La declaración de la mujer, un susurro directo y electrizante, dejó a Nathaniel Vance en shock. "¿Te quiero a ti?" La frase resonó en el aire, cargada de una ambigüedad que le hizo palpitar el corazón con fuerza. Sus ojos se abrieron ligeramente, la incredulidad tiñendo su expresión.
—¿A mí? —preguntó Vance, su voz apenas un hilo, señalándose a sí mismo con el dedo. La mezcla de sorpresa y una pizca de esperanza lo desconcertó—. ¿Cómo…?
Ella sonrió, una sonrisa enigmática que no desvelaba todas sus cartas. Asintió, su mirada fija en la suya.
—Claro, a ti, Presidente Vance —repitió con esa seducción que parecía innata—. La nación necesita un nuevo líder, alguien con su experiencia, su… temple. Y usted es el mejor para ello.
Fue entonces cuando la realidad golpeó a Vance.
No hablaba de un deseo personal, sino del poder presidencial. La intensidad de su voz, la convicción en sus ojos. Un ligero rubor subió por sus mejillas, una mezcla de decepción y algo parecido al alivio por no haber i