Una semana había pasado desde el estúpido rumor de que el gran CEO de Lumina Entertainment, era gay, una semana que a Alexander se le asemejaba a un año, quizás más, el sector de relaciones públicas no sabía cómo manejar la falsa historia, y él no tenía como demostrar lo contrario, peor aún, no sabía qué hacer con su maravilloso plan, o, mejor dicho, la idea absurda de que él ya tenía una nueva pareja y que todo lo que Lucrecia hacía era por despecho y resentimiento.
Estaba tras su escritorio, era tarde a la noche, y había finalizado de garabatear un gran guion, seguro y sería una estupenda serie romántica, si no fuese que era lo que él utilizaría para persuadir a los medios de que no era gay y, que él no arruinó su matrimonio, que su hijo estaría más que bien a su lado, y lo más importante, que aun podía seguir siendo el CEO de Lumina Entertainment, y aunque su hijo debería ser su mayor preocupación en ese momento, no lo era y el motivo era fácil, estaba perdiendo su credibilidad, los contratos estaban siendo revocados, incluso los artistas que la empresa había creado e impulsado se querían desligar de él.
— Papá tenía razón.
Murmuro dejando salir un suspiro pesado, su padre se lo había dicho hasta el cansancio, Lucrecia no es una buena mujer y él en lugar de seguir sus consejos, solo se había distanciado de su padre, perdiendo de esa forma los últimos años de vida del mayor. Aunque debía sentirse aliviado que su padre no viviera tanto como para ver en lo que se había convertido, el chisme ambulante de la empresa, los hombres le huían, como si él fuese algún acosador, incluso susurraban que en más de una oportunidad les había coqueteado, algo que era ridículo, y las modelos y actrices… lo veían con odio, solidaridad femenina, lo llamaban, aunque con el único que deberían tener un mínimo de solidaridad o así sea empatía, era con el mismo Alexander, pero Lucrecia lo había hecho más que bien, la mujer se presentó frente al juez y luego la prensa, con fotos trucadas, de supuestos hematomas que supuestamente Alexander había provocado, más que una experta en el foto montaje, Lucrecia debería ser actriz, seguro y ganaría el Óscar de oro.
— Esto no sirve de nada.
Se dijo a él mismo, luego de ver las hojas de vida de las cantantes y actrices que eran solteras, con la esperanza de convencer a alguna de que se hiciera pasar por su novia, sería como interpretar un papel más, pero pronto descubrió que con ninguna de esas mujeres había tenido más de diez minutos de interacción, por lo que no podria simplemente decir, fue amor a primera vista, eso suena bien para una historia romántica de las que su compañía producía, mas no en la vida real, y Alexander necesitaba un romance lo más real posible, una novia que declarara en el juicio que se llevaría a delante por la tenencia de su hijo, que Alexander no era una persona violenta, ya ni siquiera le interesaba aclarar si había golpeado o no a Lucrecia, ni siquiera le interesaba los diez millones de dólares que pedía de manutención, alegando que ella había dejado de trabajar por pedido de Alexander, algo que obviamente era mentira, si Lucrecia dejo de trabajar fue por gusto, pero todo eso era nada, comparado con todo lo que esa endemoniada mujer estaba causando.
— ¡Estoy arruinado!
Grito preso de sus emociones, arrojando las carpetas contra la puerta de su oficina, que justo en ese momento se abría, dando de lleno en el rostro de Sofia.
— ¡Por Dios!
Grito la pelirroja dando un paso atrás, ante semejante golpe que había recibido y el pánico de Alexander aumento a niveles imaginarios, ahora si era su fin, fue lo único que pensó, pues había supuesto que estaba solo en aquel lugar, ya era muy tarde como para que algún empleado se quedara, y mucho menos una mujer, si antes creía tener una posibilidad de remontar la empresa familiar, la acababa de tirar abajo, ahora sí, una mujer podía decir y con pruebas verdaderas que Alexander Thompson la había agredido físicamente.
— M****a. — murmuro saltando de su silla y corriendo a donde Sofia estaba, aun de pie en la entrada. — Lo siento, en verdad, juro por lo más agrado que no sabía que aun estabas aquí, mucho menos que estabas por ingresar en mi oficina, debes creerme Sofia, fue un enorme accidente, no lo hice adrede, te llevare al hospital, no, iremos a una clínica y, correré con los gastos, no quise herirte, jamás lo haría, no soy un golpeador. — Sofia nunca había visto a su jefe hablar a tal velocidad, aunque estaba aturdida que no se trabara con palabra alguna, Alexander era un orador de primera, pero más que eso, la joven estaba aturdida por la forma en la que las manos de su jefe recorrían su rostro, algo que causo que enrojeciera tanto como si fuese un tomate maduro, y por supuesto, eso altero a un más a Alexander. — Dios, no me digas que rompí algún vaso sanguíneo, ¿Por qué estas tan roja? Pero que estoy preguntando, ven toma asiento. — antes de darle la oportunidad de decir ni media palabra, Alexander tomo en brazos a la joven y Sofia dejó de respirar.
— Señor Thompson. — murmuro muerta de la vergüenza y rezando a todo lo sagrado que el joven encargado de la seguridad de esa área retuviera al periodista que había logrado ingresar hasta el último piso, que era donde ellos se encontraban. — No debería… — las luces de un teléfono móvil los hizo voltear, solo para encontrar al periodista y al joven de seguridad de pie en la puerta de la oficina del CEO.
— Esto es oro. — murmuro casi con el signo de dólares en los ojos el periodista, mientras gravaba, como el CEO de Lumina Entertainment sostenía en brazos al estilo nupcial a su secretaria. — Señor Thompson, ¿ella es la novia de la que tanto hablo la semana pasada? — ¿de la que tanto habló? Solo lo dijo de manera persuasiva, pero…
— ¿Qué? Eso… — Sofia se removió entre los brazos del CEO, pero salir de ellos era una tarea imposible, pues desde hacía seis meses, Alexander hacia pesas y pasaba largas horas en el gimnasio, tratando de quitar el estrés y frustración que su exmujer le causaba.
— Cierto, ella es mi novia y tu estas invadiendo nuestra privacidad, por favor, sácalo de aquí, pero ten mucho cuidado que ni él ni su equipo de trabajo sufra daño alguno, no queremos más malentendidos. — ordeno Alexander, con una calma que hacía más de seis meses no tenia, mientras cerraba la puerta de su oficina con el pie, aun con Sofia en sus brazos, viéndolo sin comprender nada.