El coqueteo en la pista de baile había escalado, y la atmósfera entre Vance y la misteriosa mujer era casi incendiaria. La promesa en sus ojos, la audacia de sus palabras, todo lo había envuelto en una neblina de deseo y una emoción que no sentía en años. Dejaron la pista de baile y se dirigieron a la barra, un oasis de relativa calma en el bullicio de la gala.
Vance pidió otro brandy, y ella un whisky.
—Sé reconocer a un buen hombre cuando lo veo, Presidente Vance —dijo ella, tomando un sorbo de su whisky, sus ojos azules fijos en los de él, con una intensidad que traspasaba la piel.
Vance levantó su copa, sus labios se curvaron en una sonrisa irónica, el brillo en sus ojos se tornó frío. Había una razón por la que esa mujer estaba en esa mesa, tan cerca de los hombres de poder, con esa actitud tan desinhibida. La experiencia le había enseñado a leer las señales, a ver más allá de la superficie.
—Y yo sé reconocer a una prostituta cuando la veo —respondió, su voz baja y gélida, corta