Los meses que siguieron a la declinación de Vance fueron una tormenta mediática sin precedentes.
Las redes sociales se incendiaron con debates apasionados, los programas de noticias analizaban su decisión sin cesar, y las portadas de revistas clamaban por una entrevista con el hombre que había abandonado el poder más grande del mundo, pero a Vance, toda esa algarabía le parecía un ruido lejano. Había elegido, y el alivio era tan profundo que se sentía como una paz que se había ganado a pulso. Se negó a dar cualquier entrevista, a hablar con medios amarillistas, o participar de alguna conferencia. Se negó de ser parte del circo, y apoyó en lo que pudo al siguiente presidente. David y Benjamin siguieron rondando por ahí, pero ya no como asesores, sino como amigos cercanos de la familia.
Durante ese primer mes, la mansión se convirtió en su refugio, un santuario en el que solo existían él, Anastasia y Henry. Dedicó sus días a cuidarla con una devoción que no había podido darle en años. C