El aire del salón de prensa estaba vibrante con la energía de la victoria. El murmullo de los periodistas se sentía como un zumbido eléctrico, un coro de voces que gritaban preguntas, que buscaban la validación de un triunfo que ya se sentía como una realidad y que nadie podría quitarle de las manos a Vance.
El sonido de los flashes de las cámaras, un ritmo frenético de luces blancas que se encendían y se apagaban, se sentía como una sinfonía de triunfo. Vance, de pie en el podio, dio su última rueda de prensa antes de las elecciones. Su rostro era una máscara de calma, pero sus ojos brillaban con orgullo. Había llegado lejos, había luchado mucho, había sobrevivido. No cualquiera había vivido lo que él y tenía la gran oportunidad de ser un candidato presidencial. Vance era ejemplo de superación, y también de dolor.
Cuando bajó, sus asesores lo felicitaron con un apretón de manos, sus rostros una mezcla de alivio y de respeto por todo lo que dijo e hizo. La tensión de meses de campaña,