convicción, lo desarmaron por completo. Alexander la miró, incapaz de apartar los ojos de ella. ¿Cómo no creerle? Cada sílaba, cada inflexión de su voz, parecía estar cargada de autenticidad, y era así, porque allí estaba ella, de pie a su lado, como un ancla en medio de la tempestad que había sido su vida desde que se había divorciado de Lucrecia. Sofia, quien durante casi dos años había sido su secretaria, su confidente en lo profesional y, sin darse cuenta, la única constante en sus días caóticos.
La vida los había unido en las malas, en los giros retorcidos del destino que a menudo parecían diseñados para quebrar a las personas y sí que lo estaban, ambos lo estaban, cada uno roto a su manera, y ahora, en este momento inesperado y surrealista, Alexander supo que algo mucho más grande que un simple contrato los estaba atando y aunque no podía darle un nombre todavía, lo sentía en cada fibra de su ser. Este no era el final de un plan; era apenas el comienzo de algo que desbordaba toda lógica.
Sofía avanzó sola hacia el altar, cada paso resonando en el vacío que la ausencia de su familia dejaba a su alrededor, la soledad pesaba sobre sus hombros como una sombra implacable, haciendo que se sintiera más vulnerable que nunca y que decir de cada mirada de los presentes, que parecía agrandar ese vacío, y aunque intentaba mantener la compostura, la culpa y la tristeza la envolvían como una tormenta silenciosa.
La imagen de Adrián, su difunto esposo, emergía en su mente con una intensidad que la desgarraba. ¿Era esto una traición? ¿Era este nuevo enlace una forma de traicionar la memoria del hombre al que un día había amado? Las preguntas se repetían como un eco cruel en su interior, aunque fuese un matrimonio falso, pero la realidad era ineludible, la necesidad la había empujado a este momento, las deudas acumuladas por las decisiones imprudentes de Adrián la habían llevado al borde del abismo, y este contrato era su única tabla de salvación, la ironía era una daga afilada, porque el hombre que había jurado protegerla y amarla había sido el origen de su ruina.
Cuando llegó frente a Alexander, sus ojos marrones, serenos pero insondables, la observaron con una intensidad que le dificultaba sostener la mirada, entonces, quien era su jefe, comenzó a repetir las palabras del juez de paz, cada frase pronunciada con una calidez inesperada, una sinceridad que perforó las barreras que Sofía había levantado a su alrededor. Por un instante, algo en su pecho se aligeró, como si aquella voz pudiera tenderle un puente hacia un lugar más seguro, más esperanzador.
Mientras lo escuchaba, las sombras de su pasado intentaron reclamarla, pensó en su familia, en cómo nunca habían estado realmente a su lado, pensó en Adrián, quien, aunque una vez había sido su refugio, terminó por abandonarla en una tormenta que él mismo había desatado, la amargura de esas memorias era un peso constante, pero, al mirar a Alexander, algo cambió. Su jefe no era como los demás, lo había visto ser un padre devoto, un hombre de principios, lo había observado trabajar con tenacidad y tratar a quienes lo rodeaban con una bondad genuina, había en él una base sólida, una constancia que Sofía no había conocido antes.
Y sin embargo, su corazón seguía dividido, atrapado entre la lealtad a la memoria de Adrián y una nueva emoción que apenas comenzaba a florecer. Alexander le inspiraba confianza, una sensación que no había experimentado en mucho tiempo y sentía que, tal vez, en él podría encontrar no solo un compañero de circunstancias, sino un verdadero amigo.
Tomó aire profundamente, intentando calmar el torbellino de pensamientos y emociones que la sacudía y cuando llegó su turno, repitió las palabras del juez de paz con una voz que temblaba al inicio, pero que fue ganando firmeza, porque en su interior, sentía que estaba sellando más que un acuerdo; estaba dando un salto hacia lo desconocido, hacia la posibilidad de un futuro que aún no podía imaginar. Alexander podría ser su salvación o el golpe final en esta lucha. Pero en ese momento, decidió aferrarse a la esperanza, aunque fuera tenue, y entregar su destino al curso incierto de lo que estaba por venir.
Aunque Edmond confiaba ciegamente en las decisiones que Lucero tomaba para la familia, de eso no tenía duda, ni lo cuestionaría jamás, en esta ocasión era imposible que sus manos dejaran de temblar, o que la ansiedad no le oprimiera el pecho, porque la que estaba secuestrada, no era un nombre más en los reportes de la noche, era su nieta, su propia sangre, y él, que en un pasado fue el encargado de manejar las noches turbulentas de Nueva York, el que conocía cada rincón oscuro, cada movimiento bajo la sombra del apellido Bach; él, que siempre supo los cómo, los dónde y los porqué de cada situación, ahora se sentía desarmado ante la incertidumbre.El peso de los años y de la responsabilidad familiar le martillaba la mente con preguntas sin respuesta, recuerdos de antiguas desapariciones y las veces que había logrado traer a casa lo que otros ya daban por perdido. Desde que se retiró, Dylan había ocupado su lugar, sí, pero Edmond no podía ignorar que, por mucho respeto y confianza que l
Las luces se apagaron, y aún entre su desesperación lo que más lamentaba Sofía, era no haber podido apreciar con claridad el rostro de Alexander, el teléfono móvil estaba demasiado lejos y sus ojos demasiado hinchados como para hacer un buen enfoque, sentía que la muerte estaba próxima, quizás era la desesperación, tal vez era la realidad, pero el miedo la recorría al completo.—Si en 15 minutos el dinero no está en el lugar acordado, hagan con ella lo que quiera. — la voz del jefe de la banda le erizó la piel y su mirada lo buscó con desespero.—¡No, por favor! ¡esto no fue lo acordado, dijo media hora! —suplicó Sofía, con el poco aliento que le quedaba, pues a cada instante se le dificultaba más respirar.—¿En verdad dije media hora? Bueno, creo que fue un error. —dijo con el tono cargado de diversión aquel hombre, y Sofía sintió su sangre una vez más congelarse, el frío calaba en sus huesos y sabía que la temperatura del lugar no tenía nada que ver con eso, simplemente era el miedo
Lucero Bach se había tomado su tiempo para investigar a fondo a cada una de las personas que trabajó en el hospital el día que Riny dio a luz, sus cuentas bancarias no mostraban ningún indicio de haber sido sobornadas, sus estilos eran los propios que se espera del salario que poseían, ninguno se había mudado de la ciudad, ni cambiado su rutina, a primera vista todo indicaba que eran inocentes de cualquier acusación, sin embargo, el hecho de que no existiera registros de Laura Queen en el hospital ya era más que suficiente para que Lucero los mandará a llamar.Teniendo la precaución de mantener esto en el más absoluto de los secretos, esperó hasta despedir a sus padres, mismo que irían a pasar un fin de semana a Grecia, para que su personal fuese por cada doctor, enfermera y hasta el personal de limpieza que trabajó en aquel entonces en el hospital.La noche apenas estaba cayendo, cuando la sala de la mansión Bach, estaba casi repleta con quince personas que se conocían entre ellos, p
Dylan ingresó en la fábrica abandonada bajo la protección del manto nocturno, hacía más de 24 horas que Sofía había sido secuestrada, y no pudo evitar deleitarse al escuchar sus gritos y llantos, aunque no negaría que eso también lo sorprendió, el hecho de qué pasará más de 24 horas sin alimentarse y sin beber así sea una gota de agua, y que aun así ella tuviera las energías para quejarse de la forma en que la rubia lo hacía, aunque claro que al llegar a la habitación donde la rubia estaba maniatada y con los ojos vendados, descubrió el motivo por el cual gritaba tanto.—¡Por favor! ¡se lo suplico! ¡pagaré!, ¡solo necesito hacer una llamada y tendrán su dinero!, ¡no me lastimen mas!Sofía gritaba con la voz cargada de terror al sentir como las tijeras cortaban su melena, sin el mínimo cuidado, con toda la intención de que ella hiciera un movimiento brusco y pudieran enterrarla en su cuero cabelludo o quizás en su garganta, incluso privarla de una oreja.—Suficiente. —dijo Dylan con voz
La noche había caído con un manto espeso, envolviendo la ciudad en una quietud casi satisfactoria, más porque al parecer los periodistas estaban perdiendo el interés en la pareja, al menos al anochecer, ya no acampaban fuera de la mansión.El silencio se filtraba entre las paredes, apenas interrumpido por el leve murmullo de la lluvia contra la ventana, Sofía dormitaba, sumida en el remanso de la madrugada, hasta que el sonido insistente de su teléfono quebró la penumbra de su habitación.Al otro lado de la ciudad, la pantalla iluminó el rostro de Lyra, cuya voz temblorosa, cargada de angustia y vulnerabilidad, se filtró a través del auricular.—Sofía, por favor, ven a hacerme compañía —suplicó Lyra, casi entre sollozos. — Me siento perdida, sabes que me da miedo los truenos y no sé qué hacer con el bebé. Estoy sola y no puedo con esto.El corazón de Sofía latió con fuerza, despertando en ella una inquietud inmediata, sabía que Lyra no mentía, ni tampoco era algún tipo de manipulación
El día había estado cargado de emociones para Sofía, y un persistente malestar que, por suerte, se les fue apenas pudo cenar, y es que si su vida antes era atareada, ahora siendo la flamante esposa del CEO lo era aún más, si bien Alexander no lo decía, y mucho menos lo pedía o lo exigía, ella sabía que debía estar perfecta para esas benditas fotografías que a cada segundo del día los reporteros le tomaban, algo a lo que es Sofía no estaba acostumbrada, y no era que la rubia no se arreglara, simplemente usaba un poco de bálsamo, un toque de maquillaje, todo muy natural, pero lo natural duraba poco cuando debí estar de un lado al otro, porque definitivamente ser la secretaria del CEO, no era trabajo sencillo, e ir al baño cada media hora a cerciorarse de que su delineador no se corriera, que sus labios se vieran inmaculadamente brillantes, también era muy agotador.Por lo que apenas se subió al cuarto decidió darse una ducha, y por primera vez en el mes que llevaba casada con Alexander,
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