El sonido del agua cayendo era el único testigo de la rendición de Vance. Las palabras de Anastasia habían sido un golpe certero que lo había dejado tambaleándose, incapaz de defenderse de la verdad que ella le había arrojado. Ella tenía razón. No podía con todo. No podía con la mitad de sus obligaciones, y estaba cansado de fingir que sí podía. Estaba agotado al intentar partirse en tantas partes como fuesen necesarias, dejando de pensar en él mismo.
La imagen de Anastasia, borrosa y etérea detrás del cristal, era un faro en la tormenta de su mente. En ese momento, no era la Primera Dama ni la asesina. Era simplemente Anastasia, y lo único que él quería era ser el hombre que ella necesitaba, no el presidente que el país demandaba, ni el hombre leal.
El nudo de la corbata lo oprimía, la camisa se sentía como una camisa de fuerza. Se desnudó sin prisas, dejando que la ropa cayera al suelo como las cargas que llevaba sobre sus hombros. Al abrir la puerta, el vapor caliente lo envolvió,