El caos se apoderó del salón.
Siete figuras encapuchadas, armadas hasta los dientes, sembraron el terror. Los disparos al aire resonaron como truenos, silenciando los murmullos y desatando el pánico.
—¡Al suelo! ¡Todos al suelo, ahora! —gritó el líder, su voz distorsionada por el modulador, imponente y brutal.
La gente se arrodilló, empujándose, algunos llorando. Vance, con una mezcla de furia y cálculo frío, también se dejó caer al suelo, escaneando el salón, buscando una oportunidad, una ventaja. Uno de los encapuchados, enorme y amenazante, se dirigió a las mujeres, mientras Vance veía la sangre salir de los cuerpos de sus hombres abatidos cerca de él.
—¡Quítense todo lo de valor! ¡Anillos, collares, relojes! ¡Todo en esta bolsa, ahora! —gritó, agitando una bolsa negra de lona. Las joyas comenzaron a caer, tintineando contra el fondo de la bolsa.
El presidente actual, arrodillado entre la multitud, levantó la voz, su dignidad forzada. No debería hablar, pero siendo el hombre con ma