º|º Piero º|º
El almacén apesta a gasolina y polvo, un mausoleo de metal que engulle cada sonido, salvo el eco de mis pasos. La puerta de la oficina se cierra tras nosotros, y el clic del cerrojo es un martillo en mi pecho.
Lorenzo, mi padre, está frente a mí, su silueta recortada contra la lámpara que parpadea en el techo, arrojando sombras que bailan como demonios. La mesa de madera entre nosotros está llena de marcas, cicatrices de otros tratos, otras traiciones. Mis nudillos, aún rojos por la sangre del guardia, palpitan, pero no es nada comparado con el fuego que me quema por dentro.
Samantha. Su rostro herido, sus lágrimas, su maldita humedad bajo mis dedos. La dejé con los guardias, atada, a solo unos metros de aquí, y cada segundo que no estoy con ella es un cuchillo en las tripas. Pero primero, esto. Este maldito favor. Me planto frente a Lorenzo, los brazos cruzados, la mandíbula tan tensa que duele.
—¿Qué mierda quieres con Moretti? Nunca me imaginé que requerías un favor a