Las noches en la Casa Blanca olían a cera pulida y a la promesa silente de los siglos, bañando el lugar con un aroma adinerado a poder, traición y subyugación. Décadas de poder se asentuaban en esas paredes que la Primera Dama tocaba a medida que caminaba.Anastasia Slova, Primera Dama de los Estados Unidos, no era solo un apelativo. Era la mujer con mayor poder dentro de los Estados Unidos, sin embargo, el poder siempre conllevaba una gran responsabilidad, y en su caso, una prisión de sangre.Años de inseminaciones fallidas habían dejado su cuerpo cansado y su espíritu más frío de lo que ya era, pero esta noche, la esperanza, un sentimiento casi olvidado, vibraba en sus venas igual de cálido que las luces del pasillo. El resultado positivo del test de embarazo, escondido en su bolso de seda, era más que un bebé; era su salvación, su propósito, la llave de un futuro incierto pero, por fin, propio. Una pequeña vida que, quizá, podría derretir el hielo que se había formado alrededor de
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