Helen Forbes se sintió la mujer más feliz del mundo el día que ella y Jack se unieron en matrimonio. La pareja vivía un romance perpetuo hasta que Helen descubrió un terrible secreto. Amaba a Jack, y él le correspondía... pero tuvo que huir de su lado, abandonarlo, para protegerlo de la verdad que lo arrastraría con ella a un infierno viviente. Sólo que Helen había olvidado una cosa... la determinación de un hombre enamorado
Leer más-Sabes que nunca te dejaré marchar, ¿verdad? Te mataría antes que dejar que cualquier otro te poseyera.
-Jack ...
-¡No empieces! Eres mía, Helen, siempre serás mía... de una forma u otra.
-Estás loco...
-¿Por ti? Quizás... pero sabes que no suelo amenazar en vano – dijo Jack. Sus ojos negros brillaban cruelmente-.
Créeme, puedo hacer que desees no haber nacido. Pagarás por lo que has hecho y seguirás siendo mi mujer, Helen, mi mujer.
El rostro severo y atractivo parecía estar esculpido en piedra.
– ¡No!
Profirió un grito de tormento que la despertó bruscamente y le hizo incorporarse en la estrecha cama.
No la había encontrado... todavía. Sólo había sido un sueño, aunque demasiado vívido como para poder reprimir los temores que mantenía a raya a la luz del día.
La encontraría.
Sacudió la cabeza para apartar el suave cabello dorado de su rostro sudoroso. Había sido una locura huir de aquella manera. Nadie contrariaba a Jack Forbes y se salía con la suya, y menos su joven esposa después de tres meses de matrimonio.
Los tentáculos de su poder e influencia llegaban a todas partes. ¿Qué podía hacer?
Nada. Agotada, bajó de la cama y cruzó a pasos quedos la pequeña habitación cuadrada.
Encendió la cafetera con un hondo suspiro al tiempo que miraba por la ventana alta y estrecha a la lejanía, más allá del viejo muro de piedra que cercaba el jardín y de los verdes campos en cuesta. La luz gris y fría de primeras horas del día llenaba la habitación de un pálido resplandor.
Jack Forbes, un extraordinario magnate de negocios norteamericano, duro, dinámico, con reputación de implacable, y aún así...
Con ella había sido amable, tierno, cariñoso, y había demostrado ser tan comprensivo como no podría haberlo soñado en un hombre tan arrogante v viril.
–Déjalo ya, Helen -se dijo en voz alta. No serviría de nada. Aunque lo amaba no había tenido otra elección que marcharse, y nada había cambiado.
Horas más tarde, mientras se arreglaba para ir a trabajar, el clima inglés, caprichosamente variable, había cambiado de pálido y húmedo a soleado, y una fragante brisa de aire fresco del condado de York invadía la pequeña habitación de aromas de los tupidos brezales de los páramos y de las flores salvajes de las lejanas colinas, recordándole que el verano estaba a la vuelta de la esquina.
Aquél habría sido su primer verano de casada...
Todavía pensaba en ello cuando llegó al pequeño restaurante pasada la una, pero en pocos minutos, el bullicio de la minúscula cocina redujo la angustia que sentía a la habitual desazón de fondo.
Había tenido suerte al encontrar aquel trabajo, pensó, recorriendo la reluciente sala que se saturaba de gente si había más de un puñado de personas a la vez. Cuando, tres meses antes, había llegado a la región de los valles de Dales, en el condado de York, conmocionada y destrozada por el gigantesco paso que había dado, no había pensado con claridad en el futuro, sólo en esconderse durante unas pocas semanas de Jack antes de abrirse paso en el extranjero, tal vez.
Pero después, la calma del lugar había cautivado su maltrecho corazón, y cuando se quedó sin dinero, la casera de la pequeña casa de huéspedes donde se alojaba le había hablado de aquel trabajo. No quiso usar ni un penique de la abrumadora cuenta corriente que Jack había dispuesto para ella; era necesario que se mantuviera por sus propios medios...
La ayudante de cocina, camarera y chica para todo que la había precedido, se había ido con un vendedor de fuera, dejando a su marido y a sus hijos. Menuda pieza irreflexiva, había dicho la maternal señora Cox con una mueca de desaprobación, meneando su canosa cabeza como una paloma regordeta.
El dueño del restaurante había recibido a Helen con los brazos abiertos incluso antes de oír que había estudiado economía de abastecimiento de comidas durante tres años en la universidad. De modo que se había quedado allí.
-¿Estás bien, Helen?- inquirió Arthur Kelly, observándola con suavidad con su semblante franco-. ¿Estás deprimida, chica?
-No, estoy bien, Arthur. Lo siento, estaba soñando despierta.
Sonrió rápidamente y salió de la cocina en dirección al comedor.
Arthur era el típico hombre del condado de York, amable, directo, pero guiado por el principio de no meterse en los asuntos de los demás, algo de lo que Helen estaba profundamente agradecida
Tanto él como su casera debían de preguntarse por qué había llegado tan inesperadamente a su pequeña comunidad, pero no le habían interrogado, ni siquiera cuando sus profundas ojeras habían hablado por ella en algunas ocasiones.
Levantó la mano para pegarle, pero Jack se movió rápidamente, asiendo su mano levantada al tiempo que la empujaba hacia atrás y se reunía con ella en el pequeño jardín tras abrir la verja con las piernas.-¿No te gusta mi terminología?- le preguntó con sarcasmo-. Entonces, ¿cómo te describirías?-Soy tu mujer, no tu propiedad -respondió mientras forcejeaba contra su recio cuerpo.-¡Ah, por fin te has acordado! Necesitas aprender una lección, jovencita.Mientras sus labios descendían sobre ella por segunda vez aquella noche, empezó a luchar de verdad, retorciéndose y golpeándole con manos y pies, apartando la cara a un lado y otro para esquivar su beso.Jack le habla inmovilizado los brazos a ambos lados del cuerpo con la misma facilidad que si fuera una niña, empujándola hacia atrás, entre las sombras de un viejo arbusto de lilas que propagaba su intenso aroma al aire fresco de la noche.Helen sabía que era una batalla perdida. Sus labios eran cálidos, firmes y sensuales sobre los suy
Estaba hablando cuando Helen se desmayó a sus pies en la quietud de la noche y su cabello se abrió como un halo dorado en tomo a su pálido rostro. Volvió en sí lentamente entre un millar de imágenes de pesadilla, y se percató de que Jack la sostenía junto a su pecho, de rodillas sobre la espesa hierba al borde del camino.-¿Jack ...?-No te muevas. Te has desmayado.-Nunca me había pasado antes -dijo sintiendo los labios rígidos.-No -replicó. Pareció ir a decir algo, pero las palabras se apagaron mientras la observaba con ojos vacíos de toda emoción-. ¿Tienes que contarme algo, Helen?-No entiendo -dijo tratando de liberarse, pero tenía los brazos rígidos.Jack maldijo en voz baja, pero con energía antes de levantarla en sus brazos y ponerse de pie.-Pongámoslo así -dijo ferozmente mientras se disponía a andar por el camino en dirección a las luces lejanas-. No es raro que, en determinadas circunstancias, una mujer pierda el conocimiento a los tres meses de embarazo aproximadamente.
Cuando salió del cálido y acogedor restaurante pensó por un momento que Jack no había ido, y se le encogió el estómago, aunque no estaba segura si con alivio o decepción. Entonces, oyó que la llamaba y lo vio surgir de las sombras del otro lado de la calle.-¿Dónde tienes el coche? -preguntó débilmente mientras se acercaba a él. Iba vestido con unos vaqueros y una chaqueta de cuero negra, y Helen se derritió al verlo.-A salvo -dijo con tono mordaz y cruel-. Pensé que podíamos recorrer a pie el corto trayecto hasta tu pensión.-¿Sabes dónde vivo?- preguntó alarmada.-Por supuesto -respondió mirándola, esbelta y desamparada ante su corpulencia masculina-. El detective privado que contraté es minucioso y discreto al mismo tiempo.-¡Cómo no! -exclamó sin alegría. Jack sólo toleraba lo mejor.-Ven.La tomó del brazo con fuerza para llevarla hacia la pequeña casa de huéspedes de la señora Cox. Aunque el contacto fue breve, el calor de sus dedos pareció quemarle el brazo. Se echó hacia atrá
Mientras se dirigía a la cocina, una sensación de cansancio increíble hizo que le temblaran las manos.¿Merecía la pena? Tal vez sería mejor decírselo. Pero recordó el rostro arrugado y cansado de Sandra, los rasgos hundidos y el cuerpo joven y rígido contorsionado como una caricatura de una mujer vieja.¿Podría soportar que la viese empeorar lentamente y...?Deja de gimotear, se dijo a sí misma con furia mientras la campana anunciaba la llegada de nuevos clientes.Viviría día a día y hora a hora. Hacía ya semanas que sabía que aquella sería la única manera de soportar los meses y los años venideros.Le llevó a Jack su cuenco de sopa antes de volverse a la familia que se había sentado en una esquina al otro lado de la sala. Durante el tiempo que estuvo hablando con los dos niños y tomó nota a los padres, era consciente de que Jack tenía la mirada puesta m su nuca; aunque cuando se volvió y se encaminó a la cocina, estaba comiendo tranquilamente un panecillo y contemplando el paisaje p
-BUENOS días, Helen.Se quedó paralizada junto a la puerta de la cocina mientras Jack se acercaba a ella después de cerrar suavemente la puerta del restaurante.-¿Qué quieres? -le preguntó mirándolo con anhelo, aunque su razón repudiaba el estremecimiento que le había recorrido todo el cuerpo.-Comer, si no es mucho pedir. Creía que esto era un restaurante abierto al público- replicó con un sarcasmo mordaz. Helen enrojeció mientras le hacía tomar asiento en una mesa. Su porte era lento y relajado.-¿Por qué has venido? – le preguntó en un susurro, de pie junto a él.-He venido a comer- le dijo lentamente, con una paciencia exagerada-. ¿Recuerdas que hago las mismas cosas que un hombre normal?Afortunadamente, John estaría fuera durante otras veinticuatro horas. Tenía que librarse de Jack antes de que volviese.-Sabes exactamente a lo que me refiero- le espetó-. Ayer dijimos todo lo que podía decirse...-En absoluto -dijo con aspereza-. Y, por favor, deja de hacerte la ingenua porque l
Horas más tarde, tras una cena guisada por la estimable señora Cox de la que no había podido probar bocado, Helen estaba sentada en su habitación en la oscuridad de la noche, encarando las consecuencias de su encuentro con Jack .Inconscientemente, había esperado que, cuando lo volviera a ver, se operaría el milagro y las cosas se arreglarían.Era ridículo, como si un adulto persistiese en creer en papá Noel cuando la magia se había extinguido hacía años.En total, había pasado nueve meses con él, tres como su esposa, y había sido el cielo en la tierra. Habla estado aterrada aquel primer día cuando, siendo una empleada relativamente nueva en la gran compañía de abastecimiento de comidas para la que trabajaba, la habían llamado para coordinar con la secretaria del gran hombre una cena formal que Jack iba a celebrar aquel fin de semana.Se había aventurada al interior del monumental bloque de oficinas con las advertencias y consejos de sus compañeros pitándole en los oídos.Cuesta mucho
Último capítulo