Mundo ficciónIniciar sesiónSamantha Taylor huyó de su padre con una enorme fortuna, era la heredera millonaria que lograba huir de un matrimonio acordado, pero luego de un año lejos de su familia, llega a Milán, donde cae en las garras de uno de los integrantes de la familia Corsini, quien dominaba esa ciudad. Siendo objeto de su obsesión, Samantha se encuentra prisionera, debido a que está protegiendo la vida de otro hombre que apenas conoce, pero que su capturó cree que ella ama. Piero Corsini se cree su dueño y está dispuesto a demostrárselo. Adriano Moretti quiere venganza, la familia Corsini asesinó a sus padres y las únicas pruebas que hay de eso están detrás de la mansión, donde Samantha tiene acceso. ¿Logrará convencer a Samantha para que lo ayude con su venganza o Samantha se enamorará del hombre que ha estado protegiendo sin que este lo sepa?
Leer másº|º Adriano º|ºEl día fue un infierno.Llego a mi apartamento pasadas las diez, los hombros hundidos, la cabeza zumbando de números y reuniones.Milán brilla fuera, pero estoy demasiado hecho mierda para notarlo. Tiro el maletín en el sofá, me quito la camisa empapada de sudor y entro al baño. El agua caliente de la ducha me golpea, lavando el cansancio, pero no el peso en mi pecho.Samantha.¿Cómo estará? ¿Está bien? No puedo sacarla de mi cabeza. Quiero verla otra vez, pero aún no contacta conmigo.¿Por qué demonios estoy tan interesada en verla? Lo mejor es que se vaya lejos, sin dejar rastro.Salgo, envuelto en una toalla, y preparo un sándwich en la cocina. Pan duro, jamón, un poco de mostaza. Lo engullo de pie, el sabor apenas registrándose, estoy tan casado que no me importa lo que coma, solo deseo dormir.Mi cuerpo pide cama, y me dejo caer en el colchón, las sábanas frías contra mi piel. Apago la lámpara, el teléfono, todo.Descansar.El mundo se apaga, y me hundo en el su
º|º Piero º|ºLlego de nuevo a donde ella está.—Sam. —Sus ojos azules me perforan, llenos de furia y algo más, algo que me retuerce las tripas. Cierro la puerta tras de mí, el cerrojo resonando como un disparo, y por un segundo, somos solo nosotros. Nadie más. ¿Cuándo empezó todo este caos? ¿Por qué demonios pasó?Incluso si sé un par de los motivos por los que quieren al Moretti muerto, aún no me convence el deseo de mi padre de que lo haga yo. Es… irracional. Solo debe mover un dedo y cualquier hombre lo hará, pero se empeña en implicarme a mí, ¿por qué demonios?Me acerco, mis botas crujiendo en el suelo sucio, y me detengo frente a ella. Su respiración es rápida, sus labios entreabiertos, y maldita sea, quiero devorarla. Pero no ahora. No así. Lorenzo y su maldito favor están en mi cabeza, y el dossier de Adriano quema en mi bolsillo. Me agacho, quedando a su altura, y mi mano roza su mejilla herida. Está fría, pero su piel sigue siendo un imán.—Tendré que dejarte con ellos —dig
º|º Piero º|ºEl almacén apesta a gasolina y polvo, un mausoleo de metal que engulle cada sonido, salvo el eco de mis pasos. La puerta de la oficina se cierra tras nosotros, y el clic del cerrojo es un martillo en mi pecho.Lorenzo, mi padre, está frente a mí, su silueta recortada contra la lámpara que parpadea en el techo, arrojando sombras que bailan como demonios. La mesa de madera entre nosotros está llena de marcas, cicatrices de otros tratos, otras traiciones. Mis nudillos, aún rojos por la sangre del guardia, palpitan, pero no es nada comparado con el fuego que me quema por dentro.Samantha. Su rostro herido, sus lágrimas, su maldita humedad bajo mis dedos. La dejé con los guardias, atada, a solo unos metros de aquí, y cada segundo que no estoy con ella es un cuchillo en las tripas. Pero primero, esto. Este maldito favor. Me planto frente a Lorenzo, los brazos cruzados, la mandíbula tan tensa que duele.—¿Qué mierda quieres con Moretti? Nunca me imaginé que requerías un favor a
º|º Samantha º|ºLa venda en mis ojos apesta a sudor y miedo, un trapo sucio que me roba el mundo. Las manos que me sujetan son ásperas, clavándose en mis brazos mientras me arrastran por un suelo frío. No sé a dónde voy, solo que el aire cambia, de húmedo y mohoso a algo más limpio, más cruel. Un motor ruge cerca, y me empujan a un asiento duro. Una furgoneta, creo. El vehículo arranca, y mi estómago se revuelve, no por el movimiento, sino por la certeza de que cada kilómetro me aleja más de la libertad que creí ganar.Y pensar que ya había creído que escapé de Piero… ahora me encuentro en otro encierro. Peor aún, la libertad que conseguí de mi padre, ahora iba apareciendo más hombres que querían robármela.¿Es aquí donde ya puedo decir que odio a los malditos hombres?No duermo, aunque la noche se arrastra como un castigo. Me llevan a una casa, lo sé por el crujir de la madera bajo mis pies y el olor a polvo viejo. Me encierran en una habitación, la puerta sellada con un cerrojo que
º|º Piero º|ºEl motor del coche aún retumba en mi cabeza cuando atravieso las puertas de la mansión, un rugido que no logra apagar el fuego que me consume. Milán brilla allá fuera, una ciudad que me pertenece, pero aquí dentro, en este maldito mausoleo de mármol y sombras, no hay nada más que vacío.Mis zapatos resuenan en el vestíbulo, cada paso un eco de la rabia que me hierve en las venas. Mis nudillos, aún rojos por la sangre de Adriano Moretti, palpitan como un recordatorio de lo que no pude terminar. De lo que no puedo borrar.“La tuve. Y valió cada maldito segundo.” Sus palabras se clavan en mi pecho, un cuchillo que gira y gira. Me detengo en el despacho, la luz tenue del candelabro bañando el escritorio en un ámbar sucio. El whiskey está ahí, en su botella de cristal, esperando como una amante paciente. Agarro un vaso, lo lleno hasta el borde, pero mis manos tiemblan, y el líquido se derrama, salpicando el cuero de mi chaqueta. Maldita sea. Lanzo el vaso contra la pared, y e
º|ºAdrianoº|ºEl estacionamiento subterráneo huele a gasolina y concreto húmedo, un mausoleo de sombras que se traga el eco de mis pasos. Son las nueve de la noche, y Milán está viva allá arriba, pero aquí abajo, en el vientre de este edificio, el mundo se siente muerto. Mi maletín pesa en la mano, los documentos de la reunión de hoy todavía zumbando en mi cabeza. Proyectos, números, metas. Todo tan ordenado, tan predecible. Hasta que el chirrido de neumáticos rompe el silencio.Dos coches negros irrumpen desde la rampa, cortándome el paso hacia mi Audi. Sus faros me ciegan, y antes de que pueda procesarlo, un tercero aparece por mi izquierda, bloqueando la salida. Mi pulso se acelera, pero no es miedo. Todavía no. Es instinto, esa voz en mi cabeza que me dice que esto no es un robo cualquiera, si es que se trata de un robo.Bajo el maletín al suelo, lento, calculado, mientras las puertas de los coches se abren. Cuatro hombres salen, todos con trajes oscuros, rostros de piedra. Pero n










Último capítulo