Sofía y Alexander salieron del juzgado de paz, tomados de la mano, sonriendo y abrazados, mientras la multitud de periodistas y fotógrafos los esperaba ansiosa. Los flashes de las cámaras destellaban como relámpagos en una tormenta, y los reporteros gritaban preguntas y felicitaciones hacia la recién casada pareja, creando un alboroto ensordecedor que apenas permitía a los novios escucharse a sí mismos.
En primera fila, Dylan, miraba con orgullo a su hija y a su nuevo yerno, así había decidido llamarlo, al menos hasta que se casara con Aria, ese pensamiento lo hizo sonreír, aunque por dentro sentía cómo le temblaban las manos de puro nerviosismo y su corazón latía con fuerza, casi al ritmo de los destellos de los flashes, por ello trataba de mantener la sonrisa mientras luchaba con esa inquietud inexplicable que se le había instalado en el pecho.
De repente, su mirada se detuvo en una figura que desentonaba con la euforia del momento, una mujer con una capucha cubriéndole la cabeza y